Durante la década de los sesenta, y el principio de los años setenta, el sonido del cine se había vuelto escueto, lejos quedaban las grandes composiciones orquestales de Max Steiner y Erich Korngold. En el cine hollywoodense (y por influencia el del resto del mundo) la tendencia musical tornaba hacia lo minimalista, conjuntos de cámara, pequeños grupos que daban pie al uso de géneros como el rock & roll y el jazz, y el uso de los primeros sintetizadores eran los encargados de musicalizar las producciones cinematográficas de la época. Las orquestas no habían desaparecido, se contaba con la presencia de grandes compositores fílmicos como Ennio Morricone, Nino Rota y John Barry, pero eran los menos. La música sinfónica para el acompañamiento de filmes se consideraba cosa del pasado, algo que el Nuevo Hollywood buscaba dejar atrás.
Sin embargo, un tímido neoyorquino, músico de jazz, con la ayuda de un pequeño puñado de directores, llegaría a transformar para siempre la visión del mundo entero sobre las bandas sonoras cinematográficas, revolucionando la industria del audiovisual, la música y el cariño del público hacia este particular aspecto del cine, cosechando en el camino las alabanzas de la crítica especializada al punto de convertirse en la persona con más nominaciones en la historia de los Premios Oscar.
John Williams nació en Flushing, Nueva York, el 8 de febrero de 1932, pasó su vida entera rodeado de artistas y de música. Su madre Esther fue bailarina, mientras que su padre Johnny Williams fue uno de los más destacados percusionistas de jazz durante la época de oro del género, quien participó a menudo con varias de las orquestas más famosas de su tiempo.
Así, el pequeño John crecería con la idea de que la música y las artes eran el quehacer diario de cualquier familia estadounidense promedio. Impulsado por su padre, John aprendió piano y composición, comenzaría su carrera profesional como músico en varias orquestas de jazz, incluídas algunas del ejército norteamericano. Posteriormente encontró la manera de participar, al piano, en las grabaciones de bandas sonoras cinematográficas y televisivas, algunas tan famosas como Días de vino y rosas, la versión original de Amor sin barreras o Peter Gunn, junto al legendario compositor Henry Mancini, para posteriormente dedicarse de lleno a composiciones originales para la pantalla chica.
El constante flujo de trabajo en piezas para televisión, casi a destajo, dotó a Williams de una tremenda versatilidad y de un entendimiento de la composición musical para un producto audiovisual. Aquí radica gran parte de su maestría: Es un brillante compositor, pero entiende que su obra es una parte del rompecabezas que crea una pieza fílmica, que no por ello debe sacrificar la genialidad de su obra.
Williams poco a poco se abrió paso en Hollywood, su trabajo logró enorme reconocimiento con obras como Aventura en el Poseidón, Terremoto, Infierno en la torre y especialmente El violinista en el tejado, la cual le otorgó su primer Premio de la Academia, por mejor adaptación musical.
En este contexto, un joven director llamado Steven Spielberg solicitó conocer al compositor encargado de las bandas sonoras de Los ladrones y Los vaqueros, Williams entraría al equipo de trabajo que formaría Loca evasión y, posteriormente, Tiburón, para muchos el primer blockbuster de la historia moderna. Esta banda sonora le daría al compositor su segundo Premio de la Academia.
Spielberg quedaría prendado del trabajo de Williams, primero por sus composiciones netamente dirigidas a grandes orquestas, su capacidad de adaptarse a los deseos del director y, en especial, a su genial creatividad a partir de entender el propósito de cada película. En una famosa anécdota, Williams llevaría al director al piano para interpretar únicamente dos notas que se repetían aumentando poco a poco su velocidad, en una estructura llena de tensión, como un enorme escualo nadando de forma atemorizante hacia una inocente bañista. “Me dio el tiburón con la música” diría posteriormente Spielberg.
El amigo cercano y colaborador de Spielberg, George Lucas, buscaba compositor para su magnum opus, una ambiciosa historia que entretejía fantasía, ciencia ficción, el camino del héroe e influencia de obras como Flash Gordon, y los trabajos de Kurosawa, Asimov y Frank Herbert. Spielberg recomendó a Williams como la persona ideal para sacar adelante tan complejo reto.
Con una fuerza que envidiaría cualquier Lord Sith o Caballero Jedi, Williams crearía la banda sonora más famosa de toda la historia del cine: Star Wars. Hasta la fecha, se considera que la fanfarria de apertura de la película es el tema músical más célebre del cine mundial. Con Star Wars, Williams obtuvo su tercer Premio de la Academia, pero de forma mucho más importante conquistaría completamente al público, la crítica y consolidaría su legado como el compositor de bandas sonoras más importante de la historia. Su obra dotaría al Space Opera de la espectacularidad que merecía, alejándose del sonido clásico de la ciencia ficción de los setenta, llena de sonidos electrónicos y minimalistas.
Star Wars sería la entrada para las bandas sonoras consumidas como un producto separado de la película, como música original independiente del propósito inicial de ilustrar musicalmente un filme. El soundtrack de Star Wars sería la primera banda sonora en lograr el disco de platino, marcando una pauta en la industria discográfica en relación a la música de películas.
A partir de este punto empezaría una larga tradición, no solo con la obra de Williams, de interpretaciones en vivo de bandas sonoras, además de que estas empezaron a tomarse en serio por parte del recatado oído de las orquestas académicas, quienes denostaban las composiciones fílmicas, entendiéndolas como obras bastardizadas, que dependían de las indicaciones de un director de cine y que estaban constreñidas a la duración de las escenas. Williams ayudaría a cambiar esta visión desde que tomó la batuta de una de las más célebres orquestas norteamericanas, los Boston Pops.
Si bien Williams pasaría a ser el compositor de cabecera de Steven Spielberg y de George Lucas, musicalizando 29 películas del primero, la saga completa de Star Wars, y, en especial, la franquicia de Indiana Jones (creada por ambos directores), el compositor también trabajaría con otros cineastas, musicalizando un sinfín de películas distintas que dan muestra de su versatilidad. Obras tan distintas entre sí como Superman de Richard Donner; Las Brujas de Eastwick de George Miller; JFK, Nacido el 4 de Julio y Nixon de Oliver Stone; Mi Pobre Angelito y los inicios de la saga de Harry Potter de Chris Columbus y Alfonso Cuarón.
Además, su participación no se reduce “únicamente” al cine, el Maestro cuenta con una decena de composiciones originales, en las cuales no se ve restringido por el material fílmico. Mención especial merece que Williams fuese convocado por el Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 para componer la Fanfarria Olímpica.
Williams es el director perfecto para la industria Hollywoodense, es espectacular pero afable, su música es inmediatamente reconocible, es clásico pero no anticuado, logra una conexión instantánea con el público, pero al mismo tiempo es bastante compleja en sí misma. Su estilo muestra su formación en grandes orquestas y la influencia que bebió de compositores como Erich Korngold, utilizando siempre su grupo de instrumentos favoritos: los metales, especialmente el corno francés y el constante uso de leitmotivs para ilustrar personajes en particular. Pero su trabajo también juguetea con su faceta jazzística, sin la cual no tendríamos temas como el de la Cantina de Mos Eisley en Star Wars o la banda sonora de Atrápame si puedes.
Sin la magia de John Williams seguramente la industria del cine seguiría viendo a la música fílmica como simplemente una herramienta más y no como el arma secreta de los directores, quienes a veces parecen olvidar que su obra es audiovisual y no puramente gráfica.
Si bien no se puede afirmar, es muy probable que, sin el legado de John Williams, no sonaran nombres como Hans Zimmer, Alan Silvestri, James Horner, James Newton Howard, Danny Elfman, Ludwig Göranson o Michael Giacchino.
A sus 93 años John Williams es pieza clave en la historia del cine, con 54 nominaciones a los Premios Oscar, 26 a los Globos de Oro y 76 a los Emmy. Todos los directores con los que ha trabajado coinciden en el genio y en el enorme corazón del compositor. Su trabajo en obras como E.T., Encuentros cercanos del tercer tipo o La lista de Schindler tocan las fibras más sensibles de la audiencia.
El propio Williams menciona que el cine, un arte con apenas siglo y medio de existencia, utiliza a la música, y su milenaria presencia en la humanidad, como uno de sus recursos emocionales principales.
Le debemos a John Williams, verdadero superhéroe, mago, aventurero y portador de la Fuerza, no perder la fascinación, regresando todos a ser niños pequeños, ante lo que vemos, y oímos, en la gran pantalla.