Según el escritor Martín Caparrós de los millones de personas que a diario comemos en el mundo muchos lo hacen para reproducir sus fuerzas lo suficiente para arrastrarse hasta el televisor más próximo; muchos más, con la ansiedad del que sabe que nunca se sabe; unos cuantos con la intención de agregar algún placer a la necesidad. La comida en el cine, por ejemplo, a menudo se usa para manifestar que alguien hace algo mientras habla, pero algunos directores, sin que la película trate sobre comida, sí la usan como un recurso que aporta a la narrativa, que le da algo de sazón.
Quentin Tarantino tiene varios fetiches: hombres y mujeres trajeados, pies, sangre, mucha sangre, por supuesto, ciertos actores y comida, reconfortante, sustanciosa y deliciosa comida para acompañar las altas dosis de violencia que forman su cine, uno que ya con sus primeras cintas hijas de los años 90 se considera de culto.
No es un secreto que en las películas del cineasta estadounidense, que él mismo escribe, las escenas de comida tengan una relevancia más allá de transitorias o que sea algo trivial que sólo hacen sus personajes. Sus guiones describen detalladamente el tipo de comida y bebida, quién, cómo y porqué la come, porque para él esto nos ayuda a conocer a los personajes a través de satisfacer una necesidad básica, ya sea hablando de comida, preparándola o ingiriéndola. Por supuesto no es el único, pero pocos lo hacen como él.
En este Cultura para el paladar -a propósito de que este 2024 se cumplen 30 años del estreno de Pulp Fiction y 20 de Kill Bill Vol. II-, con toda franqueza, no venimos a descubrir el hilo negro sobre la comida en el cine de Tarantino, eso ya está más que dicho, pero nos tomaremos el atrevimiento, de una manera muy arbitraria, enlistar de menos a más relevante las puestas en escena de comida a lo largo de su filmografía.
En Jackie Brown, donde una aeromoza en desgracia ayuda a pasar dinero a un traficante de armas de Los Ángeles, la camaradería surge no a través de la comida, como sí de un buen trago. Pese a las escenas de las reuniones en el centro comercial donde abunda la comida rápida, la manera en la que más se manifiestan los personajes es a través de las bebidas: entre vino blanco, café, whiskey y malteadas proteicas.
Un típico lugar de cenas gringo sirve para que un grupo de ladrones se preparen previo a un gran atraco. Pero en realidad ninguno come, ya han terminado, solo son hombres fumando en la sobremesa mientras esperan la cuenta y discuten sobre si es pertinente dejar propina o no.
La comida sirve para hacer amigos, para generar conversación. La novia de Kill Bill Vol. I viaja hasta Okinawa, Japón, para buscar a Hattori Hanzo y sus enseñanzas. Pero para llegar a él, su primer acercamiento será a través de un tradicional plato de nigiri y pidiendo una botella de sake caliente.
En Kill Bill Vol. II, la novia está a punto de obtener su venganza cuando encuentra a Bill, pero antes del evento principal, serenamente Bill le prepara un sándwich de jamón y queso (sin orilla) a la hija pequeña de ambos, mientras tienen una charla sobre la muerte. La comida más sencilla preparada en total calma y armonía, hecha con amor, por un hombre que en las propias palabras de Bill es un “cabrón despiadado”.
Cuando los personajes de Tarantino comparten la mesa, se tejen siempre conversaciones que son más interesantes cuando estos no son precisamente amigos. ¿Qué sucede cuando encierras a un grupo de sujetos, con cuentas pendientes entre ellos, en una taberna en medio de una tormenta de nieve?
Stuntman Mike no se mesura en nada, eso incluye la comida, la cantidad y cómo lo hace. Llega a un bar y pide una orden de nachos con doble de todo y los come casi de manera compulsiva. No importa las cosas terribles que está por hacer, porque ya se nos ha abierto el apetito. Su manera de comer contrasta totalmente con el grupo de chicas que cenan en una cafetería.
Una elegante mesa para degustar comida fina, que sucede en un contexto horrible con gente despreciable, como aquel pastel blanco perfecto. Sin embargo, la escena que destacamos aquí es aquella que es más descriptiva gracias al sonido: la primera cerveza de un hombre en años, llega con calma y delicadeza.
Nadie come en la pantalla como Brad Pitt. Eso es bien sabido y en esta cinta de Tarantino no decepciona. Además de hacer que quieras ir a preparar la comida instantánea más gringa de todos los tiempos, macarrones con queso de caja, esta escena no sólo habla del estilo de vida de Cliff, contrastante con el de su amigo Rick Dalton. Nos habla de simplicidad, sí, de ninguna pretensión, pero también de caer en desgracia, y de control, porque Cliff no cena solo por las noches, tiene de compañera a Brandy, una pitbull que saliva a la espera de una señal para devorar su plato retacado de comida.
El coronel Hans Landa puede que sea uno de los villanos de película más célebres y amados del cine. Cuando se planta frente a Shosanna en el restaurante para hablar sobre la proyección de cine, toma por completo el control de la situación, es invasivamente amable. Decide qué y cuándo comerá la chica. Aun con el crujir del postre por excelencia austroalemán, la untuosidad de la crema, el momento más delicioso (culinariamente hablando) de la filmografía de Tarantino sirve también una gran cucharada de tensión.
Ni Brad Pitt ni el strudel de manzana le ganan a todo el desfile de comida gringa más apetitoso de Quentin. Desde los hotcakes con tocino, la conversación sobre el cuarto de libra, hasta pop tarts, toda comida en Pulp Fiction se ve apetitosa. Las menciones honorificas: Mia Wallace dice no te encanta cuando regresas del baño y tu comida está esperándote y frente a ella está un gran plato de hamburguesa, sin embargo, lo que se roba el momento es aquella costosa y sustanciosa malteada de 5 dólares. Pero para muchos, lo mejor son las Hamburguesas: la piedra angular de un desayuno nutritivo, como dice Jules antes de probar una Big Kahuna Burger. Luego, un ataque de violencia gratuita… como en todo Tarantino.