En el espectro del arte que vivimos en la cotidianidad, tenemos la enorme fortuna, al menos en México, de estar atravesados por muchas tradiciones distintas que conviven entre sí. En lo que refiere al mundo de la música, disfrutamos la presencia constante de géneros que provienen, desde lo más tradicional de nuestra música folklórica, hasta un sinfín de interpretaciones distintas de todos los rincones del globo; o para ser más justos, del mundo occidental. Encender la radio, utilizar alguna plataforma de streaming, o simplemente subirse a alguna unidad de transporte público con su bocina tronando, significa sumergirse en una experiencia sonora que va desde el trap hasta la banda sinaloense, haciendo paradas en el corrido tumbado, la balada pop, el rock urbano, el k-pop, el high energy, la cumbia, o el punk inglés.
Sin embargo, por razones culturales o comerciales, la mayoría de los géneros que escuchamos, pese a ser tan distintos, cuentan con raíces musicales que provienen de ingredientes similares, es decir, los instrumentos utilizados para la creación sonora. Y es que, de inicio, muchas de las herramientas que ayudan en la producción musical, aún la más tradicional, son de una u otra forma de origen occidental, sea la guitarra de la trova, el tololoche de la música norteña, el arpa del son o la tuba de la banda, y ni qué decir del uso de sintetizadores, tornamesas, instrumentos eléctricos o mezclas digitales. Sin embargo, no hay que dejar atrás la tradición musical prehispánica y afrodescendiente, sin la cual no contaríamos con instrumentos como la marimba o el güiro. De cualquier manera, si agrupamos los artilugios musicales que escuchamos en nuestra cotidianeidad probablemente no pasemos de 25 instrumentos que podamos nombrar. Es impresionante la cantidad de música que se genera a partir de esa limitada cantidad de herramientas, al menos, de nuevo, en el uso cotidiano, occidental, mexicano, del siglo XXI. Pero, ¿No hay más? ¿Todos los instrumentos vienen del mismo sitio? ¿No hay más sonidos?
Aquí cabe aclarar que la voz de cada instrumento, si bien es única, puede filtrarse mediante un millón de sistemas diferentes que le otorga acentos distintos; el ejemplo de la guitarra eléctrica es quizá el más ilustrativo. Pero de cualquier forma, resulta curioso darse cuenta que en el inmenso mundo musical no solemos salir de una cantidad limitada de, digamos, objetos base.
Esto puede sentirse como ver 100 películas en las que aparecen todo el tiempo los mismos actores, pero, como siempre, explorar fuera de los límites de nuestra propia realidad nos arroja otros mundos con más opciones, a los que pocas veces solemos observar, o en este caso, escuchar.
Por ello, como un ejercicio que busca ampliar nuestras fronteras musicales, en este Pantalla Sonora exploramos una breve lista de instrumentos poco comunes que nos regalan su voz desde distintas partes del mundo. El criterio que conforma la siguiente enumeración surge a partir de considerar a una pieza como instrumento o como ejercicio experimental, es decir, existen instrumentos musicales que no se producen en masa, de los cuales solo existen una o dos piezas, y que son, en sí mismos, un trabajo artístico. Para ser considerados en esta lista se requiere que se trate de instrumentos musicales con una presencia más numerosa que tan solo un par de ejemplares en existencia, sin importar que se trate de artilugios producidos por un desarrollo tecnológico contemporáneo o a partir del conocimiento y la tradición de alguna comunidad originaria.
Empecemos por uno de los casos más famosos en esta lista de supuestos desconocidos. El theremin, o eterófono, fue desarrollado por el físico ruso Lev Teremin en 1920 mientras hacía experimentos con ondas electromagnéticas en la búsqueda de desarrollar un sonar para el ejército soviético. En el avance de sus experimentos se dio cuenta que, al atravesar su cuerpo entre osciladores conectados, las ondas electromagnéticas sufrían alteraciones que podían producir sonidos. Con el paso del tiempo desarrolló un sistema para interpretar el instrumento con las notas adecuadas, esto es, únicamente colocando las manos o una barra de metal a determinada distancia de los osciladores, siendo un instrumento interpretado completamente de forma inalámbrica. El theremin se popularizó en Estados Unidos, donde fue patentado, y se convirtió en el instrumento que le brindó el sonido a la época dorada de la ciencia ficción del Cine B, con su característico sonido ondulante.
En las familias de instrumentos musicales occidentales estamos acostumbrados a que ciertos tipos de escalas musicales, u octavas, sean utilizadas; para esto se requiere que los instrumentos guarden cierta configuración física para alcanzar las notas adecuadas. Es por ello que, nos resulta curioso ver instrumentos con otros tamaños o formas distintas a las regulares. Un gran, en serio gran, ejemplo de esto es la flauta subcontrabaja, al ser el segundo ejemplar más grande de la familia correspondiente a ese instrumento de viento. Con una longitud que varía entre los 4.6 y los 5.5 m, la flauta produce uno de los sonidos más graves que puede registrarse por el oído humano, ¡Pero no es el que más! Ese honor lo ostenta la flauta hiperbajo, un esperpento de 8 metros y con sonidos apenas distinguibles. Su hermana “menor”, la subcontrabaja, rara vez es utilizada fuera de ensambles de música de viento.
También llamada zanfoña es un claro ejemplo en esta lista de un instrumento que parece sacado de la imaginación de un autor de literatura fantástica o de ciencia ficción. Con origen y uso europeo, la zanfona consiste en una especie de violín con una manivela y una serie de teclas, las cuales van tocando las cuerdas del instrumento al ser pulsadas, esto produce un sonido atípico en un instrumento de cuerda, sonando muy parecido a uno de viento, específicamente a una gaita, llegando incluso a sustituir algunas veces a este instrumento. Se trata de una de las herramientas musicales más antiguas y dispersas en Europa.
Vamos atrás en el tiempo, en la Edad de Hierro, 500 años antes de Cristo, un poderoso instrumento de viento impulsaba a las tribus Celtas hacia la batalla. El carnyx, o karnyx, consistía en una trompeta de gran longitud, hecha de bronce y con la campana, es decir, el extremo del instrumento del que sale el sonido, en forma de jabalí. Esta cabeza de jabalí contaba con una lengua que se movía con la corriente de viento que atravesaba el instrumento, esto era con el fin de asemejar el sonido del animal, símbolo del fragor de la batalla. El instrumento se perdió durante siglos, hasta que en 1991 se inició una investigación en Escocia para recuperarlo a partir de registros históricos. En 1993 el poderoso y agresivo sonido del carnyx reapareció en la tierra tras 2,000 años de silencio. Desde entonces su popularidad ha ido en aumento, apareciendo en interpretaciones de jazz, metal y música académica.
El hang es un instrumento de percusión con capacidad de generar sonidos melódicos y una gran capacidad armónica, clasificado dentro de los instrumentos idiofónicos, como el triángulo, por ejemplo. Se trata de un tambor metálico que nace como modificación del steelpan caribeño, pero su gran diferencia es que para su interpretación se necesita digitar el instrumento con las manos, no con baquetas. El hang es sumamente sensible, generando sonidos con apenas un toque de las manos sobre su superficie. De manufactura reciente, el hang se ha popularizado en todo el mundo en sus casi tres décadas de existencia.
Pero basta de manufacturas e inventos. En Camboya, y en otras regiones asiáticas como Corea, China, Nepal y hasta Australia, se utilizan algunas hojas de árboles planifolios, doblándolas a la mitad en sí mismas para formar un semicírculo que se coloca entre los labios para producir sonidos parecidos al de un silbato, a través de una técnica que requiere la vibración de los labios a gran velocidad, produciendo un chirrido que también se asemeja al canto de algunas aves.
En el extremo opuesto, con toda su espectacularidad tecnológica, aparece el arpa láser, un instrumento de origen francés creado en 1981, en pleno auge del láser en el imaginario cultural pop y del dance en el país galo. El instrumento es una serie de rayos, cada uno configurada con cierta frecuencia, que al tocarlo en cierto punto altera la escala del sonido que produce, es decir, como cualquier instrumento de cuerda. A través de un controlador MIDI los haces de luz, que pueden ir desde dos hasta más de treinta y dos, transforman la frecuencia del láser en un sonido digital, siendo quizá el ejemplo de la música electrónica en su estado más puro.
Los instrumentos peculiares, o que al menos lo son para nosotros, provienen de cada rincón del mundo, pueden ser producto de la tecnología más reciente, como el zeusáfono, o de la más antigua, como el dan da vietnamita. La necesidad artística humana por generar sentimientos mediante el sonido, son tan variopintas y curiosas como cada ser humano que requiere de un implemento nuevo para plasmar su sentir y su creatividad.