Con-Ciencia

Animales, insectos y humanos, a la tumba todos nos vamos

Por: Frida Rosales V.
Gaceta Nº 222 - 1 de noviembre, 2024



En El ser y el tiempo, el filósofo alemán Martin Heidegger postula que el ser humano, a diferencia de otras especies, tiene presente que la muerte es el fin último de su existencia, del ser-ahí que él define como Dasein; y es esta consciencia lo que marca su forma de vivir y estar en el mundo, de alguna manera somos capaces de asumir nuestra existencia inacabada e inacabable.

En los márgenes de la celebración a los que ya no-son pero siguen-siendo hemos dedicado este Con-Ciencia a aquellos que quedan siempre fuera de nuestra visión antropocentrista, a los que son pero no les atribuimos la conciencia del ser, es decir, a los animales. La muerte, única verdad absoluta que nos mantiene conectados con la tierra y con el de a lado, es algo que afecta especialmente a los animales que vivimos en comunidad, el cómo afecta es lo que estamos por explorar.

La brújula que muestra una dirección más clara de este proceso apareció poco menos de dos décadas atrás, cuando surgió la tanatología comparada. Múltiples especies viven un duelo similar al humano, y aunque aún faltan los términos absolutos del cómo, es un hecho que, o de manera instintiva ligada a la supervivencia, o de manera social ligada más a la pérdida, humanos, insectos y animales tenemos rituales para despedir a nuestros muertos.

Para seguir sobre la línea del antropocentrismo que desprende de emoción alguna a otras especies que no sean a la humana, las colonias de insectos son el perfecto ejemplo. Las hormigas, además de tener una organización en sus nidos similar al hombre -cuentan con aseos y basureros- han desarrollado también un sistema para deshacerse de los cadáveres, a eso la ciencia lo reconoce hoy como necroforesis.

Dos sustancias las acompañan toda su vida, una de ellas es el ácido oleico, y cuando mueren, esta sustancia desaparece del cuerpo de la hormiga. De este modo, sus compañeras detectan un olor, no a muerto, sino más bien, a no vivo; por lo que, a manera de instinto de supervivencia, separan el cadáver del resto de la colonia y lo resguardan en una especie de cementerio que está cerca y a la vez lejos del nido, pero sobre todo y más importante, lejos de la reina. En este caso, humanos compartimos una característica con ellas, la necrofobia; esta reacción presente en casi todos los animales no es más que el rechazo a los cadáveres y específicamente a su putrefacción, este proceso, como el de las hormigas, no es cognitivo, es intuitivo.

Ahora, el segundo grupo, ese que responde más a vínculos y estímulos que al instinto, es el que aún se ve rodeado por múltiples interrogaciones a su alrededor; estos registros pertenecen a animales que viven en grupo como delfines, chimpancés, elefantes y focas.

Para este apartado, la ciencia se apoyó de la filosofía, y fue La zarigüeya de Schrödinger. Cómo viven y entienden la muerte los animales de la madrileña Susana Monsó, aquella obra que dio un primer indicio de la pérdida en el mundo animal más allá del hombre. En este nivel sentaremos base a la médula de todo: el duelo no es más que una respuesta a un déficit, que surge como subproducto de una reacción ligada con la separación.

En este grupo, se vienen a la mente casos como el de Natalia, la chimpancé de 21 años del zoológico Bioparc en Valencia que perdió por segunda ocasión a una cría y que cargó con el cuerpo por más de tres meses sin querer desprenderse de él; pero Natalia no es el único ejemplar, otro registro fue a través de la foto de Monica Szczupider, quien inmortalizó el momento en que Dorothy, una chimpancé de más de cuarenta años, yacía en una carretilla arrastrada por dos humanos. Dieciséis chimpancés se apelotonaban del otro lado de una reja y miraban fijamente a su compañera fallecida. A pesar de la naturaleza ruidosa de esta especie, ninguno apartó la mirada ni emitió un solo ruido.

Otros duelos también se han registrado en ballenas que llevan a sus crías fallecidas por varios kilómetros, aves que en parvada hacen guardia al cadáver por unos minutos guardando su luto o uno de los más impresionantes, los elefantes, quienes mantienen alguna especie de contacto físico, se enciman, mueven el cuerpo, yacen a su lado o hacen círculos a su alrededor; sin embargo, lo más impresionante de esta clase es que entierran a sus muertos, y más aún, los visitan en el lugar de entierro.

Aún dentro del mismo grupo, cada especie ha mostrado un comportamiento distinto, algunos de mayor complejidad cognitiva que otros, pero respecto a este ritual de duelo, los comportamientos funerarios observados en los animales podrían derivarse de la necesidad de evitar la presencia de carroñeros o bien prevenir la propagación de enfermedades. Sin embargo, no se descarta la posibilidad de que estén relacionados con la memoria y el aprendizaje social, así como a manifestaciones de empatía y compasión ante la muerte.

Aún es impreciso decir si los animales son conscientes del fin de una vida, porque entender la defunción implica poseer un razonamiento del fallecimiento, un concepto de la vida, de la ausencia y del tiempo, pero al ser seres sociales, son conscientes del envejecimiento y de la pérdida. A todo esto, solo queda decir que resulta inevitable la paradoja de que el ser humano sea el animal con una noción más compleja de la muerte, pero a su vez, sea el que peor la lleva.



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