El Librero

Terrores de nuestros tiempos en los relatos de Mariana Enriquez

Por: Ian Castelo
Gaceta Nº 222 - 1 de noviembre, 2024


A cada época le corresponden sus fantasmas, sus monstruos. A cada siglo lo acobijan ciertos miedos que, como una sombra, no conocen el arrebato, el desprendimiento. El miedo ha sido nuestro inevitable huésped. Bien dice Lovecraft – en su ensayo El terror en la literatura – que el miedo, y también las historias de terror, son tan antiguos como el pensamiento o el habla humanos. Y lo que nos aterroriza, con el correr del tiempo, cambia, muta, se desliza, se transforma.

Basta recordar, por ejemplo, los relatos decimonónicos de la escritora argentina Juana Manuela Goritti, que exploran lo sobrenatural en el terreno del mesmerismo – vieja creencia ligada a la hipnosis y a la sanación por medio del magnetismo que tuvo su auge durante el siglo XVIII y XIX – y la brujería, para pensar en las formas cambiantes del terror. Pero en este número de El Librero, hablaremos sobre aquello que nos asusta en nuestra época – caracterizada por el desarrollo tecnológico y los problemas sociales – a través de Las cosas que perdimos en el fuego (2016), una compilación de cuentos escritos por Mariana Enriquez, otra notable escritora argentina.



Tribulaciones en los suburbios


Las amarguras de la política argentina tapizan varias de las historias que Enriquez presenta en este libro. Los personajes padecen el dolor, la marginación y el encuentro con la penumbra de la miseria no solo en la urbe que es Buenos Aires, sino también, y sobre todo, en las zonas periféricas de la capital. El chico sucio, por ejemplo, arroja luz sobre la realidad de las personas sin hogar que deambulan como tristes fantasmas cotidianos sobre las banquetas sucias, hurgando pan y dinero. El niño de esta historia mendiga las monedas como mendiga la vida y el amparo de un hogar que no encuentra ni en los brazos de su madre. Los personajes de este relato, junto con otros como Los años intoxicados, Bajo el agua negra o La Hostería, habitan la zozobra de un país arrasado por la devaluación y la dictadura; un país que abandona los derechos humanos y la justicia. La libertad, por otro lado, representa el triunfo de una batalla que deben librar los más pobres, los marginados, pero ante todo los jóvenes que no logran – o no quieren – comprender los problemas de los adultos. Y los fantasmas habitan las calles de las colonias a manera de herida abierta, palpitando y persistiendo como un dolor que no debe olvidarse.


Fantasmas desde adentro


Los fantasmas de Enriquez están lejos de ser espectros que solamente deambulan bajo vigía de la luna, asomándose al interior de las ventanas o de los sueños de sus víctimas. En estas historias, las primeras en torturar a los personajes son sus propias conciencias. Por ejemplo, en El patio del vecino, los tormentos internos martirizan la existencia de Paula, quien rememora su pasado cuando cuidaba niños en un albergue luego de mirar un extraño pie encadenado, que parece pertenecer a un infante, en el patio de su misterioso vecino. Los fantasmas de Paula encarnan un desgaste mental causado por el voraz sentido de culpa. O en Tela de araña, las situaciones sobrenaturales – auspiciadas quizás por una bruja – aparecen durante los últimos días de relación de noviazgo que una joven mantiene con un chico al que, realmente, ya no quiere ni soporta. Estos dos relatos ejemplifican que las situaciones pertenecientes a lo privado y lo personal son los espectros que corroen la existencia de los personajes, exigiéndoles enmendar su pasado o corregir su presente.


De la leyenda a la Inteligencia Artificial: ejes de un terror renovado


Durante la última Feria Internacional del Libro de Oaxaca, la autora argentina comentó que en América Latina no ha existido, verdaderamente, una tradición literaria que cultive el horror a partir de la tradición oral y la cultura popular de cada país. Sin embargo, en este libro ella demuestra su particular interés en recuperar, precisamente, las leyendas argentinas, pertenecientes sobre todo a la cultura popular y al relato oral que se hereda de generación en generación. El caso emblemático es el cuento Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo, en el cual Pablo, el protagonista, se dedica a dar tours para turistas sobre las leyendas más famosas de ciertas calles de Buenos Aires, pero la más famosa, y la favorita del público – por sádica y cruel – es la del Petiso Orejudo, un asesino serial que cometió sus crímenes a inicios del siglo XX en Argentina. Un día, el fantasma de este criminal se le aparece a Pablo mientras cuenta su historia a un puñado de turistas. Pero lo más importante es la relación que se establece entre el relato legendario y la situación familiar del protagonista. Como en los cuentos anteriormente mencionados, la autora pone de manifiesto una dicotomía fantasmal: los espectros (o aparecidos) y los demonios internos (de la conciencia) que torturan a los personajes.

De igual manera, en El chico sucio hay una aproximación a la amplia veneración que algunas regiones periféricas de Buenos Aires profesan hacia San La Muerte (o la Santa Muerte), tema que la escritora también explora en su novela Nuestra parte de noche (2019).

Así como Mariana Enriquez revive las leyendas y los credos populares de Argentina en la construcción de historias contemporáneas, también renueva las formas de sentir terror cuando utiliza las circunstancias propias de nuestra época para que los personajes se sumerjan en la penumbra de la existencia. En Verde rojo anaranjado, un joven se encierra en su habitación de manera indeterminada, y utiliza un chat digital para comunicarse con su hermana y su madre, quienes viven preocupadas por saber qué hace al interior del cuarto. Este oscuro y breve relato se adelanta varios años, bajo la clave de la incertidumbre y la angustia, a la exploración de las consecuencias del desarrollo de la Inteligencia Artificial.


La violencia de género, génesis de un aquelarre contemporáneo


El libro cierra con Las cosas que perdimos en el fuego, cuento que denuncia la violencia hacia las mujeres, la impunidad y la falta de justicia, pero en la clave de los viejos relatos de brujas que se congregan para servir a las fuerzas del demonio. En este caso, un grupo de mujeres de distintas clases sociales, cansadas de padecer numerosos casos de quemaduras del cuerpo por parte de sus parejas, deciden reunirse en un campo para arrojarse al fuego de manera voluntaria para que ningún hombre se les aproxime.

Finalmente, creo que este relato – al igual que los anteriores – utiliza el recurso del terror como ancla para poner de manifiesto graves problemas sociales que padecen las sociedades contemporáneas latinoamericanas. Si bien todas las historias de Las cosas que perdimos en el fuego suceden en Argentina, no resultaría inverosímil imaginar que cada una de ellas acontece en México, Colombia, Chile o Brasil. Mariana Enriquez demuestra, a su vez, que existen ciertos terrores universales, que punzan al interior de cada uno de nosotros.



COMPARTE