Con-Ciencia

Así nos decimos ma, nacos

Por: Sergio Meza
Gaceta Nº 218 - 2 de septiembre, 2024


Toy orgulloso, que conste
Yo soy la Raza de Bronce
Si lo mexicano es naco y lo mexicano es chido
Entonces, verdad de Dios
¡Todo lo naco es chido!


Botellita de Jerez


Si el lenguaje ayudó a conformar la sociedad desde el inicio, tanto o más que la agricultura, es curioso pensar cómo lo habitamos diariamente sin reflexionar mucho en ello; tanto como la subsistencia que le debemos a los propios alimentos, por ejemplo. Son infinitos los debates sobre si el lenguaje es el que nombra al mundo, otorgándole existencia, o si es el propio mundo el que produce el lenguaje como consecuencia casi natural. Sin embargo, lo que no guarda lugar a duda, es que el lenguaje va por ahí, junto con nosotros, en el vaivén de la vida.

Ese vaivén produce un fenómeno irónico en algo que, a efectos prácticos, usamos como herramienta: la variedad de sus formas, usos y, por lo tanto, significados, lo cual lleva a un sinfín de polémicas entre quiénes construyen la lengua con su uso. Esta situación provoca que, en ocasiones de forma accidental, o no, las palabras adquieran matices que las convierten de herramientas a armas.

El uso de las palabras peyorativas es común en cualquier idioma, sin embargo, existen algunas que rebasan el nivel del insulto o el chiste fácil. La cultura y contexto de cada sociedad produce cierto tipo de palabras con una carga lo suficientemente negativa para ser, de alguna forma a la par, tan usadas como censuradas.

En México, el caso de la palabra naco es quizá uno de los ejemplos más claros de esta situación, término usado con desdén y facilidad por un lado, pero que, por otro, despierta de inmediato la autocensura y eriza las nucas de algunas respingadas conciencias. Su origen no es incierto, y eso ayuda a trazar el mapa de dónde obtuvo el origen peyorativo que permanece hasta la actualidad.

La primera referencia registrada de la palabra naco se encuentra en el Diccionario de mejicanismos de Féliz Ramos i Duarte en 1895. En él se define al naco como: Indio vestido de cotón azul, calzoncillos blancos i guaraches. En otomí: Cuñado. En Tlaxcala, indio de calzones blancos. En Guerrero llaman así a los indígenas nativos del Estado, y por extensión, al torpe, ignorante, iletrado. Otra fuente indica que su raíz proviene de chinaco, que significa desnudo o harapiento, y que viene a su vez del náhuatl xinácatl que es la palabra que enuncia al pollo sin plumas en la rabadilla, haciendo así burla de los pobres que iban con el trasero descubierto por falta de prendas.

Que esto despeje las dudas, quien crea que la palabra no tiene un significado ofensivo desde origen, se equivoca. En el primer registro conocido sobre su definición, naco establece a la par la descripción de la vestimenta de un indígena con el de torpe, ignorante, iletrado, harapiento. Alguien podría decir en este punto, “pero los significados se modifican”, correcto, ya lo dijimos más arriba, la etimología no explica necesariamente el uso de una palabra al momento en que se enuncia; por ejemplo, no creo que nadie que lea estas palabras reciba su salario con sal o que piense que el repollo es dos veces pollo. Sin duda alguna las palabras pueden evolucionar, pero también pueden permanecer.

Carlos Monsiváis relata en su escrito Léperos y catrines, nacos y yupis, que el origen de naco deriva directamente de la palabra totonaco, y que culturalmente es la heredera del peladito, es decir aquel habitante del lumpen citadino, el arrabal, dicharachero, alburero, desobligado, ladrón, borracho que brinca entre las cantinas, los billares y la carpa, con una idea asumida de pobreza que sueña con escalar en la pirámide social de forma absolutamente romántica. Monsiváis indica la figura cinematográfica del “primer” Cantinflas como el arquetipo perfecto del peladito, se trata de un personaje risible, cuya ofensa se encuentra en la ridiculización, pero no en el repudio de su figura, un bufón en la corte citadina. Monsiváis también insiste en la falta de profundidad crítica de esta figura, que conlleva en sí misma una ofensa “¡No seas pelado!”, y que ya encierra clasismo y un dejo de racismo, pero no se trata de un insulto de suma gravedad, es más bien una burla.

Sin embargo, siguiendo todavía la reflexión de “Monsi”, el naco ya es otra cosa. Referirse a alguien o a algo como naco ya se trata de una ofensa de otra estirpe, es un término que, usado de esa forma, no se ve atravesado por el humor que lo rebaja. Llamar naco a alguien involucra vulgarizarle de manera agresiva, llama al mal gusto, a la censura más allá del límite, al no-deber-ser, es una forma velada de traer de vuelta el tristísimo uso de la palabra indio como ofensa que lleva en sí la clara intención de humillar. Naco involucra entonces un claro desprecio enmarcado en el clasismo y el racismo, esta dicotomía es sumamente tramposa, porque quien usa el insulto dice escapar a la base racista del mismo, se escuda en que llamar naco a alguien no involucra aspectos étnicos o racistas, sino que se basa en la falta de “educación”, de “clase”.

Otra diferencia radica en la falta de su opuesto, en el caso del peladito, que encontraba su antítesis en el catrín, naco no cuenta con un término contrario que sea tan alabado como el otro es insultado. Quizás fresa, que incluso diagrama a naco dentro de su espectro clasista; sin embargo, no se trata de una palabra que ennoblezca a quien la reciba tanto como ofende el término naco, por ello me atrevo a decir que no son opuestos que funcionen.

Pero, de nuevo, las palabras cambian, ¿Naco permanece como ese agresivo insulto tal y cual se entendía en el México del arrabal citadino? Personalmente creo que, en caso de que sí, no encabeza la lista de ofensas que acarrean ese mismo nivel de insulto. Esa triste medalla, con el mismo nivel de debate, censura e inmediata crispación, la ostenta actualmente puto. Pero, como es el caso de muchas otras palabras peyorativas, existe también un movimiento de apropiación del término que lo resignifica, y sobre todo, lo abandera; ya lo dijimos antes, el lenguaje no deja de constituirse.

¡Naco es chido! gritan orgullosas las gargantas de Botellita de Jerez, aquí corresponde preguntar a quien intencionalmente forma parte de ese proceso de reapropiación de la nomenclatura, opinar desde afuera, sin participar de forma activa en ello, nunca es justo. Pero contamos con una buena cantidad de evidencia de que esa evolución del lenguaje opera de manera efectiva, hay suficientes casos actuales de procesos similares en grupos que, históricamente, sufren de marginación, véase por ejemplo a la comunidad LGBTTTIQA+ y a las reapropiaciones que han realizado. Sin embargo, ese ejercicio quizá no sería necesario si, en primer lugar, el insulto se extinguiese, pero del dicho al hecho hay mucho trecho, y mientras no se llegue, si es que se llega, a una sociedad idílica en que el respeto impere, el uso idiomático y social del lenguaje para combatir al mismo lenguaje, será siempre una opción válida.

Lo mexicano es naco y lo naco es chido dice de nueva cuenta Botellita de Jerez, y es que parte del aparato de la discriminación involucra también negarse a uno mismo, extraerse de ese círculo que se insulta y se humilla. Pues bien, en el aspecto más suave de lo naco, o de lo peladito si se gusta pensar así, es ridículo pensar que el supuesto buen gusto y la clase respetada se mantienen como aspectos inamovibles de quien goza de ese privilegio. En la gigantesca pirámide de lo social siempre hay alguien arriba de nosotros, siempre, y quien insulta se hace el ciego para, mañosamente, apuntar hacia abajo y carcajearse, en un acto de injusta revancha, solo por posicionarse en su parcela que le permite, en lugar de enfrentar al de arriba, hundir al de abajo.

Esta película aún no agota su metraje, así como el propio lenguaje, veremos qué depara el uso de una palabra sin duda incómoda en el léxico mexicano, que, como opera a veces lo incómodo, refleja una problemática social irresuelta que despierta cada vez más a la reflexión. Pero como se dijo antes, no encabeza el primer lugar de la polémica, y por lo tanto de la problemática. El lenguaje está lleno de instrumentaciones que se usan de forma nociva de manera intencional, y está en cada uno el pensar por qué se dice lo que se dice y por qué se dice en la forma en la que se dice.




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