Cuando en casa guardamos alguna sustancia potencialmente tóxica como insecticidas o productos contra plagas, tomamos nuestras precauciones; lejos del alcance de niñas y niños y prácticamente escondidos. Sin embargo, sin darnos cuenta y desde hace mucho tiempo, nuestras cocinas, así como la gran mayoría de nuestros alimentos, albergan una de las sustancias más peligrosas y tóxicas, el plástico.
Como revisamos en el Con-Ciencia de la edición pasada, nos preocupamos por revisar los sellos de los empaques en pro de nuestra salud. Que si muchas grasas, azúcares, sodio; pero con el mismo detenimiento y rigurosidad, deberíamos de plantearnos si los plásticos que usamos nos hacen daño. La respuesta es sí, demasiado, pero la reflexión no termina ahí. ¿Cuántas veces nos detenemos a pensar si todos los plásticos son iguales, si todos son seguros o si se reciclan de la misma forma? ¿Cómo, sin entrar en el acertijo que comienza en polímeros y termina en Ftalatos, podemos adquirir el menos peor? Para conmemorar el Día Mundial del Medio Ambiente, hablaremos sobre este material en términos de nuestra salud, para hacernos una idea de lo que su presencia puede llegar a implicar.
La complicación comienza con las demandas de su uso, pues para hacer el plástico más flexible (como charolas), blando (como bolsas) o robusto (como envases de shampoo), es necesario añadir químicos, como el bisfenol A (BPA), Estirenos y Ftalatos. A estas sustancias químicas se les conoce como disruptores endocrinos, es decir, su uso es tóxico y tiene fuertes interferencias en la función de la producción de hormonas. También, tienen un fuerte efecto sobre el sistema inmunológico y reproductivo, así como una estrecha relación con la formación de cáncer, el deterioro de las funciones intelectuales o incluso, retrasos en el desarrollo.
La cosa no termina ahí; quienes tienen el mayor número de BPA en el organismo son los bebés. En el 93% de muestras de orina que fueron tomadas a infantes de entre 3 y 15 meses, se encontró esta sustancia, así como en el 75% de muestras de leche materna. Incluso en fetos se ha encontrado el bisfenol, dado que las nanopartículas pueden albergarse en la sangre, orina o en el líquido amniótico, atravesando la barrera placentaria y pasando al feto de la mujer expuesta, teniendo mayor relevancia en la última parte del embarazo, cuando se desarrollan aspectos funcionales del cerebro.
Desde los años 50, los polímeros cobraron una gran fuerza al ser usados en resinas, y para los años 60, su uso se diversificó a la industria de los alimentos, implementándolo en la cobertura de los enlatados para evitar que el óxido del metal contaminara el contenido, pero permitiendo que pequeñas partículas de plástico migren al mismo.
Ahora bien, reducir el uso de los plásticos es una tarea sumamente complicada y eliminarlos, es todavía más improbable considerando los empaques en supermercados, servicios de entrega y paquetería, tuppers, recipientes de limpieza cotidiana, garrafones de agua, incluso los tickets de compra. Pero en toda esta abrumadora realidad, hay un único valor que nos puede ayudar: no todos los plásticos son iguales; hay códigos que vienen marcados ya sea al reverso de botellas o en algún lugar impreso en las bolsas, y estos números pueden ser lo más cercano a la salvación plástica; pero, si algo te podemos aconsejar, es que evites los plásticos con los códigos 3, 6 y 7.
En una sociedad tan dependiente de las grandes industrias, se vuelve una labor no solo noble, sino ardua, para quienes buscan reciclar; buscar depósitos, materiales alternativos y seguir las bases de las 3R’s es como buscar rentas baratas hoy día. Además de reutilizar tus envases, fíjate primero si el material del que están hechos lo permite y por supuesto, procura reducirlos al mínimo, el mundo lo necesita y nuestra salud, también.