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Semana Santa Cora

Por Redacción Gaceta 22
Los San Patricios, por Pino Cacucci (2015)
Gaceta Nº 208 - 1 de abril, 2024


El escritor, periodista y antropólogo, Fernando Benítez, visitó en la segunda mitad del s. XX, Jesús María en Nayarit, la cabecera municipal Del Nayar. Con sus libretas de apuntes a lápiz registró la Semana Santa de las y los coras que habitan en esta región para realizar una crónica de largo aliento. Un buen fragmento de ese material puede ser consultado en Los indios de México. Antología, publicado por el sello editorial ERA. No cabe duda que las y los lectores quedarán estupefactos ante la riqueza de una cultura que se remonta a tiempos anteriores a la antigua civilización griega.

En estos párrafos abordaremos las palabras de Benítez para contar a grandes rasgos la Semana Santa Cora, que de haberse producido el encuentro entre civilizaciones prehispánicas y occidentales de otra forma durante el s. XVI, sería común que la Semana Santa en el México actual contara con más elementos medulares de los pueblos originarios, como ocurrió, por circunstancias especiales, en la región señalada de Nayarit.

Lo primero es que en el ritual cora de la Semana Santa, Jesús es también una efigie que se guarda en la iglesia de Jesús María, en donde tres niños diferentes lo representan. Tras la misa del Domingo de Ramos, que es casi como en cualquier parte, con la salvedad de que quienes participan en la Semana Santa Cora ya están presentes entre los feligreses, el lunes se realiza una procesión por las calles del poblado y el Tenanche Mayor, un cora que tiene un alto cargo en la celebración, lleva una cruz con un paño morado y la imagen del Arcángel San Miguel, “uno de los dobles de Tajá o Hatzinkán, la estrella de la mañana”[i].


Fotos de Héctor García en Los indios de México. Antología, ERA, 2010.


A partir del martes por la noche, comienza a aparecer la judea o judíos, todos vestidos de blanco, con máscaras blancas: “El polvo ahoga las pisadas de sus pies. Recogidos en sí mismos, silenciosos, casi intangibles, establecen una atmósfera siniestra. Reconocen el lugar donde van a librar una batalla”. El miércoles en la mañana la judea comienza a pedir casa por casa su ración de tabaco, mientras bailan en la plaza de la iglesia, donde en su centro se ha levantado una enramada de ceremonia. Al ritmo de la canción Tachakú Te’uwene, Tachakú Te’uwene: “A nuestra casa venimos, a nuestra casa venimos”, se celebra la llegada de todos los coras que conforman la judea, ya que vienen de ranchos y regiones, alejados. Es un reencuentro.

Mientras bailan, sus capitanes utilizan una cuerda negra para tirarlos al suelo. Esa cuerda es la Gran Serpiente, el Espíritu del Mal, y cuando regresan del suelo “nace la milicia infernal”, que desde ese momento come como perro, del suelo, y se mofa y hace actos soeces, porque la humanidad en ellos ha sido suspendida temporalmente. El ejército, además, baila la danza de la tortuga Moaritzé Moajvará que es una representación de la virilidad masculina y durante el baile representa la fornicación con sus machetes de madera, donde algunos sacan también sus genitales.


Fotos de Héctor García en Los indios de México. Antología, ERA, 2010.


El Jueves Santo comienza en el río para la judea, donde se lavan y vuelven a pintar los cuerpos. Esta vez la mayoría queda de estilo cebra. Fondo negro con rayas blancas, además de sus espadas de madera, llevan máscaras de animales. Más tarde, por la mañana aún, la efigie de cristo que se mantenía en una cajita es puesta en un altar improvisado con flores y plantas, a lado de la iglesia. Todo el pueblo cora se reúne para verla, llorar y sentirse triste por El Nazareno. Durante el día, la judea continúa bailando y por la noche celebran un banquete en una casa del pueblo, acompañados por uno de los dobles niño de Jesús, que va acompañado siempre de la mano de su Cireneo, y de otros 12 niños, que representan a los Apóstoles. Durante la cena, él es atendido con detalle y prominencia, así como sus seguidores, pues, son los principales de la fiesta.


Al día siguiente, Viernes Santo, ocurrirá que los dobles del hijo de Dios serán perseguidos por la judea en diferentes casas del pueblo en un ritual alucinante. Las casas donde los dobles niños se resguardarán de la judea, dirigida por sus implacables centuriones –uno monta un caballo blanco, otro, uno negro– han sido designadas con anterioridad, pero los judíos fingen ser dirigidos por un mapache disecado, “el animal sabio que debe rastrear las huellas del Cristo”. Además, por todo el pueblo han dejado una serie de pistas falsas que le permiten a los centuriones, jefes de los perseguidores, descubrir los escondites. Por ejemplo, se pegan varios recortes de periódicos viejos en una pared, que según los persecutores son mapas que indican la ubicación de los niños. Finalmente, cuando la judea encuentra en una casa al niño tocan y escenifican un diálogo en sentido contrario. Es decir, dicen No estamos buscando al niño. Y el dueño de la casa contesta Aquí no está el niño. No, nos trajo el mapache, etc. Cuando el niño es descubierto sale corriendo de la mano del Cireneo, y así ocurre hasta la noche, que es preso con la soga negra, antes mencionada.

Hasta aquí detengo la sinopsis de la fabulosa crónica que Fernando Benítez ha creado, para que las y los lectores puedan disfrutar del final de la Semana Santa Cora con los detalles del periodista, escritor y antropólogo. Sólo que quede conciencia, que si la fe católica no fuese excluyente sería muy cercano a nosotras y nosotros este ritual Del Nayar, que habla de una civilización con probablemente más de 6,000 años en la Tierra.


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