Hay un sinnúmero de pensamientos en torno a la definición del arte y de aquello que la compone. Platón tenía una visión peyorativa respecto a ella, una visión de tres fundamentos que rompen con la luz casi sagrada con la que hemos obligado a nuestros ojos a verla. Es, desde la visión del ateniense, un engaño, algo irracional y con posibilidades de lo inmoral. Para su discípulo Aristóteles, también es una imitación, pero a diferencia de su maestro, este segundo valora dicho atributo y lo ve como aquello que nos distingue de la naturaleza; Schopenhauer, por su parte, veía al arte como una justificación de un modo de ser. Una larga lista de pensadores y filósofos han propiciado las ideas en torno a esta manifestación, pero lo cierto es que quizás nunca habíamos estado más alejados de nuestros sentidos; nos permitimos apreciar solo aquello que nos dicen que debe ser apreciado, y atribuimos valores a objetos que no necesariamente deberían tenerlos.
Todas las culturas tienen manifestaciones artísticas, su existencia despierta en nosotros emociones dentro de una dimensión estética, y aunque también es, desde ciertos cánones, que se descalifican otras manifestaciones u otras visiones, el arte es una manifestación humana primigenia con el poder de la catarsis y del delirio onírico, pero que en este Top Cine suscitará unas cuantas historias para acercarnos, para sentir y para ver en el séptimo arte, aquel amor con el que a todos nos gusta soñar.
¡Oh sí!, según la cultura del cliché, no hay mejor amante que el italiano, y es en esta historia en donde además de amar, nos permitimos soñar en tierras sicilianas, con grandes historias y a través de los negativos de 35 mm. Aún con una modesta sala de cine y unas paredes con tímidos asomos de loby cards, Totò y Alfredo crearon una historia de entrañable relación paternofilial y nostálgica de la infancia, de la provincia y de lo que saber contar una historia puede llegar a repercutir en tantas vidas.
Así, Alfredo, el operador del único cine de la pequeña provincia, es cautivado por los ojos curiosos de Totò, un inquieto niño que en el cine encuentra una escapatoria de aquellas tierras que lo llaman suyo. Con constantes encuentros entre el humor y la tragedia, Cinema Paradiso se convirtió en la oda por excelencia al cine y a aquel acto, de méritos casi religiosos, de ir a las salas.
No han pasado ni tres segundos y los créditos ya llaman a la nostalgia por sí solos, pero en esta cinta el verdadero protagonista no es más que al arte de la lírica habitualmente expresada en un poema. La personificación de un Pablo Neruda, que mantiene sus facciones gentiles, es el fin último en los sueños de Mario Ruoppolo, personaje que habita en una isla remota de Italia, Cala di Sotto, y no solo recibe ahí a su ídolo, sino que además es el encargado de recibir su correspondencia, y es en este ejercicio que aprende del arte de la seducción, del arte de la palabra, un arte que el protagonista ya conocía en su esencia más tosca, pero que supo pulir y supo por quién valía la pena hacerlo. El piano y el órgano prestados por Luis Bacalov se unen a la atmósfera romántica que la vida en la provincia complementa con ingenua y empírica chispa de curiosidad, dando pie a experimentar las emociones que la poesía le puede dar a un alma predispuesta a entenderla.
Nadie ama más pura y desenfrenadamente que un niño. Amar con locura nuestras pequeñas y a la vez inmensas posesiones. Es quizás de las primeras cosas que aprendemos a hacer, amar a una madre, a un padre, amar juguetes o golosinas, amamos todo y si es o no amor, no importa, se siente como tal. La mente de Vitus resulta igual muy a pesar de ser un niño prodigio, enfrentándose a las paradojas a las que todo infante está expuesto, dependiendo de lo que dicten sus padres cuando él simplemente hace del piano su posesión más preciada. En un encuentro fortuito con este instrumento a los cinco años, Vitus se enfrenta a sus padres, a maestros, al piano mismo y a la pérdida de su memoria causada por un accidente, para ganarse el derecho de decidir por sí mismo, sin la necesidad de satisfacer los deseos de nadie, hecho que, irónicamente, lo aleja de su pasión, de su gran amor, el piano.
La ciudad de las luces es al amor lo que la miel a las abejas, inherente uno del otro dentro del imaginario colectivo, y en este especial de las fiestas februas, una historia parisina no podía quedar fuera. Esta historia es una carta de amor a la ciudad del amor, a la cultura parisina, y por sobre todas las cosas, a las grandes mentes de apetitos volcánicos por la creación del arte que han habitado este mundo. Una nostálgica carta cuyos destinatarios llevan la carga de algunos grandes nombres del siglo XX como los Fitzgerald, Hemingway, Picasso, Miró, J.M.W Turner, Buñuel y un breve asomo de algunos titulares del XIX como Degas y Gauguin. Así, Gil debe escribir una novela porque los guiones le han quitado el entusiasmo y mientras París le muestra aires que le resultan cada vez más fascinantes, la sed de la nostalgia lo deja habitando un mundo seductor e inverosímil que reposa en un último punto, una nueva narrativa que sobresale de aquel discurso en donde vivir en épocas pasadas habría resultado en un mejor final, o quizás, no.
Movies are dreams doll, that you never forget.
Esta es una película sobre hacer películas. En esta cinta, se encuentran todas las emociones mencionadas en los títulos pasados, es nostalgia, es inocencia, es ingenuidad y es amor. Aquí vamos de la mano de aquellos primeros encuentros que en los años jóvenes son tantos, aquella fascinación de un niño en su primer acercamiento al cine y el cómo desemboca en un gran ingenio para crear historias, dirigirlas y apropiarnos de las narrativas. La dinámica de la familia Fabelman le abre las puertas a la audiencia mostrando a Sammy, un joven cineasta que apenas descubre las grandes posibilidades de una cámara, que decide montar y contar toda clase de historias, comenzando por clásicos wésterns e historias de terror, hasta llegar a historias de verano y documentales. Aquí vemos a un niño capaz de infundir el miedo de Jurassic Park o Jaws, así como de crear viajes épicos como el de Jones y McFly; aquí tenemos un encuentro cercano con los días pasados de nadie más que de Steven Spielberg.