“La teoría de Giambattista, me explicó Vico muchas veces, era que todas las civilizaciones de este mundo pasan por cuatro etapas; cuatro etapas muy largas. La primera es la Era de los Dioses, cuando todo es nuevo y todo es posible, incluso lo peor. Luego viene la Era de los Héroes, cuando Helena se puso a joder la marrana en Troya, y los griegos descubrieron la tragedia. Tras lo cual llega la Era de los Hombres, que es el tiempo de la política y de los sacrificios −no ya a los dioses, sino por la justicia humana−. Y finalmente llega la Era de los Perros. Tras la cual, dice mi Vico con su voz de terciopelo, el ciclo volverá empezar. I ricorsi! I ricorsi! Tal vez se lo ha inventado todo”.
King. Una historia de la calle, John Berger
Amistades, quiero contarles que las palabras que abren este texto son de un can, su nombre es King. Yo lo imagino alto y negro, de cara afilada y grandes ojos cafés, pero lo único que sé de su físico, por él, es que tiene lastimada una oreja. La verdad es que, si lo pienso, cuando King hace énfasis en el aspecto físico de alguien o de algo es porque le resulta fascinante, porque reconoce en los rasgos y gestos de quienes ama aquello de lo que están hechas y hechos. Imagínense el corazón de este perro que sabe amar harapos, personas marginadas y negadas por el gran orden al que debe someterse todo, y lo que no, ser aniquilado de las más viles maneras.
Atiendan muy bien las palabras suyas que he elegido para presentarles este texto. Lo de King es el amor. Él es un ser fronterizo entre lo domesticado y el animal, entiende perfectamente de filosofía, por ejemplo, estas ideas del napolitano Giambattista Vico que tantas veces ha disertado con su amo, pero sobre todo la que él mismo se ha hecho delante de su playa de abandonados puentes o tumbado en su cima de panza mirando las estrellas. Sabe bien de olores; de abrirse caminos en la noche, la crepuscular y la del mundo; y de las pintas que sus congéneres dejan aquí y allá en las calles, sobre los muros, en las entradas, en ellas ve colores y mensajes, pintas perrunas que alertan lo mismo “NO TE QUEDES AQUÍ” que “NO ME OLVIDES”.
King vive en Saint Valéry, un vertedero de desechos, los propiamente materiales como neumáticos viejos, electrodomésticos descompuestos y alguna que otra cosa que aún puede ser comestible, pero también aquellos humanos basurizados por la sociedad, personas que, por alguna u otra circunstancia, han abandonado o sido abandonados por el mundo de los hombres. Entre ellos, si bien es amigo leal y guardián de quienes habitan ese lugar que topográfica y emocionalmente entiende y habita cual gran abrigo, están Vica y Vico, una pareja de ancianos que son su familia y su hogar. Ella holandesa, él italiano, cómplices en el amor hasta en estas circunstancias en las que el fracaso empresarial de uno los ha llevado a vivir de lo poco que pueden cosechar alrededor de un espacio inmundo al que llaman Cabaña, pero que es ante todo su trinchera frente a la crueldad de la vida.
Ante una lógica de compraventa que impone a quiénes se debe amar y cómo debe hacerse, con toda su faramalla de la pareja perfecta o la mejor amiga y el mejor amigo, con toda su banalidad de 14 de febrero y expectativas de lo que la otra o el otro debe ser y hacer para nosotras y nosotros. Ante estas egolatrías de lo que merecemos y que en realidad no hacen más que reproducir la producción que nos subyuga. Ante esto, queridas y queridos, un perro del basurero viene a recordarnos que en la convulsa crisis que vivimos amar es urgente. Es curioso que sea un perro quien lo haga, acaso esto venga a evidenciar que no hay entre nosotras y nosotros quien tenga la disposición de cruzar los puentes que nos separan, acaso de tenderlos, y abrirse al encuentro con las personas, menos aún de ser y hacer abrigo para ellas.
Ahí donde van a dar, tarde o temprano, las cajas de chocolates, las flores, las tarjetas, los peluches y otras tantas chunches que inundan calles y centros comerciales en San Valentín. A la basura, como tantas cosas más, ahí una comunidad de personas encuentra formas de resistir la barbarie de esta Era del Hombre −como le dice Vico a King que la caracterizó Giambattista−, de resistir y subsistir cuando se les ha despojado de toda humanidad, de abrigarse-amarse ante la adversidad.
Y en Saint Valéry, como en tantos otros lugares olvidados y abandonados por la civilización, no obstante habitados, las vidas son negadas y aplastadas. Una noche, al abrigo de King, es decir, a su hogar, llegan hombres que sirven a intereses empresariales y aprovechan la penumbra para arrasar con una excavadora esas existencias que, por miserables que sean, saben mejor del amor y de la humanidad porque son capaces de hablar con King con sólo mirarse a los ojos y saberse prójimos-próximos.
A King y a su preciosa manera de amar lo van a encontrar en una novela que lleva su nombre más el subtítulo de Una historia de la calle. La escribió el artista y filósofo inglés John Berger en 1998. Y a mí, como con quienes hacemos jauría, en las palabras de este animal sabio:
“Sólo quienes resisten saben cómo resisten mis amigas y mis amigos”.