Resulta una obviedad admitir que en la larga y ecléctica vida del quehacer artístico son los cánones quienes decretan el camino que se debe recorrer para obtener triunfo, sin importar que este se plasme a través de guirnaldas, ovaciones, becas, cheques, exposiciones, espacios, preseas, etc. De aquí que mayoritariamente se juzgue al producto artístico a partir de su ajuste dentro de los límites impuestos convencionalmente, así entonces la obra queda apretujada u holgada dentro de esos marcos de creación y, muchas veces, a partir de ese acomodo se pretende juzgar su calidad, sin considerar los afectos y sentimientos, siempre mucho más sutiles, que despierta la obra. La ironía del asunto aparece cuando el paradigma artístico es destruido por una nueva corriente que, a su vez, se impondrá eventualmente como el nuevo modelo a seguir.
Otro canon, esta vez mucho más acaparador y tramposo: el arte es dominado por el género masculino. Dominación no en el sentido de virtuosismo técnico, sino en su significado más brutal e injusto, que refiere a control y poder.
Quizá de inmediato aparezca una fila interminable de argumentos de todo tipo que intenten convencer de lo contrario, que el arte ha estado lleno de vanguardias y experimentaciones que se enfrentan, o hasta conviven, con el establishment en el mismo periodo de tiempo. De la misma forma aparece un tropel, por fortuna, de artistas y artistes que no pertenecen al género masculino pero que engrosan las filas de la creatividad humana. Pese a esto, en un ambiente alejado de un debate rigorista, no debería despertar polémica sentenciar que el arte se ha constreñido bajo parámetros particulares de creación que obedecen a sus contextos sociohistóricos específicos. Así como tampoco resulta una locura argüir que los varones cisgénero acaparan, desde siempre, los listados de la creación artística.
Ahora sí, aterricemos en lo particular. El canon, ese marco que trata de ajustar la creación, aparece irónicamente acompañado por aquello que deja fuera de sus propios límites. Es decir, todo aquello que no está dentro del marco existe también, y ese límite incluye al canon doble que se habló párrafos arriba. Posando la mirada sobre el cúmulo de artistas que generan arte fuera de la masculinidad imperante encontramos a aquellas que, además, lo hacen rompiendo el deber ser técnico propio al género artístico que corresponde a su creación.
Para seguir entonces las baldosas amarillas que se separan del camino principal del arte hablemos de tres casos de mujeres artistas que encontraron en la experimentación y en la música las formas para mostrarle al mundo su propia creatividad: Alicia Urreta, Wendy Carlos y Laurie Anderson.
El caso de la mexicana Alicia Urreta podría contradecir la dirección de nuestros pasos en el camino que se recorre en este texto, egresada del Conservatorio Nacional de Música, pianista titular de la Orquesta Sinfónica Nacional durante más de 20 años y coordinadora de música de la Casa del Lago, la veracruzana puede hacernos creer que el suyo es más bien el caso de una compositora adherida al statu quo de la música académica en México. Nada más alejado de la realidad.
Urreta fue, entre muchas otras cosas, una pionera en el uso de la música electroacústica para composiciones de ensamble. El piano fue su caballo de batalla, según diversos testimonios ella no vislumbraba sus composiciones como propias de una vanguardia que defiende la bandera de un cambio de paradigma, sino que lo consideraba como el recorrido natural de su trabajo creativo, simplemente el siguiente paso para la música que deseaba desarrollar.
Pero la labor experimental de Alicia Urreta no se limitó a su trabajo autoral, sino que se desbordó en la multidisciplina. Como se mencionó antes, ocupó un importante cargo dentro de la Casa del Lago, donde encontró un espacio idóneo para ejercer su labor como difusora, gestora y docente. Acompañando ese espíritu multifacético su trabajo como compositora abarcó diversas plataformas. Creó bandas sonoras para cine, el caso más destacado es quizá el de la cinta Ora sí ¡Tenemos que ganar! y música de acompañamiento para teatro, siendo fiel siempre a su desarrollo estilístico, sobre todo en el piano, instrumento base en todas sus composiciones.
Como ejemplo del camino difícil que enfrenta quien rompe desde dentro las pautas técnicas de creación, la obra de Urreta se encuentra en un estado prácticamente inaccesible para poder apreciarla. Composiciones fundamentales para la música de orquesta y ensamble como El Romance de Doña Balada, sus Salmodias o su pieza electrónica Ralenti no están disponibles comercialmente para ser disfrutadas. Por fortuna en años recientes parece que se multiplican los esfuerzos para sacar a flote la obra de una compositora que ha escrito su nombre en letras de oro en la historia de la música nacional.
Sigamos recorriendo el camino.
La experimentación no involucra únicamente el desarrollo de nuevos tipos de música, dicho de otra forma, la creación de esos nuevos sonidos muchas veces necesita de la invención, mediante experimentar claro está, de las herramientas que los generan.
Encontramos en el camino que recorre la historia del arte sonoro experimental a Wendy Carlos, compositora estadounidense nacida en 1939, pionera de la música electrónica gracias a su colaboración con el desarrollo de uno de los instrumentos fundamentales para la popularización de ese género musical: el sintetizador Moog. Si bien el instrumento fue desarrollado por un amplio equipo que incluía a más compositores además de Carlos, su aporte fue fundamental para el apartado técnico del sintetizador, su ejecución y el uso que le dio para dotarlo de dignidad musical suficiente para que se le considerase un instrumento serio. Si el invento se hubiese llamado “Sintetizador Wendy Carlos” nadie en la historia podría reclamar el título.
A diferencia del caso de Alicia Urreta, el legado de la norteamericana no se encuentra sepultado en los archivos de un conservatorio. El trabajo de Carlos es muy popular, en especial por su participación en dos de las cintas fundamentales en la filmografía de uno de los directores más reconocidos del mundo. Wendy Carlos trabajó junto a Stanley Kubrick componiendo, o más bien interviniendo, las bandas sonoras de A Clockwork Orange (1971) y The Shining (1980). Antes de los soundtracks que la catapultarían a la fama, la obra más destacada de la compositora había sido el álbum Switched-On-Bach que reinterpretaba piezas clásicas del alemán a través del sintetizador Moog, justo lo que haría con Beethoven y Rossini para su primera banda sonora. Así, Wendy Carlos demostraba no solo que lo electrónico era capaz de crear música, sino que podía hacerlo interpretando a compositores que viven en el olimpo del arte sonoro.
Recordemos el inicio de este camino, recordemos los cánones. Estamos ante una compositora trans que ayuda en el desarrollo de un instrumento que desembocaría en un nuevo género musical, que con ese mismo arrojo interviene en piezas clásicas como quizás no se había hecho antes y que con todo ello logra el reconocimiento mundial. Si eso no es romper el canon, nada lo es.
Dentro de la exploración del camino recorrido hasta ahora, hemos atisbado paisajes interesantes pero que, aún saliendo de los parámetros técnicos de la música popular, establecen a su vez límites propios; lo cual, sobra decir, no tiene nada de malo. Pero vislumbremos territorios sin límites: Laurie Anderson.
Anderson es una autora completa, ella se denominó desde el principio de su carrera como una artista multimedia, un término bastante complejo en la década de los 60, y muy diferente al significado que puede guardar en la actualidad. Si bien este texto se ha enfocado en un mínimo recorrido a través de la música experimental, Anderson es una artista que no ha reducido su obra a lo sonoro y que en realidad no se ha centrado primordialmente en un tipo de arte, si bien probablemente la fama la obtuvo gracias a la música. Laurie Anderson ha incursionado en áreas como el performance, las artes visuales, las instalaciones, los audiolibros, la escultura, la escritura y, sobre todo, el cine. Lo dicho, artista multimedia.
Su arte sonoro quizás sea el mejor ejemplo de los aquí enlistados para reflejar lo que pensamos al decir “música experimental”. Con siete álbumes a lo largo de su carrera, Anderson utilizó cada recurso a su disposición para generar música, y, no bastándole con ello, es la creadora de diversos instrumentos y dispositivos musicales como el violín de arco de cinta y moduladores electrónicos para la voz. Su obra más conocida, O Superman, surge a partir del aria de la ópera El Cid, mezclada con diálogos telefónicos que narran una oscura historia sobre la muerte, el apego maternal, la tecnología y la guerra.
Laurie Anderson continúa creando, de todas las maneras en que ella lo hace. Y demostrando que ponerle límites al arte, en especial en cuanto a quienes lo hacen y como lo hacen, es tratar de colocarle puertas al campo.
El camino entonces no acaba, así como los cánones tampoco, la historia parece enseñarnos que es imposible que el arte sea completamente libre. Sin embargo, así como siempre estará limitado, siempre habrá quien quiera desmoronar esos límites.