Por: Violeta Linares

Chaikovski, el epítome de las flores tardías

La sensibilidad de la música atraviesa el espacio, eso siempre lo tuvo claro Pyotr Ilya Chaikovski, aunque quizá nunca imaginó que su arte fuera capaz de trascender el tiempo hasta establecerse como el protagonista de la temporada invernal de ballet siglos después.

Todos soñamos con ser reconocidos en la flor de la juventud, y que de la maravilla de nuestro arte podamos vivir lo que nos resta de vida sin preocuparnos por pagar las cuentas. Chaikovski fue afortunado en la medida en que fue acogido bajo el mecenazgo de Nadezhda von Meck, una mujer que lo admiraba infinitamente, no así fue su suerte en cuanto se trató de obtener el reconocimiento por lo que hacía.

Enamorado de la música desde temprana edad, el sueño de Chaikovski por dedicarse a la composición se vio obstaculizado por años debido a la falta de oportunidades para perseguir una carrera musical al interior de la Rusia imperial.

En su juventud el destino pareció condenar al artista a llevar una vida al servicio del Ministerio de Justicia, hasta que decidió renunciar y perseguir por distintas partes de Europa a los maestros que le ayudarían a explorar su potencial. El acontecimiento que marcó una diferencia fue la apertura del Conservatorio de San Petersburgo en 1862 y, por consiguiente, la estrecha relación que tuvo con su fundador, Anton Rubinstein y su hermano Nikolay.

Al terminar su formación académica siguió al Conservatorio de Moscú; convirtiéndose en profesor, Chaikovski fue capaz de completar sus primeras composiciones, la Sinfonía N. 1 en sol menor y la ópera El voivoda. La dupla entre Rubinstein y Chaikovski adquirió un matiz diferente, pues Nikolay ya no era solamente su mentor sino también la persona que interpretó las primeras partituras del compositor dando a conocer su obra.

Atormentado en los registros de su correspondencia, Chaikovski relató a su hermano lo difícil que le resultaba componer, asfixiado por la búsqueda de la perfección llegó a expresar a su amigo Rubinstein su incapacidad por aterrizar en tiempo la creación de una ópera en cuestión de meses.

Si bien en la actualidad su nombre goza de una reputación distinguida, la obra de Chaikovski no siempre fue bien recibida por los críticos e incluso figuras allegadas a él, como Nikolay Rubinstein, rechazaban su visión. Su composición de ópera no sorprendió a sus contemporáneos, pero lo que cambió todo fue el talento que demostró al decantarse por otro género: el ballet.

La famosa trilogía de ballet de Piotr Ilya Chaikovski que comprende El lago de los cisnes, La bella durmiente y El cascanueces, son adaptaciones de obras literarias. Si bien las puestas en escena en su momento fueron decepcionantes, hoy por hoy son pilares del repertorio de las compañías más reconocidas de ballet clásico en todo el mundo, a tal grado que tienen temporadas dedicadas a su representación cada año.

Luego de mucho tiempo, en 1877 Chaikovski logró ver el estreno de El lago de los cisnes, no obstante, la pésima recepción fue atribuida a la mala coreografía y escenografía, incluso las bailarinas que participaron estaban en desacuerdo. La música de Chaikovski fue olvidada entre el desastre.

El fracaso de las primeras puestas en escena dio como resultado cambios; Marius Petipa se encargó de coreografiar el ballet como hoy lo conocemos y aunque poco convencido de ceder en su obra a petición de la bailarina principal, Chaikovski volvió a componer piezas claves como el paso a dos para adaptar la música a la nueva coreografía.

Sepultado bajo la presión de resolver múltiples proyectos al mismo tiempo, Chaikovski completó su segundo ballet La bella durmiente en 1889 y, pese al entusiasmo que presentó al componer las partituras en tan poco tiempo, la recepción ante el imperio no fue la que esperaba.

Las voces de la crítica ahora se enfocaban en decir que la música que Chaikovski componía no era apta para bailarse, pues sus melodías tenían un carácter ‘ruidoso’. Aunque es necesario acotar que este rechazo tenía raíces situadas en el estilo musical de Chaikovski, quien siempre fue abierto al mencionar su admiración por la música italiana y tomaba referencias de occidente, provocando revuelo en una Rusia nacionalista.

El compositor se sinceró al respecto en una de sus cartas a uno de sus amigos, confesando que todo lo que creaba provenía de lo más profundo de su sentir, así como aceptaba sus diferencias de otros íconos y reiteraba no tener interés en ser encasillado en una sola corriente ni comparado con otros.


“(Las óperas) deben ser escritas como Dios manda en nuestra alma. Siempre he intentado expresarme en la música tan honesta y sinceramente como sea posible. Y ni la honestidad ni la sinceridad son productos de la racionalidad, sino una consecuencia directa de nuestro sentir. En orden de que este sentir sea vívido y cálido, siempre he intentado elegir temas capaces de reconfortarme. Solo puedo estar conmovido por temas en los que la gente real actúe y se sienta de la misma manera que yo [...] Yo siempre he sido yo mismo, y si eso es algo bueno o malo— dejemos que otros juzguen”.

Carta de Chaikovski dirigida a Sergey Taneyev, en 1891


La obra de Chaikovski está ligada por completo a las emociones y el fin último de la música no es sino conmover y provocar algo en el otro. Es gracias a él que para muchos de nosotros el amor suena a la obertura de Romeo y Julieta, o con solo oír el característico sonido de la celesta en El cascanueces somos transportados inmediatamente a un plano de la imaginación sumido en la fantasía del invierno, mientras somos hechizados por los movimientos de un hada de azúcar.



La suite de orquesta de El cascanueces fue estrenada en solitario y mucho antes que el ballet, aunque la recepción en ambos casos fue opuesta, dado que a la suite le fue mejor que al espectáculo completo. Lo cual hablaba de una desarticulación entre la composición musical y el traslado a un escenario de su visión; Chaikovski, desalentado, creía que este ballet era peor que los anteriores.

El éxito para ninguno de estos ballets fue inmediato, sino que tuvieron que sufrir una reestructuración en más de un nivel y ser recuperados para los escenarios muchos años después, insistiendo en traer de vuelta las presentaciones, aunque no fueran aplaudidas por muchos años.

Me permito llamar a Chaikovski una flor tardía porque el verdadero esplendor de su obra sería apreciado años (siglos) después, y aunque lamentablemente el compositor murió pensando que el trabajo de su vida fue un fracaso, estaría maravillado de ver el alcance que tuvo seguir su verdadera vocación.