Por: Sergio Meza

El Parque Jurásico de Michael Crichton. El Prometeo contemporáneo y el techno-thriller

“Una nueva especie me bendeciría como a su creador, muchos seres felices y maravillosos me deberían su existencia”.
Frankenstein, Mary Shelley


En 1996 los biólogos Keith Campbell e Ian Wilmut del Instituto Roslin de la Universidad de Edimburgo, Escocia, lograban uno de los mayores hitos científicos insertos en la memoria colectiva moderna, la clonación de la oveja Dolly, el primer mamífero reproducido artificialmente con éxito a partir de una célula somática adulta. Si bien Dolly no se trató del primer animal clonado en un laboratorio, y resta decir, tampoco el último, su creación colocó la última pieza en el imaginario popular sobre la ética alrededor del proceso de clonación. Seis años antes del balido de Dolly aparecía la primera pieza de este rompecabezas, a través de una poderosa novela que es en sí misma un enorme letrero de advertencia ante los peligros de la clonación y, en general, del avance científico desmedido en el que se juega a ser un dios, Parque Jurásico, del escritor y guionista estadounidense Michael Crichton; padre del subgénero denominado techno-thriller dentro de la ciencia ficción.

La novela relata cómo, a través de avanzadas técnicas de clonación mediante la recuperación y modificación de células de ADN prehistórico, se logra la reproducción de dinosaurios con fines puramente comerciales: colocarlos como las principales atracciones del zoológico más ambicioso y tecnológico del mundo. En este último punto radica la esencia del techno-thriller. La mayoría de las novelas de Crichton (La amenaza de Andrómeda, Presa, Rescate en el tiempo) están relacionadas con la fe ciega hacia algún sistema tecnológico dado y sus catastróficas consecuencias derivadas por la confianza absoluta que se le otorga.

En el caso del Parque Jurásico el desastre en ciernes se genera desde dos flancos. Primero, por la propia desextinción de los animales, aquí es donde cabe el símil con Mary Shelley y el monstruo de Frankenstein, ya que se crea a una criatura por tener los medios y la capacidad para hacerlo, pero sin considerar las implicaciones éticas, prácticas y técnicas que conlleva. Se asume el papel de un dios caprichoso que obtiene el poder de crear vida y se regodea en ella, para luego entender, demasiado tarde, el cúmulo de errores en su creación.

En la novela los dinosaurios sufren de un sinfín de enfermedades y problemas para adaptarse al medioambiente del siglo XX, sin importar los esfuerzos científicos para intentar acoplarlos a nuestro mundo, nunca se consideraron las infinitas variables que podrían alterar desde su comportamiento hasta su salud y que vuelven imposible su desarrollo de forma normal. El personaje más crítico de la novela, el Dr. Ian Malcolm, lo describe: “Este estegosaurio tiene cien millones de años de edad. No está habituado a nuestro mundo. El aire es diferente, la radiación solar es diferente, el suelo es diferente, los insectos son diferentes, los sonidos son diferentes, la vegetación es diferente. Todo es diferente”.

Pero la segunda variante de la crisis en la novela es en la que Crichton se enfoca más: el uso de la tecnología para controlar el parque. Como gran ejemplo en la larga fila de novelas catastrofistas de ciencia ficción, la novela de Crichton expone los riesgos de dotarle demasiadas responsabilidades a un sistema informático. En la época en la que el libro es publicado, 1990, recién aparecía el CD-ROM, Windows estrenaba su tercera versión y las computadoras personales empezaban a normalizarse, apenas amanecía en el mundo de la informática como la conocemos actualmente, con esto, las alertas dentro de la ciencia ficción se disparaban, la temática había cambiado.

Atrás quedaban los años del temor por la catástrofe nuclear y la usurpación de identidades por enemigos invisibles que se ubicaban al otro lado del espectro ideológico o moral del protagonista, el cyberpunk se tomaba una pausa para darle paso a otro tipo de terror tecnológico, el de las computadoras, no como inteligencias conscientes y amenazadoras, sino como poderosos sistemas preprogramados de manera errónea por la humanidad y que conllevaban su propia e irrefrenable destrucción. Son los primeros pasos hacia el nanopunk y su terror consecuente, las nanomáquinas.

Ambas catástrofes, los problemas biológicos de los dinosaurios y las potenciales fallas del sistema informático que equilibra al parque, son anticipadas por el personaje más paranoico de la novela, el matemático Ian Malcolm, un sarcástico pesimista que no deja de evidenciar los potenciales problemas en las instalaciones. Malcolm es el vehículo que utiliza Crichton para exponer la teoría del caos, la cual explica cómo los sistemas complejos no son inmunes a diminutas variables que los vuelven impredecibles, tal y como ocurre en el Parque Jurásico. Nadie pudo anticipar que las restricciones biológicas para controlar a los dinosaurios iban a dinamitarse una a una por la interacción genética entre esas mismas restricciones, nadie pudo anticipar que un criterio informático inadecuado derivaría en un terrible error de vigilancia en cuanto al número de animales en el parque y su aparente incapacidad de reproducirse, nadie pudo anticipar el factor humano de un trabajador ambicioso y torpe convertido en espía industrial, completando así la fórmula para el caos, y con él, el desastre. Dice Malcolm: “Los detalles no importan. La teoría me dice que la isla pronto empezará a comportarse de manera impredecible (…) es un accidente que está esperando el momento de producirse”.

El libro de Crichton, cual personaje de la novela, sería devorado de una sola dentellada por su adaptación cinematográfica, dirigida por Steven Spielberg, la cual es una de las cintas más célebres de la cultura pop, la ciencia ficción y la filmografía del propio Spielberg. Sin embargo, pese a estar guionada por Crichton, la película presenta un espíritu distinto al de la obra literaria. Quizás la diferencia más importante radique en el personaje de John Hammond, el fundador del Parque Jurásico, y la actitud ante sus creaciones. La novela recupera la visión del Dr. Frankenstein, Hammond no ve en los otrora extintos seres a animales de carne y hueso merecedores de su propio respeto y dignidad, sino el resultado de esfuerzos científicos, técnicos y económicos incalculables que, más bien, deben retribuir la inversión utilizada para su creación. Hammond no revivió especies extintas por ser un benefactor de la naturaleza, sino por la espectacularidad del acto en sí, la cual asegura grandes sumas de dinero; Hammond declara en algún momento: “Desde un punto de vista empresarial, eso hace que ayudar a la Humanidad sea una empresa muy arriesgada. Personalmente, nunca ayudaría a la Humanidad”, imagen bastante alejada del Hammond cinematográfico cuyo mayor sueño era fascinar a la humanidad con la belleza de los reptiles extintos.

Aunque la fascinación y la paranoia que acarrean los procesos de clonación, que no se han detenido desde sus primeras aplicaciones, parecen no estar tan presentes en el imaginario colectivo contemporáneo, Parque Jurásico es un permanente recordatorio del peligro de subir arrogantemente a los hombros de gigantes con la intención de aprovechar sus conocimientos, pero sin detenerse a pensar en las consecuencias éticas de sus aplicaciones. Inmersos en un mundo cotidiano repleto de procesos informáticos y digitales a los que le otorgamos cada vez más un mayor grado de importancia en nuestra vida diaria, quizá haga falta recuperar relatos que adviertan el riesgo de tener una confianza absoluta en sistemas que creemos infalibles en su comportamiento, pero que, diría el Dr. Malcolm, realmente no podemos anticipar.