Por: Frida Rosales V.

Chucho Valdés, yoruba, ritmo y otro jazz

¿Por qué comer lo mismo todos los días habiendo tantos nuevos sabores por descubrir? ¿Por qué visitar los mismos lugares, habiendo tantos rincones nuevos por explorar? Lo mismo se preguntó Dionisio Jesús Chucho Valdés Rodríguez, Chucho Valdés para el mundo, respecto a los géneros musicales… ¿por qué encasillarse en un solo estilo habiendo tantos instrumentos, tantos ritmos, tanto mundo, tanto… tanto?

Para reconocer el origen de su inquietud, en este Pantalla sonora retrocederemos algunas décadas, con tres resulta suficiente. Desde Quivacán, provincia de La Habana, Cuba, Dionisio creció rodeado de deliciosas piezas; cómo no iba a hacerlo, su padre fue Bebo Valdés, una de las figuras más reconocidas del jazz afrocubano que integró el grupo de iniciadores del bebop y el batanga, variedades que juegan con el ritmo, solos instrumentales y la improvisación, haciendo del jazz un nuevo discurso.

En su legado ya estaba escrito liberarse de ataduras rítmicas, su antecesor así lo dispuso, siguiendo de cerca los pasos de la charanga liderada por Antonio María Romeu y su orquesta, quienes trajeron a nuestros oídos la oportunidad de hacer sonar La Gioconda del italiano Ponchielli, usualmente acompañada de una orquesta y unas zapatillas al aire, para aterrizarla en el baile isleño y mucho menos etéreo en pasos y a ritmo del danzón.

Sin embargo, queriendo abrirse un camino que dejara ver aún más claras las raíces de su pasado, Chucho Valdés retomó la cultura yoruba, uno de los grupos étnicos más grandes de África, que, a través de la trata de esclavos, encontró su lugar en varios países de América, entre ellos por supuesto, Cuba. El batá, tambor en forma de reloj de arena y primordialmente utilizado para propósitos religiosos, fue el instrumento clave para integrar la yoruba al lenguaje propio y resignificado de Valdés, pero su agrupación Irakere fue la manera expuesta de asentarla.


Un poco de yoruba, prueba y error

En 1972 el álbum Jazz Batá tuvo su debut, una mezcla del vibrante piano de Chucho Valdés, el contrabajo de Carlos del Puerto y las percusiones de Óscar Valdés dieron vida a este disco conformado por diez piezas demasiado experimentales para su tiempo, pero que fueron el antecedente más directo para la formación que vino tan solo un año después, Irakere, un puñado sólido de músicos de entre los que destacan el saxofón de Paquito D’Rivera, la batería de Enrique Plá y la guitarra de Carlos Morales, y cuyo fundamento trabaja las raíces musicales afrocubanas, mezclando armonías clásicas, impresionistas, el jazz y el rock, para dar vida a música de concierto, tradicional y popular cubana. 46 años después, Valdés retomaría este primer intento para lanzar Jazz Batá 2, una continuación que retoma los principios del primer álbum pero que añade importantes diferencias respecto a este, siendo la más importante, la adición de un violín dentro de algunos temas que estuvo en manos de Regina Carter.



Juntos para siempre

Omara, Pablo y Silvio fueron algunas voces que Cuba prestó para dar vida a grandes colaboraciones lideradas por Valdés, pero sin duda alguna, la más entrañable y de las comercialmente más exitosas en la carrera del pianista fue entre él y su padre Bebo Valdés en Juntos para siempre. Bebo y Chucho, no la primera grabación en conjunto entre padre e hijo, pero sí la única oportunidad de dar rienda suelta a la memoria, la añoranza y el tributo. Fue durante el 90 aniversario de Bebo y el 67 de Chucho (ambos nacidos un 9 de octubre pero de 1918 y 1941 respectivamente) que el repertorio salió a la luz con cuatro boleros (entre los que destaca Sabor a mí y Lágrimas negras, una de las piezas más reconocidas del álbum Bebo Cigala), una dedicatoria de un hijo a su padre con Preludio para Bebo y una dedicatoria de un padre a un hijo en A Chucho, pasando por un clásico de la música cubana, una descarga conjunta obligada y cerrando con un buen sabor de boca a cargo de la siempre festiva conga. Desde distintos extremos y visiones, Cuba ha gozado de una vasta cantidad de representantes que han sabido nutrir la historia del afro-cuban jazz y de la historia musical misma, dotando de ritmo, vida y corazón cada época, cada lucha y cada memoria.