“La mujer mexicana, que no se ha excluido de la parte activa revolucionaria, no se le excluya de la parte política y que, por lo tanto, alcance de la nueva situación derechos siquiera incipientes, que la pongan en la senda de su dignificación de la que en gran parte dimana la significación de la patria”.
Estereotipadas como Adelitas o soldaderas, mujeres combatientes en las filas de los ejércitos implicados en la guerra civil o trasladando a los cuarteles y campos de batalla las labores domésticas, como el cocinar, cuidar o acompañar a los hombres, la imagen de las mujeres durante la Revolución mexicana ha sido subordinada al gran relato que protagonizan los Madero, Huerta, Villa, Zapata o Carranza. Sin embargo, la vindicación en tiempos recientes de la mujer como agente y sujeto de la historia nos muestra que a la par de los grandes personajes masculinos que inundan las páginas de los libros de historia, hubo mujeres con nombres y apellidos que jugaron igualmente un papel relevante antes, durante y después de la gesta revolucionaria que marcó los derroteros sociales, políticos y culturales del México contemporáneo.
En los campos de batalla, algunas mujeres fungieron como generalas, es decir, líderes de tropas, así Carmen Vélez, La Generala, quien se levantó en armas durante la revolución maderista y a finales de mayo de 1911 apareció en las faldas occidentales de La Malintzin al mando de 300 hombres que operaban en los distritos tlaxcaltecas de Hidalgo y Cuauhtémoc; a su paso por San Bernardino Contla y Amaxac de Guerrero destruyó documentos oficiales, cambió autoridades y aconsejó que se demandara la abolición de impuestos; en junio del mismo año anunció que marcharía sobre Santa Cruz Tlaxcala, muy cerca de predios fabriles y otras poblaciones importantes, ante lo que el gobernador del estado buscó detener su avance por temor a una sublevación obrera.
Destaca también Amelia Robles Ávila, mujer afrodescendiente de Xochipala, Guerrero, cuyo excepcional manejo de armas y del caballo le ganó el nombramiento de generala dentro del ejército zapatista; después de su ingreso a las filas bélicas, Robles Ávila solicitó que se refirieran a su persona en masculino y comenzó a vestir del modo como hacían los hombres de la época; se cuentan 70 acciones armadas en las que participó, primero en la facción zapatista y después en la obregonista. En 1978, aún en vida, la Secretaría de la Defensa Nacional condecoró al General Robles, veterano de la Revolución, a quien hoy por hoy se considera la primera persona transgénero en México en ser reconocida institucionalmente.
También entre el fuego cruzado destaca la presencia de mujeres limpiadoras de armas, quienes pasaban el armamento en pleno conflicto, lo limpiaban o pulían, o bien, recogían los cartuchos e incluso les quitaban las armas a los que yacían muertos. Estaban también las distribuidoras, como Áurea San Martín, prima de los Serdán, quien participó primero como agente confidencial y contacto entre los caudillos y otros jefes del movimiento revolucionario en 1910, intermediando la comunicación entre Aquiles Serdán, su familia y sus correligionarios; Áurea también se encargó de distribuir armas entre los revolucionarios y el 18 de noviembre de 1910 intentó dar a sus primos un paquete con dinamita, pero fue encarcelada porque al catear la casa de los Serdán se encontró su correspondencia con Aquiles.
Están también las enfermeras, cuyos servicios fueron fundamentales durante el conflicto, como el apoyo de los cuerpos voluntarios de enfermeras para la causa carrancista, entre quienes se cuentan Sara Perales, Celia Espinoza Jiménez y Juana Torres: la primera de ellas se afilió al constitucionalismo como enfermera en jefe en 1914, en Monterrey, Nuevo León; mientras que la segunda se incorporó a la Cruz Blanca Neutral después del golpe de Estado de 1913; y la última apoyó al movimiento en los estados de Nuevo León y San Luis Potosí, y se hizo de fama cuando logró sanar las heridas de Eulalio Gutiérrez.
Sin embargo, el papel de la mujer se remonta algunos años antes del estallido del conflicto y no se reduce al ámbito bélico: las mujeres también combatieron en tinta y papel como intelectuales y periodistas, críticas del régimen porfirista, defensoras y militantes de la justicia social, y precursoras de la agenda feminista y la equidad de género en nuestro país. El desarrollo tan pregonado por la dictadura de Díaz implicó la entrada de las mujeres a los espacios educativos y las fábricas, si bien, en inequidad de condiciones respecto de los varones, de modo que en los primeros años del siglo XX surgen también organizaciones de mujeres trabajadoras, maestras normalistas y obreras textiles, las cuales se adhirieron a las demandas del Partido Liberal Mexicano.
Algunas de estas mujeres hicieron públicas sus denuncias y críticas hacia el régimen en diarios y otras publicaciones periódicas, razón por la que se las persiguió y encarceló, tal fue el caso de Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, editora del semanario Vésper; Dolores Jiménez y Muro, colaboradora en la revista La Mujer Mexicana, además de redactora y firmante del Plan políticosocial de la Sierra de Guerrero (antecedente del Plan de Ayala, documento en cuya elaboración también participó); y Elisa Acuña y Rosetti, integrante de la Confederación de Clubes Liberales en 1903 y editora de La Guillotina, periódico financiado por ella; estas tres mujeres fundaron en la cárcel la sociedad Hijas de Cuauhtémoc, que protestó por los excesos cometidos en el porfiriato y se expresó a favor del reconocimiento de la igualdad entre la mujer y el hombre.
Otras organizaciones de mujeres combatientes que datan de antes del estallido revolucionario fueron la Sociedad Protectora de la Mujer, primera organización feminista creada en 1904 por María Sandoval de Zarco (quien fue la primera abogada graduada en México en 1889) en conjunto con otras mujeres profesionistas preocupadas el desarrollo físico, intelectual y moral de la mujer en la sociedad, así como por su participación en las ciencias, las artes y la industria; las Admiradoras de Juárez, cuyas afiliadas iniciaron la lucha por el voto femenino en 1906; la Liga Feminista Antirreeleccionista Josefa Ortiz de Domínguez y el Consejo Nacional de Mujeres Mexicanas, que pugnaban por la transformación de la sociedad; o las Hijas de Anáhuac, fundada por obreras de la industria textil en 1907 en Tizapán, D.F., una de las primeras organizaciones reaccionarias que se apropió del Programa del Partido Liberal Mexicano, además, sus integrantes se propusieron igualmente luchar por el mejoramiento del papel de la mujer en la sociedad.
Durante los años del conflicto, numerosas mujeres se sumaron a la propaganda política, fuera dentro del antirreeleccionismo, el maderismo, el zapatismo, el villismo o el constitucionalismo. Tal es el caso de la periodista Hermila Galindo, quien fue secretaria particular de Venustiano Carranza y directora del semanario ilustrado La Mujer Moderna; Hermila defendía la participación de las mujeres en los asuntos políticos y tuvo una posición de avanzada en problemas como el divorcio, la sexualidad, la religión o la prostitución, fue una destacada exponente del feminismo en México, entre 1915 y 1919 llevó sus ideas a la prensa, la tribuna y la organización de clubes políticos femeniles y sociedades feministas en lugares como la Ciudad de México, Toluca, Puebla, San Luis Potosí, Campeche o Veracruz.
Hermila Galindo ejerció una gran influencia en el entonces gobernador del estado de Yucatán que desenlazó en la celebración del primer y segundo Congreso Feminista, ambos de 1916, en los que participaron cientos de mujeres, docentes en su mayoría, y en los que se discutió sobre la desfanatización de la mujer y su mejoramiento social, la educación femenina, el derecho al sufragio y la participación en funciones públicas; de estas reuniones se derivó una agenda que fue presentada al congreso constituyente que diseñaba la actual constitución del país promulgada en 1917, la cual ponía sobre la mesa cuestiones como el divorcio, el aborto, la prostitución, el delito de violación y el sufragio femenino.
La historia que suele contarse es que la Constitución de 1917 cristalizó las demandas de justicia que llevaron a la sociedad mexicana a hacer la Revolución; sin embargo, y a pesar del papel crucial que jugaron las mujeres en el conflicto armado, tanto en las trincheras como intelectualmente, fueron pocas las demandas feministas las que se plasmaron en el papel: el voto femenino no fue una realidad hasta 1953 y la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia se promulgó recién en 2007, mismo año en que se despenalizó el aborto en la Ciudad de México; lo que sí se asentó en aquel entonces en la Carta magna fue el reconocimiento de los derechos laborales de las mujeres en lo que concierne a la maternidad, además del salario mínimo y la jornada laboral en condiciones de igualdad con los hombres (aunque en la realidad la inequidad sigue siendo la norma). La justicia social demandada por las facciones en pugna durante la Revolución mexicana también comprendió una agenda en favor de los derechos de las mujeres y muchos de los puntos de esa agenda siguen pendientes de realizarse en nuestra sociedad a más de 100 años, ya no del movimiento armado, sino del surgimiento de las primeras organizaciones de mujeres en nuestro país.