Por: Arody Rangel

Julio Verne, el visionario desencantado

Considerado junto a H. G. Wells como el padre de la ciencia ficción, el escritor francés Julio Verne optó por el término novela científica para nombrar a sus obras. En cada relato, Verne logró armonizar la descripción precisa de paisajes, las fascinantes aventuras de los más osados viajeros y descripciones de rigor científico. Él mismo no fue un ávido viajero, tampoco un científico, pero sí un gran apasionado de la ciencia y de los pasos agigantados de que daba muestra en su época; a mitad del siglo XIX la humanidad abrazaba el sueño del progreso tecnocientífico y Verne se convenció de que era posible acercar al gran público los grandes ingenios de la ciencia a través de la literatura.

Su fascinación por la naturaleza y la ciencia se remonta a su infancia y en su juventud despertó la vocación artística, sin embargo, su padre lo exhortó a continuar con la tradición familiar de la abogacía y estudió leyes. En la París de aquel tiempo, el joven Verne trabó amistad con hombres de letras, científicos y aventureros, como Alexandre Dumas hijo y Gaspard-Félix Tournachon Nadar; al primero le debemos que Julio remontara sus pasos hacia la escritura y al segundo, mítico fotógrafo aeronauta, la pasión de Verne por los viajes temerarios a bordo de sofisticadas máquinas.

Verne pasó su juventud en el barrio bohemio, trabajó en la bolsa, fue redactor de una revista, contrajo nupcias y tuvo un hijo antes de que se diera su éxito editorial. El feliz suceso se debe al encuentro, en 1862, entre el escritor y Pierre-Jules Hetzel, fundador y editor de Le Magazin d'éducation et de récréation, una revista literaria que buscaba enseñar y divertir a las familias; Verne dio a Hetzel un conjunto de pequeños relatos en los que combinaba genialmente la literatura con la divulgación científica, el editor le pidió que les diera forma de novela y así nació Cinco semanas en globo.

Tras el éxito editorial de aquella primera colaboración, Hetzel le ofreció a Verne un contrato de 20 años por 20 mil francos anuales a cambio de que escribiera dos novelas también anualmente. Los títulos de aquella empresa han pasado a la historia como los Viajes extraordinarios, publicados primero en partes para la revista y luego en un solo tomo bellamente adornado; innegable es el valor de esta obra pedagógica que no sólo fascinó a sus contemporáneos, sino que influyó y sigue influyendo a cientos de personas en sus vocaciones científicas y literarias por igual.

La imaginación de Verne nos llevó a la Luna mucho antes de las misiones Apolo y aún no hay quien haya sondeado los abismos marinos como el capitán Nemo, ni qué decir sobre la actual imposibilidad de viajar a las entrañas de nuestro planeta, para esa fantasía sólo Verne. Visionario excepcional, este escritor predijo en sus relatos avances científicos como el submarino, los viajes espaciales o las máquinas voladoras; es más, nuestro alunizaje casi fue como el que describiera en De la Tierra a la Luna, salvo por el modo como se lanzó efectivamente aquella nave espacial.

Julio Verne ha pasado a la historia como un entusiasta de la ciencia y el progreso, pero sus últimas obras, denominadas oscuras, proyectaban un futuro desolador, chocante para el entusiasmo general que apostaba por una humanidad felizmente beneficiada por los aportes de la ciencia. A un siglo de distancia, aquellos augurios pesimistas del Verne viejo y desencantado se han trocado en realidad.


París en el siglo XX (1863, 1994)

Después de Cinco semanas en globo, Verne dio a Hetzel el relato París en el siglo XX, una novela que mostraba de manera pesimista un futuro 1960 en la entonces capital del mundo. En aquella ficción, la industria y los intereses del mercado dominan el orbe, en tanto que las humanidades y las artes se han desechado por fines prácticos; novela de anticipación tanto por sus predicciones económicas y políticas como tecnológicas: el fax, la silla eléctrica y la comunicación global en tiempo real ya estaban en la imaginación de Verne en 1863. Hetzel rechazó el relato e instó al joven escritor a no abandonar la línea entusiasta de la novela científica y aquellas páginas distópicas quedaron olvidadas por años, fue hasta 1979 que el bisnieto del escritor, Jean Verne, las descubrió y fueron publicadas en 1994.


Los quinientos millones de la begún (1879)

La idea original de esta novela fue presentada a Hetzel, éste le dio el original a Verne y su veredicto fue que tenía que reescribirla por completo. Los hechos de la ficción suceden en la misma época en que fue escrita, allí la fortuna de una princesa hindú queda sin heredero directo y tras la búsqueda de parientes lejanos que la reclamen, aparecen el médico francés Sarrasin y el químico alemán Schultze; la fortuna se reparte a partes iguales entre estos hombres tan distintos, quienes disponen de ella para fines del todo contrarios: mientras Sarrasin crea la utópica y moderna ciudad de France-Ville, donde las personas viven pacífica y armónicamente con los mejores avances de la tecnología a su servicio; Schultze erige Steeltown, la ciudad del acero, una fortaleza totalitaria que produce armas de destrucción masiva para las potencias del mundo, donde las personas han perdido su individualidad y no son más que números. Es casi imposible no leer la novela en clave vaticinadora: la utopía por regla no ha tenido lugar, pero aquella ciudad del acero y su régimen recuerdan bastante al nazismo ‒y precede por mucho a las distopías ya clásicas de Orwell y Huxley que se inspiraron en los totalitarismos históricos‒.


El eterno adán (1910)

Obra póstuma, es más una reflexión sobre el hombre y su paso por la Tierra; las elucubraciones se suceden en la cabeza del antropólogo Sofr-Ai-Sr, quien ha hallado un diario de otra época, cuyo escritor da cuenta de un conflicto bélico sin precedentes entre las naciones, así como de una catástrofe ecológica que han diezmado a la humanidad. Luego de repasar el final que han tenido ya otras épocas, este antropólogo concluye que el destino del hombre es circular, que a los momentos de despertar científico y de dominio del entorno les siguen los enfrentamientos y la destrucción. En este breve relato, Verne está ya muy lejos de su juvenil entusiasmo por la ciencia y más que contrastar los usos positivos y negativos del conocimiento, termina por señalar el fatídico destino de los pasos de la humanidad.