Cuando se escucha hablar de grandes cineastas de la historia, quizá nos parezcan muy lejanos, pocas veces imaginamos que hayamos convivido tan de cerca con sus creaciones. Personajes como Jorge Negrete, Fernando Soler, María Félix, Silvia Pinal, Miroslava, Arturo de Córdoba, Lilia Prado, Pedro Armendáriz, Ernesto Alonso y otros muchos son los intérpretes protagónicos de historias que hemos visto más de una vez y que, sin saberlo quizá, son piezas de arte reconocidas en Cannes o Venecia.
Tal es el caso del cineasta español exiliado en México, Luis Buñuel. Conocido por su cine surrealista, siempre cargado de humor negro para no apelar a la sensibilidad barata, crudo y crítico, su carrera está llena de una variedad de historias o formas de contarlas que han sido objetos de admiración de sus colegas y de estudio interminable para el mismo cine, la psicología y hasta la sociología.
En México fue donde tuvo la oportunidad de explayar varias inquietudes y pese a que la mayoría de su trabajo realizado aquí (1949—1965) es considerado por él mismo y la crítica como películas alimenticias, no hay duda para los admiradores de su obra, de que su etapa en México es la más prolífica.
De esa estancia en nuestro país realizó 21 películas, desde el fracaso en taquilla Gran Casino (1947) pasando por uno de los tesoros más valiosos que dejó para México, Los olvidados (1950), hasta la galardonada en el Festival de Venecia Simón del desierto (1965). Para deleite de sus asiduos admiradores, la Cineteca Nacional presenta la exposición Buñuel en México en la que se “ofrecerá una visión introspectiva a las producciones mexicanas de este heredero del surrealismo”. Además de la exhibición de 10 módulos, en la que se podrán encontrar “carteles originales de sus películas, fotografías inéditas del acervo Juan Luis Buñuel, la Palma de Oro que Buñuel recibió por Viridiana, el crucifijo-navaja de la misma película, fragmentos de cintas restauradas, reproducciones de vestuarios de El Jaibo, Viridiana y Robinson Crusoe, guiones con anotaciones del propio director y correspondencia poco conocida”, la Cineteca tendrá en su cartelera un ciclo de cine donde se proyectaran las 21 películas que filmó en México.
Con ese pretexto, te enlistamos (primera parte) algunas de las cintas que se presentarán en el mes de noviembre y que vale la pena ver en la pantalla grande.
El segundo filme dirigido en México por Buñuel, llegó a sus manos luego de que el protagonista y productor del filme, Fernando Soler, abandonara la misión de también dirigir. La comedia de El gran calavera hace un acercamiento a la clase alta mexicana de la época y muestra su opulencia de manera crítica pero con humor. La cinta narra la historia de una familia adinerada que despilfarra el dinero y que busca darle una lección al patriarca de familia. El argumento está basado en la obra de teatro homónima de tres actos escrita por el dramaturgo Adolfo Torrado e inspiró una taquillera cinta allá por el 2013: Nosotros los nobles.
“Vean por qué son peligrosas las figuras ingenuas como Susana” versaba el paratexto del cartel de Susana (Demonio y carne). La cinta protagonizada por Rosita Quintana en el papel de la mujer seductora sin escrúpulos que se escapa del reformatorio y llega al rancho de una familia intachable para hacerlos caer en la inmoralidad, es la muestra de sublevación de Buñuel para realizar sus melodramas mexicanos. La llegada del mal, de Susana, es vaticinada por la misma naturaleza: una tormenta y la muerte de un potrillo recién nacido; la pérdida de la moral se verá forjada por la prohibición que les es manifestada a todos los hombres de la finca, haciendo que el cuerpo —Susana— sea siempre objeto de deseo —inalcanzable— y por ende, una tortura: “¡Qué voluptuosidad produce destruir!”.
“En México me he visto obligado a una gran rapidez de ejecución... que a veces he lamentado luego” afirma Buñuel en el libro de entrevistas Mi último suspiro. El cineasta relata quejosamente que para filmar una escena en el cementerio que se tenía planeado capturar en tres días, ésta se redujo a escasas horas durante la madrugada por indicaciones del siempre “bendito” sindicato. Subida al cielo es un filme surrealista donde el deseo, la muerte, la cultura y la religión dan forma a la historia de un hombre recién casado, cuya consumación de su reciente matrimonio se ve entorpecido por la agonía de su madre, quien pide verlo urgentemente para realizar su testamento. De manera onírica —en el estricto sentido de la palabra— Buñuel representa los deseos del protagonista por, sobre todas las cosas, poseer a Raquel, la femme fatale que no deja de perseguirlo, y realiza con ironía una crítica a los principios morales dictados por la religiosidad.
Para Buñuel, la cinta protagonizada por Arturo de Córdoba era una de sus películas predilectas —al menos de las rodadas en México—. Consideraba que la cinta podía corresponder a cualquier lugar y cualquier época pues lo que proyecta es el retrato de un paranoico. Francisco Galván de Montemayor delira con que cualquiera mire a su esposa, le sonría o converse con ella, y la paranoia le nubla el juicio provocándole episodios de ira incontenible. Este personaje fue una fuente de inspiración para el maestro del suspense Alfred Hitchcock, quien nunca tuvo reparo en admitir la influencia de la cinta de Buñuel en su filme Vértigo. Él fue nominada al Gran Premio en el Festival de Cannes en 1953.
Caireles y Tarrajas son el chófer y el cobrador de un tranvía de la capital mexicana. Con la modernización se anuncia que estos vehículos saldrán de circulación lo que para los protagonistas significa no sólo decirle adiós a su empleo, sino a una parte de ellos. En vísperas de Navidad, Caireles y Tarrajas envalentonados por la nostalgia deciden secuestrar el tranvía para dar un último paseo. El guion, escrito por José Revueltas y Juan de la Cabada, muestra a bordo del viejo transporte público de la primera mitad del siglo XX, una pintoresca postal de la Ciudad de México a través de los personajes que van abordando el tranvía. A través de ellos se hace gala de diversos aspectos de la condición humana como el amor, la vida y la muerte, el deseo, la religión, los prejuicios, el trabajo, el deber y por supuesto, los sueños. Sin embrago, la comicidad de La ilusión viaja en tranvía no le valió ni el reconocimiento de la crítica ni tampoco el del propio Luis Buñuel.