Por: Mariana Casasola

Crónica de una catástrofe anunciada

Finalmente hemos alcanzado la fecha señalada, esa que nos fue advertida en cientos de estudios y tesis durante las últimas décadas, los cuales condenaban nuestro estilo de vida como responsable directo del colapso de todo, desde el medio ambiente hasta la sociedad globalizada a la que pertenecemos. Ahora nos encontramos frente al punto de no-retorno. ¿Hasta aquí parecemos suficientemente fatalistas?, ¿acaso esto suena a premisa de una película apocalíptica? Bueno, apenas vamos comenzando.

Durante los primeros días del mes pasado fue presentado en la sede de la Unesco en París un informe i por parte de la Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos (IPBES, por sus siglas en inglés), donde se detalla el declive sin precedentes de la naturaleza. Auspiciado por la ONU los últimos tres años, este reporte de más de 1,500 páginas evalúa los cambios en las últimas cinco décadas y proporciona con evidencia irrefutable el primer panorama completo del estado de la biodiversidad mundial desde 2005, con investigaciones proporcionadas por 400 expertos de 50 países. Los datos arrojados están muy lejos de ser alentadores.


El estado del mundo

De acuerdo con los resultados del informe de la IPBES, las acciones humanas han alterado significativamente la naturaleza en todo el mundo y esto constituye una amenaza directa para el bienestar humano en todas las regiones del planeta. Entre lo más alarmante de su contenido está la afirmación de que alrededor de 1 millón de especies de animales y vegetales están en peligro de extinción, y desaparecerán, de no hacer nada, en la próxima década, algo nunca visto en nuestra historia. Y el impacto de estas extinciones masivas no sería sólo medioambiental, pues la biodiversidad influye directamente en la vida de todas las personas: en la comida que consumimos, en el aire que respiramos, en el agua, y en el desarrollo de todo cuanto conocemos.

¿Encontramos algún resto de optimismo entre este oscuro panorama? La respuesta es compleja, pero digamos que este informe hace un llamado más que urgente para que los responsables políticos y las empresas tomen medidas decisivas, enfatizando la apremiante necesidad de alcanzar en 2020 un nuevo modo de desarrollo para las naciones que nos permita preservar el bienestar de la naturaleza y por ende el de las personas.

Pero ¿acaso el destino del mundo se encuentra sólo en las manos de gobernantes y empresarios? En el marco del Día Mundial del Medio Ambiente, celebrado cada año el 5 de junio, aquí presentamos las medidas que como ciudadanos de a pie estamos obligados a atender si queremos rescatar nuestro futuro, teniendo en cuenta que frente a los planes de los gobiernos o las grandes empresas, quienes deberán propiciar la reducción de emisiones para dentro de 10, 50 ó 100 años, un cambio en la conducta individual sí puede tener un efecto benéfico inmediato.

Basta de excusas, tenemos que vivir de manera diferente en la Tierra, cambiando totalmente nuestros hábitos de consumo. Aunque sigue siendo importante tomar medidas como separar la basura, cuidar el consumo de luz, moderar el gasto de agua, evitar el uso de plásticos, etc; de acuerdo al estudio publicado en la revista Environmental Research Letters las acciones verdaderamente significativas e inmediatas en la reducción de las emisiones de contaminantes son sólo cuatro:


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1. Hola, dieta verde

Las cifras no pueden ser más contundentes: dejar de comer carne y optar por una dieta vegana evitaría la emisión de 0,8 toneladas de gases de efecto invernadero (tCO2) por persona, por año. La razón es muy sencilla, y no por eso menos aterradora, ya que los principales productos de origen animal (carnes, lácteos, peces de piscifactoría y huevos) requieren el 83% de la tierra dedicada a la producción de alimentos y son responsables de casi el 60% de las emisiones más contaminantes (en su mayor parte CO2 y metano, CH4). Lo peor es que, a cambio, solo aportan el 37% de las proteínas y apenas el 18% de las calorías que sostienen la alimentación humana. Si se hiciera un cambio masivo hacia una dieta basada en plantas de agricultura local y sustentable —no de supermercado, ni grandes consocios e importaciones exóticas— disminuiría el consumo mundial de agua en un 20% y las distintas emisiones bajarían a la mitad. Además, el 76% de las tierras que ahora ocupan el ganado y la agricultura para alimentarlo volvería a la naturaleza.


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2. Adiós al coche

Después de la dieta vegetariana, la medida de mayor impacto es abandonar por completo el uso del automóvil. Así de radical como suena, pues ni siquiera el uso de carros eléctricos nos permitiría alcanzar las estimaciones de ahorrar 1,15 tCO2 (toneladas de gases de efecto invernadero) anualmente, por persona, de no usar automóvil.



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3. No cruzar el charco

Aunque la industria aeronáutica ha prometido trabajar para que sus motores sean más limpios y eficientes, hacen falta décadas de transformaciones para que su aportación a la contaminación global disminuya. En cambio, cada vez que una persona evita volar, reduce las emisiones de manera inmediata. Aunque es sólo una minoría de la población mundial la que tiene recursos para volar, la publicidad y el abaratamiento de los vuelos han hecho que las cifras crezcan y se vuelva cada vez más accesible realizar esta actividad altamente contaminante. Individualmente, no hay ninguna otra actividad humana que provoque tantas emisiones en tan poco tiempo como la aviación, ya que es muy intensa energéticamente: la aviación produce un porcentaje importante de emisiones mundiales de CO2, además de óxidos de nitrógeno (NOx), partículas, estelas de condensación y cambios en las nubes de cirro, y todo esto produce efectos de calentamiento adicionales. ¿Realmente necesitamos volar tanto como deseamos o la industria nos induce a ello?


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4. Vámonos haciendo menos

Redoble de tambores. La medida más personal y la de mayor impacto de todas las que puede tomar una persona en pro del equilibrio ambiental: no tener hijos. El efecto de dejar de reproducirnos rebasa todas las gráficas pues arroja una reducción de las emisiones casi en 60 tCO2 —esto sin tomar en cuenta que estos estudios se han realizado en países desarrollados donde ya tienen tasas de natalidad muy bajas—. Se trata de la estimación más arriesgada ya que se basa en la cruda realidad de que tener hijos en esta sociedad hiperconsumista implica aportar a futuro emisiones contaminantes por generaciones y generaciones.



i Aunque no será publicado en su totalidad hasta más entrado el año, el resumen de las conclusiones del informe se encuentra aprobado en la página oficial de la IPBES, organismo independiente impulsado por la ONU.