Por: Arody Rangel

Nuestro cuarto propio: la herencia de Virginia Woolf

Los grandes poetas no mueren; son presencias permanentes, y sólo necesitan una oportunidad para caminar, encarnados, entre nosotros

Un cuarto propio, Virginia Woolf

Un 28 marzo de 1941, Virginia tomó su abrigo favorito, camino al río Ouse llenó sus bolsillos de rocas, no paró al llegar a la orilla y continuó río abajo. Aquello fue, sin duda, uno de los suicidios más poéticos entre los de los poetas, inmortalidad alcanzada, quizá, a partes iguales por el genio y la locura: pues en Virginia cohabitaron ambos filos, uno lúcido, vanguardista y heroico creó sus novelas, y el otro, esa afección del ánimo que la hundió en varios temporales depresivos, y por último, en el río aquel día frío y luminoso.

Su padre era crítico literario, su herencia fue el gusto por las letras y las artes; junto a sus hermanos formó el círculo intelectual de Bloomsbury, que recibió a personalidades como Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein; fundó con su esposo Leonard Woolf el sello editorial The Howard Press, que publicó a Katherine Mansfield y T. S. Eliot, y que rechazó el Ulises de Joyce. Mujer moderna, su narrativa rompió los moldes de la época, así lo atestiguan La señora Dalloway, Orlando, Al faro, Las olas y uno de los ensayos más citados entre los feminismos: Un cuarto propio.

Debido a éste y otros ensayos, debido a que Virginia pensó desde su condición y lugar histórico en el mundo, es que su nombre está ligado indefectiblemente al feminismo. Ya en las primeras líneas aparece la sentencia que se repetirá como mantra en el texto: “Para poder escribir novelas, la mujer debe tener dinero y un cuarto propio”. No hace falta enumerar los crímenes y vejaciones que afectan a las mujeres hoy día para hacer patente que la cuestión no está resuelta; el pasado Día Internacional de la Mujer y este Marzo Mes Internacional de la Mujer no señalan una celebración, sino una lucha, como heredera e iniciadora de esa lucha dedicamos este Librero a Virginia Woolf.

A Virginia le pidieron dar una conferencia sobre “las mujeres y la novela”, así nació Un cuarto propio. La relación entre las mujeres y la novela, entre las mujeres y la literatura se puede decir de muchas formas, todas ellas no hacen sino señalar una falta: quienes escriben son hombres, no mujeres. Cierto que para la época en que Virginia escribía este ensayo, las mujeres comenzaban a ganar derechos, ella misma ya era una escritora reconocida, pero esa conquista reciente tenía tras de sí la larga historia de la sumisión del sexo femenino, hecho que no se puede omitir u ocultar a la vista, por eso y por la falta de una Historia de la mujer, Virginia dedica gran parte del texto a describir la condición de la misma desde la época Isabelina hasta sus días.

Virginia no se limita a señalar los hechos, la crítica reluce por sí misma. La razón por la que los hombres, mejor dicho, el patriarcado, se obstina en sobajar a la mujer es asegurar el dominio de unos sobre otras, igual que sucede entre pueblos y naciones. Poder, control, dominio, no hay más. Igual de sencillo es echar de ver que si alguien quiere dedicarse a escribir o cualquier otra ocupación intelectual, necesita tener un techo y un sustento, no sólo las mujeres, cualquiera que no haya nacido en la cuna de la clase dominante, y así lo señala Woolf: “seguro han muerto en el anonimato montones de genios igual entre las mujeres que entre los obreros”.

Incluso va más allá. Para Virginia, la prosa de algunas mujeres, al igual que la de muchos hombres, está contaminada de miedo e ira, y eso coarta el genio y el arte, le pone el pie a la belleza. Para Woolf, el artista debe poder despojarse un poco de su propia piel para poder erizar la piel de todos, un genio de la talla de Shakespeare sólo necesita dinero y un cuarto propio para ser, en otras palabras, sólo necesita poder ocuparse por entero de su arte y nada más. Ni materialista ni idealista, no hay más que ver la realidad para darse cuenta de que apenas hay un poeta pobre de renombre entre diez inmortales que vivieron entre las mieles del ocio.

Una más: quizá la mente del verdadero genio artístico sea andrógina. Cierto que los hombres han encontrado su estilo y tono entre los géneros y corrientes que sus patriarcas dejaron para su esparcimiento, cierto también que lo femenino debe crear y buscar su estilo y tono propios, tan cierto como que una de las grandes proezas del arte es armonizar esos y otros presuntos contrarios. El justo reclamo del feminismo da pie, al igual de justo, reclamo del humanismo: no más la separación y sumisión de un sexo por el otro, reconozcamos nuestras herencias, lo que la historia y el mundo han hecho de nosotros, pero sepámonos iniciadores de algo también.

Virginia se exige terminar el ensayo con una exhortación a las mujeres de su auditorio: mujeres, pueden seguir excusándose en el papel de madre, esposa y ama de casa, como heroínas anónimas, o tomar en sus manos las conquistas de sus predecesoras e ir a la universidad, hacerse de un sustento y un cuarto propio, hacerle justicia a la hermana de Shakespeare, esa que tenía talento pero murió sin pena ni gloria porque en su mundo era imposible para ella brillar, luchar por esa poetisa que puede surgir en cualquier lugar, ¿cómo? Afianzando el hábito de la libertad y el coraje de pensar, aún en la pobreza y la oscuridad, luchar porque ningún ser humano se vea limitado.

“Cierren con llave sus bibliotecas, si quieren, pero no hay ninguna puerta, ninguna traba, ningún cerrojo que puedan ponerle a la libertad de mi pensamiento”.