Por: Redacción Gaceta 22

Todos los caminos conducen a Roma… Ciudad abierta

Para 1945 el mundo estaba hecho trizas, las urbes más grandiosas se encontraban reducidas a escombros, la economía global pendía de un hilo, las pérdidas seguían retumbando en las cabezas. Al final de la Segunda Guerra Mundial, con las naciones tratando de ir dejando atrás el trastorno, el arte intentaba encontrar sentido a los horrores recién vividos. Pero el cine, arte y negocio del siglo, parecía preferir la evasión y el olvido. Mientras en Hollywood no se hacían más que películas publicitarias, ni Francia ni Alemania tenían industria, y el resto de Europa apenas produjo un puñado de filmes expiatorios.

Fue en Italia donde ocurrió la primera cinematografía en darse cuenta de la verdadera magnitud de la tragedia. Y este duro proceso de toma de conciencia de la realidad histórica se abrió con una película: Roma, ciudad abierta de Roberto Rossellini, un joven cineasta que había estado trabajando con el régimen fascista durante la guerra, pero que al terminar el conflicto se reivindicó para mostrar por primera vez las realidades que la historia oficial ocultaba y que el cine rechazaba porque no formaba parte de los mundos de ensueño que tradicionalmente vendía. Desde su nueva urgencia política, Rossellini ya no quiso darle la espalda al horror y en cambio lo presentó sin miramientos. El cine perdió de golpe su inocencia, pero Italia antes que cualquier otra nación recobró el derecho de mirarse a la cara.

El título del filme habla de una ciudad abierta refiriéndose a Roma cuando a finales de la guerra se hallaba indefensa, a expensas de los abusos del dominio nazi. Pretende ser un tributo a aquellos italianos que lucharon contra los alemanes, personas que se sacrificaron y en ocasiones perdieron la vida, resaltando que la resistencia no era ajena a la gente común. Esta es la historia de una variedad de personas comunes que estuvieron a la altura de las circunstancias, que equilibraron sus vidas personales con su compromiso político, que vivieron una batalla continua en la que incluso los niños sintieron la necesidad de combatir con sus medios al enemigo común.

"Todos los caminos conducen a Roma… ciudad abierta", escribió en 1959 desde Cahiers du Cinéma Jean-Luc Godard, jugando con el viejo proverbio italiano, para admitir que cuando se quiere pensar en el cine moderno, se tiene que partir de la película seminal de Rossellini. Porque Roma, città aperta no es solo un hito en la historia del cine italiano, sino posiblemente, junto a Ladrones de bicicletas (1948) de Vittorio de Sica, es una de las películas más influyentes y simbólicas de su época, que ha dejado huella en todos los movimientos cinematográficos que siguieron.

Este Top #CineSinCortes lo dedicamos al cineasta que fue una pieza clave del neorrealismo italiano, en el marco de un aniversario más de su nacimiento (8 de mayo de 1906), y al recuento de los elementos que hace de Roma Ciudad abierta, uno de los mayores clásicos del cine.


Cómo nace un clásico

Image

Al final de la guerra, no había industria cinematográfica en Italia ni dinero para financiar películas. Pero el joven Roberto Rosellini se aventuró a la suerte de un pionero cine independiente cuando en 1944 conoció y se hizo amigo de una adinerada anciana en Roma que quería financiar un documental sobre Don Pieto Morosini, un sacerdote católico que había sido fusilado por los alemanes por ayudar al movimiento partidista en Italia. Rossellini llamó a su amigo Federico Fellini para que lo ayudara con la historia y a contactar al actor Aldo Fabrizi para que interpretara al sacerdote.

La dama aquella también se interesó en financiar un documental adicional sobre los niños romanos que habían luchado contra los ocupantes alemanes. Fueron Fellini y el guionista Sergio Amidei quienes sugirieron a Rossellini que en lugar de dos documentales cortos hiciera un largometraje que combinara las dos ideas, y en agosto de 1944, solo dos meses después de que los aliados hubieran obligado a los nazis a evacuar Roma, los tres amigos comenzaron a trabajar en el guion de la película. Según Amidei, el guion original se escribió en una semana dentro de la cocina de Fellini.

El rodaje comenzó en enero de 1945, pero la financiación de la anciana dama romana nunca fue suficiente y la película se rodó austeramente por estas circunstancias más que por razones estilísticas. Los estudios de cine se encontraban inservibles, así que se filmó en las calles que aún mostraban los escombros y la destrucción que dejó la ocupación nazi. Rossellini vendió todo lo que tenía para poder continuar filmando y optó por contratar en su mayoría a actores no profesionales, algo que eventualmente sería la norma del movimiento neorrealista italiano.


Dentro y fuera del Neorrealismo

Image

El término Neorrealismo se usa para describir al que se convirtió en el movimiento cinematográfico más famoso e influyente del siglo pasado, un signo del cambio cultural y progreso social italianos, que surgió como una reacción contra la artificialidad de la llamada escuela del “teléfono blanco” de comedias y melodramas de clase alta entonces populares bajo el fascismo. Sus películas presentaban historias e ideas contemporáneas y, a menudo, se rodaban en las calles porque los estudios de cine habían sufrido daños importantes durante la guerra. Suele considerarse a Obsesión (1943) de Luchino Visconti como el primer ejemplo genuino del movimiento. Pero el filme que siempre se asociará a la gestación del Neorrealismo es Roma, città aperta, quizá debido al revuelo y éxito que cosechó cuando ganó el Gran Premio en el Festival de Cine de Cannes de 1946 como la primera gran película producida en Italia después de la guerra.

Aunque se piensa que Ciudad abierta estableció varios de los principios del Neorrealismo, en realidad contradice muchas de las características estéticas que comúnmente se consideran neorrealistas: los interiores están filmados en decorados, los actores principales (Ana Magnani y Aldo Fabrizi) eran actores con una trayectoria considerable, el guion era el resultado de una elaboración bastante compleja, su narrativa no rompe con el modelo tradicional y la iluminación de muchas secuencias no puede ser considerada neutra. Lo que nadie puede negar es que se trata de una obra que revela una posición moral nueva y revolucionaria de este enorme cineasta ante los hechos y la realidad.


Magnani

Image

Hay héroes, hombres dedicados a resistir el dominio alemán, un cura que arriesga su vida por ayudar a estos arrojados, niños que desafían su edad y los peligros por su nacionalismo. Pero en Roma, città aperta hay, sobre todo, una mujer. Pina, el corazón de la película, interpretada por Anna Magnani, quizá no es más que una mujer común, una viuda de la guerra con un hijo pequeño, que está embarazada y a un día de casarse con un trabajador de imprenta y miembro activo de la resistencia, pero terminó por convertirse en el personaje más cercano a la gente italiana, el más real.

En una de las escenas más infames de la película, justo para culminar el primer medio del largometraje, Pina es asesinada en la calle alcanzada por una ráfaga de balas cuando corría desesperada detrás de la camioneta que llevaba a su prometido secuestrado por la Gestapo. La escena está basada en la historia real de Teresa Gullace, quien fue asesinada por los alemanes frente al cuartel en Viale Giulio Cesare. Magnani, con su voz ronca, su belleza de pueblo, con su comportamiento natural tan alejado de la falsa sofisticación de las divas del cine fascista y toda la pasión que le imprime a Pina, se ganó por completo a los italianos que en ella encontraron la verdad de un país con demasiada frecuencia olvidado.

Pina fue el comienzo de una nueva carrera para Magnani, volviéndola el ícono del cine en la nueva Italia: un rostro real, una mujer real, un nuevo tipo de actriz, que pasaría a trabajar con Visconti, Renoir, Cukor, Monicelli, Lumet, Pasolini, Fellini. Siempre en nombre de la realidad. Siempre con pasión por la verdad.


El cine y la inocencia

Image

En otro de los momentos más perturbadores de Roma, città aperta, un oficial de la Gestapo somete a una serie de inhumanas torturas a un miembro de la resistencia comunista italiana mientras obliga a escuchar sus gritos de dolor a un sacerdote que mantienen prisionero. Rossellini muestra en primer plano la tortura, el rostro desfigurado del líder de la resistencia y el rostro apesadumbrado del cura, que desde fuera del campo visual, escucha los gritos de desesperación. Después, la toma se abre, ahí yace el hombre en cruz, mientras un soldado alemán lo sigue quemando con un soplete.

Esta representación de la tortura implicó la pérdida de la inocencia del cine frente al mundo real y la crueldad, estableciendo una nueva dimensión política del acto de mostrar. Quizá hoy en día los espectadores se preguntan por qué tanto revuelo con Roma, città aperta. Estamos demasiado acostumbrados a la violencia de la realidad, acostumbrados a los horrores cotidianos, pero en el cine no había existido antes de esta película un retrato frontal de las bajezas humanas y las resistencias sociales ante la ignominia. Cuando Rossellini dejó de darle la espalda al horror y en cambio lo contempló, sin enfatizarlo, sin subrayar sus efectos, no sólo realizó una película siempre conmovedora, también transformó para siempre los límites del cine en el campo de la ética.