Por: Geovanny Villegas

Javier Solís: el jilguero de Tacubaya

Casi con placer, he sentido
que me voy muriendo; que mis asuntos
no marchan muy bien, pero marchan;
y que al fin y al cabo han de olvidarse.

Rubén Bonifaz Nuño


Gabriel Siria Levario nació el 1 de septiembre de 1931 en la colonia Obrera, ubicada en el centro de la Ciudad de México. Debido a las dificultades económicas que sus padres atravesaban, optaron por abandonarlo a los ocho meses de edad. A partir de este momento, su tío Valentín Levario y su esposa Ángela López se hicieron cargo del pequeño Gabriel, quien, toda su vida, los consideró como sus únicos padres.

Desde la infancia mostró un gusto especial y una incipiente habilidad para el canto: de vez en vez, cuando la familia recibía invitados en casa, Ángela alentaba a su hijo a cantar para la concurrencia, quienes, complacidos, terminaban de escuchar el improvisado show con lágrimas en las mejillas.

Como suele suceder, los caminos de la vida no son como uno pensaba, ni como los imaginaba. Así que, a los 11 años, Gabriel nuevamente se quedó solo: tras la muerte de Ángela en 1939, Valentín, su padre, perdió el rumbo de la vida. Ante esta situación, el pequeño jilguerillo comenzó a trabajar en diversos oficios: aprendiz de mecánico, cargador de canastas en el Mercado Becerra, lavacoches, panadero y, finalmente, carnicero.

Este último oficio lo alternó con su mayor pasión: la música. Y en 1946 se presentó por primera vez en el Teatro Salón Obrero, donde interpretaba tangos. Posteriormente cantó en el Trío México, grupo formado con sus compadres Pablo Flores y Miguel García. No obstante, en la Plaza Garibaldi comenzó a forjarse su carrera como cantante de ranchero. De esta manera, los dueños de diversos centros nocturnos lo contrataron como cantante y animador, hasta que, finalmente, en 1950, Julito Rodríguez, primera voz del trío Los Panchos, lo recomendó para audicionar en la compañía Columbia.

Desde luego, la disquera reconoció sus aptitudes vocales, y, así, en 1956 lo contrató como artista exclusivo.

En este punto de su carrera, tomó el nombre artístico de Javier Solís y en 1958 grabó su primer éxito: Llorarás, llorarás:




Por su tesitura y modulación se ganó el mote del “Rey del bolero ranchero”, un género híbrido entre el bolero, originario de Cuba, y la música vernácula.

Cabe señalar que a lo largo de nueve años de carrera grabó más de 300 canciones e interpretó a los grandes compositores del momento, como Agustín Lara, José Alfredo Jiménez y Álvaro Carrillo:




Y cómo no sucumbir a la profunda voz de Javier que canta a las añejas heridas que se niega a cerrar el olvido: “Ya ni llorar es bueno cuando no hay esperanza. Ya ni el vino mitiga las penas amargas que a mí me matan.”




Finalmente, en el punto más álgido de su carrera, la fortuna intervino de nueva cuenta para concluir lo que comenzó una tarde en el hospital de la colonia Obrera, cuando el pequeño Gabriel abrió los ojos al mundo: la muerte. Tras una complicación biliar, el 19 de abril de 1966 Siria Levario falleció, pero la vida de Javier Solís, permanece.