Por: Rebeca Avila

H.G. Wells, el izquierdista hombre del futuro

La época victoriana, 63 años de claroscuros en los que la sociedad regida bajo las normas doblemoralinas contrastaba con el progresismo industrial y la avanzada del imperialismo británico por el mundo. En esa Gran Bretaña bajo el gobierno de la reina Victoria, nació y creció Herbert George Wells, uno de los escritores más prolíficos y populares de su nación.

Considerado uno de los iniciadores de la ciencia ficción, incluso antes de acuñarse el término literario (aunque la mente pionera del género no es patriarca sino la matriarca Mary Shelly con su Frankenstein o el modero Prometeo publicado en 1817), junto a su contemporáneo, el francés Julio Verne, H. G. Wells hizo de la ciencia ficción un género popular, no en términos de calidad -su prosa siempre fue franca y sin pretensiones de sofisticación-, sino en la manera en que la masificación de sus obras encontró su gusto entre un público deseoso de conocer historias donde una ciencia especulativa se entremezclaba con la imaginación para ofrecer múltiples metáforas.

Ese pequeño hombre con mala facultad para la oratoria, según se dice, no fue sólo uno de los autores más importantes de su patria y de la lengua inglesa, sino que se le considera, como se suele hacer con las mentes brillantes, un genio adelantado a su tiempo, quizá una cualidad imprescindible para escribir ciencia ficción: una mente que, motivada por la inseguridad del progreso y la posibilidad de un cataclismo social, viera hacia el futuro más desolador para la especie humana.

Pero su visión hacia el futuro no estaba solo en sus historias ficticias. H. G. Wells fue un opositor de todo lo concebido bajo las normas sociales y culturales victorianas: fiel partidario de las causas justas en las que las clases sociales y económicas dejaran de beneficiar a unos pocos a costa del sufrimiento de unos muchos; de la liberación femenina de los cánones moralistas; alertador de que el progreso no siempre es indicador de bienestar; y un pensador socialista, creyente de un Estado basado en la igualdad, la educación y la cultura. Para dar a entender sus ideas al público, utilizó la novela corta y a través de sus argumentos que, aunque ficticios, resultan ser creíbles en la medida de la probabilidad o posibilidad de volverse una realidad, se presume que poseía voz de profeta al vaticinar algunos hechos ocurridos en la realidad, como la destrucción de Londres debido a una guerra, la creación de la bomba atómica y los peligros del uso de la inteligencia artificial.

Desdeñado incluso durante mucho tiempo como literatura fantástica para niños, la realidad es que las obras de Wells poseen una gran carga filosófica (como suele suceder con la ciencia ficción) y de crítica social, pero de una manufactura tan afable en sus mismas complejidades, que son excelentes lecturas de iniciación tanto en la literatura en general como en el género. En el marco del aniversario 75 de su muerte (13 de agosto de 1946), recordamos algunas de las novelas más destacadas -obras que fueron prohibidas y quemadas por los nazis- provenientes de la imaginativa pisque que se adelantó a otros títulos imprescindibles de la ciencia ficción, como las obras de Philip K. Dick, Douglas Adams, Aldous Huxley o George Orwell.


La máquina del tiempo

“Me detuve lentamente y, sin dejar mi asiento en la Máquina del Tiempo, contemplé a mi alrededor. El cielo ya no era azul. Hacia el noreste era de un negro profundo, y en aquella oscuridad brillaban intensa y continuamente las pálidas estrellas. Sobre mi cabeza, el firmamento era de un rojizo oscuro sin estrellas, y al sudeste se hacía cada vez más claro, hasta llegar a un escarlata furioso en el que, cortado por el horizonte, se asentaba la enorme cáscara del sol, roja e inmóvil”.

La teoría de la Relatividad especial de Einstein abordó y explicó por primera vez la idea del tiempo como cuarta dimensión, con la cual cualquier objeto podía ser ubicado en un espacio y momento determinados. Casi una década antes, H. G. Wells presentó esa idea (de manera más fantástica que física) donde se quebrantarían las matemáticas como se les conocía, siendo sólo una abstracción creada por el hombre para comprender el cosmos, así como el planteamiento del tiempo como un lugar a través del cual desplazarse. Con ese argumento inicia La maquina del tiempo, la primera novela publicada por Wells que utiliza los viajes en el tiempo como una metáfora para hablar de la lucha de clases. En esta historia, un viajero en el tiempo logra viajar miles de años en el futuro sólo para encontrar una Tierra en paz en apariencia. En su superficie viven los Eloi, seres hermosos físicamente, pero inútiles hedonistas. La existencia perfecta de los Eloi deja de serlo cuando llegan las noches sin luna y sus vidas corren peligro, pues sin rastro de luz emergen a la superficie los Morlock, otra raza de humanos que han desarrollado gran fuerza y control del mundo desde el subsuelo, advirtiendo así los peligros de la opresión de los de abajo que tarde o temprano, siendo mayoría, se revelarán para dominarlo todo. Pero además, osa plantear cómo la división entre la humanidad puede derivar en extinción.


La guerra de los mundos

“Al ver aquellas criaturas extrañas y terribles, la multitud que se encontraba a orillas del agua quedóse paralizada de horror. Por un momento reinó el silencio. Después se oyó un ronco murmullo y un movimiento de pies, así como un chapoteo en el agua. Un hombre, demasiado asustado para soltar el bulto que llevaba, se volvió y me hizo temblar al golpearme con su carga. Una mujer me dio un empellón y pasó corriendo por mi lado. Yo también me volví con todos, mas no era tan grande mi terror como para impedirme pensar. Tenía en cuenta el mortífero rayo calórico. La solución era meterse bajo el agua”.

El 30 de octubre de 1938 es famoso por ser el día (más bien noche) en que algunas ciudades de Estados Unidos cayeron en el caos. Una ola de personas se encontraba evacuando sus hogares y tratando de comprar víveres, pues habían sido presas del pánico tras escuchar en la radio una noticia de último momento acerca de una invasión marciana. Pese a que el hombre detrás de la transmisión, Orson Welles había advertido que se trataba de un episodio de su programa radiofónico “The Mercury Theatre on the Air”, el público, como ocurre a menudo, sólo escuchó el caos. Cuando H. G. Wells escuchó la noticia de la paranoia ocurrida del otro lado del mundo, pensó que la lectura de su novela había ocurrido justo como lo imaginó. Eran los últimos años del siglo XIX cuando el británico ya hablaba de invasiones del espacio exterior en La guerra de los mundos, 40 años antes de ser narrada por Orson. En ella utiliza la premisa ya conocida por la mayoría, la llegada de los marcianos a la Tierra con el único afán de destruir a los humanos con rayos calóricos. Pero la metáfora se trataba de colonizar a los colonizadores: recientemente el Imperio acabada de cometer una masacre contra los nativos de Tasmania, una de sus tantas colonias, ¿qué pasaría si un día llegan, a bordo de sus sofisticadas naves, unos seres extraños para desatar su furia con el solo propósito de aniquilar a la población?


El hombre invisible

“En ese momento, un perro que jugaba en lo alto de la colina lanzó un aullido y corrió a esconderse debajo de una verja. Todos notaron algo, una especie de viento, unos pasos y el sonido de una respiración jadeante que pasaba a su lado. La gente empezó a gritar y a correr. La noticia se difundió a voces y por instinto en toda la colina. La gente gritaba en la calle antes de que Marvel estuviera a medio camino de la misma. Todos se metieron rápidamente en sus casas y cerraron las puertas tras ellos. Marvel lo estaba oyendo e hizo un último y desesperado esfuerzo. El miedo se le había adelantado y, en un momento, se había apoderado de todo el pueblo.
‐¡Que viene el hombre invisible! ¡El hombre invisible!”

¿Cuáles serían las ventajas de ser invisible?, ¿pasar desapercibido?, ¿realizar travesuras?, quizá tendrías que andar desnudo, pero qué más da, nadie te vería. En El hombre invisible un hombre que ha jugado un poco con la ciencia logra volverse invisible. Pese a que puede ser el logro soñado, se enfrenta a varias problemáticas, la primera es que no puede revertirlo, la segunda es que a menos que esté totalmente desnudo, cualquier ropaje lo delata, por lo que debe vestirse de pies a cabeza, cubrir sus manos y su cara, o podría morir de frío. Cuando arriba a la posada de un pequeño pueblo, este sujeto, con claros indicios de desorden mental, comienza a cometer algunos actos delictivos, siendo el robo el menor de ellos. Su reinado de terror sobre los que no pueden verle y mucho menos castigarle o atraparlo, muestra no sólo la responsabilidad que conlleva el uso de la ciencia, sino sobre la perdida de empatía cuando alguien se aparta o es apartado de la sociedad y sobre la importancia de la vigilancia para mantener el orden social.


La isla del Dr. Moreau

“Los alaridos sonaban con más fuerza en el exterior. Parecía como si todo el dolor del mundo se hubiera concentrado en una sola voz. Y aun a sabiendas de que el dolor estaba en la habitación contigua, creo que habría podido soportarlo –al menos eso he pensado desde entonces– de haber sido un dolor mudo. Pero cuando el sufrimiento halla una voz y nos pone los nervios de punta, la compasión llega a ser una molestia”.

La alteración genética de algunas especies animales y experimentación con ellos para beneficio de los humanos es un tema que en pleno siglo XXI continúa encontrando fisuras para no ser regulado. Virus que “escapan” de laboratorios y que matan a millones de personas parecen ficción o una teoría conspiranóica de la que quizá nunca tengamos certeza, al igual que los monstruosos experimentos que detalla Wells en La isla del Dr. Moreau. Aquí, las fronteras de la ciencia y su ética son transgredidas por un científico que juega a ser Dios: él mismo decide recluirse en una isla remota luego de ser expulsado de Inglaterra por sus cuestionables trabajos científicos. En este lugar paradisíaco reinará el terror cuando cerdos, perros, hienas y otros animales cuyas morfologías y cerebros han tratado de ser humanizados por Moreau, dejan salir sus instintos más bestiales.