“El amor a la servidumbre sólo puede lograrse como resultado de una revolución profunda, personal, en las mentes y los cuerpos humanos
En el siglo VII de la Era Fordiana los hombres se producen en serie y son diseñados y condicionados para funciones sociales específicas. En el Estado Mundial la gente es feliz: ama su trabajo, compra cosas, tiene libertad sexual, entretenimiento y drogas para escapar de la realidad. Los especímenes de la antigua civilización viven en Reservas para Salvajes, con su moral, su religión, sus enfermedades y sus crisis existenciales… Este es el argumento de Un mundo feliz, la novela más famosa del escritor inglés Aldous Huxley.
Publicada en 1932 —17 años antes que 1984 de George Orwell—, esta novela abrió paso a la vena distópica dentro de la ciencia ficción. La distopía o antiutopía es una sátira que refleja la desesperanza histórica que han generado los totalitarismos y las guerras, así como sus subsecuentes crisis sociales, económicas y ambientales. La distopía vuelve la espalda a la utopía y proyecta escenarios futuros, ya no ideales, sino latentes en nuestra propia realidad y circunstancias, en ellos, la sociedad es controlada por un régimen que ha logrado imponer su ideología gracias al desarrollo científico y tecnológico, y la deshumanización es patente.
Aunque Un mundo feliz forma junto a las distopías de Orwell y Bradbury la tríada de referencia del género, la primera novela distópica fue Nosotros (1924) del ruso Evgueni I. Zamiátin, lamentablemente su obra fue prohibida dentro de la URSS y, aún hoy, es poco conocida. Sabemos de boca del propio Orwell que leyó al ruso —incluso hizo una comparación entre la obra de Zamiátin y la de Huxley antes de gestar la suya propia— y no es improbable que Huxley lo haya hecho también (la obra de Zamiátin se leyó antes en inglés que en ruso).
La influencia de Nosotros en las profecías de ambos ingleses es innegable, por ejemplo: el Estado Único de Zamiátin y el Estado Mundial de Huxley, los nombres alfanúmericos de Zamiátin que indican estratos sociales y el orden alfabético de las castas del mundo feliz de Huxley, aunque los logros de la ciencia y la tecnología distan en cada caso. En Nosotros se vive una hiperindustrialización e hipertecnologización, el orden cuasi matemático de la sociedad se empata con la posibilidad de conquistar nuevos mundos en el espacio exterior, mientras que en Un mundo feliz la ciencia y la tecnología han logrado producir seres humanos en probetas, pero logrado esto, no se promueve el avance científico-tecnológico.
A la hora de evaluar la actualidad de cara a las predicciones de Huxley o de Orwell, 1984 irrumpe de inmediato: algo muy parecido al Gran Hermano nos vigila 24/7, en todas partes del mundo, cosas parecidas al Ministerio de la Verdad falsean la realidad, hasta podríamos hallar paralelos de “Los dos minutos de odio” en muchas de las manifestaciones de intolerancia y discriminación del día a día; pero el planteamiento mismo de la obra de Huxley hace de su esbozo distópico algo mejor logrado: ¿cómo hacer más eficaz la sujeción de las personas a un régimen totalitario? Fabricándolas. En el mundo feliz casi todo lo ha resuelto la ingeniería genética y lo que no, se logra con el condicionamiento neopavloviano y la hipnopedia, mejores armas que la vigilancia y el castigo, y más eficientes que la propaganda y el adoctrinamiento.
En el mundo feliz la sociedad está dividida en castas: Alfas, Betas, Gamas, Deltas y Epsilones, todos son creados en probetas y todos reciben condicionamiento, tanto los Alfas que se dedican a la ciencia o la administración, como los Epsilones que hacen intendencia o siembran los campos. Todos trabajan y forman parte del engranaje y la estabilidad social. Después de sus jornadas, todas las castas reciben su respetiva dosis de soma, una droga que tiene “todas las ventajas del cristianismo y del alcohol; y ninguno de sus inconvenientes. Uno puede tomarse unas vacaciones de la realidad siempre que se le antoje, y volver de las mismas sin siquiera un dolor de cabeza o una mitología. Un solo centímetro cúbico cura diez sentimientos melancólicos…”, además, existen espacios de esparcimiento como el sensorama, algo como un 4D con realidad virtual y sensorial. No hay enfermedades, la reproducción vivípara es tabú, la libertad sexual es la norma —“todos pertenecen a todos”, reza un precepto de sabiduría hipnopédica—, no hay angustias existenciales ni temor a la muerte, nadie importa demasiado.
O como lo señala Mustafá Mond al salvaje: Actualmente el mundo es estable. La gente es feliz; tiene lo que desea, y nunca desea lo que no puede obtener. Está a gusto; está a salvo; nunca está enferma; no teme la muerte; ignora la pasión y la vejez; no hay padres ni madres que estorben; no hay esposas, ni hijos, ni amores excesivamente fuertes. Nuestros hombres están condicionados de modo que apenas pueden obrar de otro modo que como deben obrar. Y si algo marcha mal, siempre queda el soma. Incluso hay sucedáneos para las emociones fuertes, como la violencia, que se suministran cada tanto para hacer frente a los indomables vestigios de la condición humana.
En el mundo feliz de Huxley hasta los líderes vienen de probetas y al igual que hay regiones salvajes, que no merece la pena civilizar, hay islas a donde van los sujetos en los que algún error de cálculo ha resultado en una conciencia demasiado desarrollada de la individualidad: todo está previsto y controlado, el orden es impecable. Este mundo se debe a los logros científicos y tecnológicos, pero los desarrollos intelectuales representan una amenaza… Nuestro mundo está cada vez más cerca de lograr crear seres humanos en probetas y los desarrollos de la inteligencia artificial quizá devengan en escenarios distópicos como los de Dick o Asimov. A cualquier distopía —al menos a la mayoría— la antecedió una gran guerra mundial o una catástrofe ambiental global, o ambas; ¿qué vendrá después de que caiga el último grano de arena del reloj de nuestra actual civilización?