Por: Arody Rangel

Madame Bovary soy yo: nunca dijo Flaubert

“Cada sonrisa ocultaba un bostezo de aburrimiento, cada alegría una maldición, todo placer su hastío, y los mejores besos no dejaban en los labios más que un irrealizable deseo de una voluptuosidad más alta”.

Madame Bovary, Gustav Flaubert

Clásico de clásicos, representante por excelencia del realismo literario y precursora de la novela moderna, Madame Bovary de Gustav Flaubert es también considerada la mejor obra del escritor francés. Fue publicada por entregas en La Revue de París entre octubre y diciembre de 1856, y publicada íntegramente al año siguiente. A la escritura de Madame Bovary, Flaubert dedicó cinco años, su redacción sigue al pie de la letra dos de las convicciones del autor: perseguir la objetividad e impersonalidad en la obra (en clara oposición con el romanticismo) y lograr la perfección literaria a través de la musicalidad de las frases; a este respecto, debido a la belleza gramatical de sus páginas, esta novela dignificó al género mostrando que el arte de la prosa podía elevarse a la altura de la poesía.

La historia trata de la tragedia de Emma Rouault, una mujer de la pequeña burguesía, educada en un convento y lectora asidua de novelas románticas, quien quijotescamente sueña con amores como los que ha leído en libros. Las ensoñaciones de Emma parecen adquirir realidad cuando se casa con el médico Charles Bovary, quien llegó a casa de los Rouault para tratar al padre y pidió la mano de Emma luego de quedar viudo; sin embargo, muy pronto Emma cae en el desencanto, pues nada de la realidad que vive atisba ni un poco al mundo idílico de su fantasía y deseo. Una noche, el matrimonio Bovary asiste a una fiesta en el castillo del marqués de Vaubyessard, paciente de Charles; allí Emma tiene una probada de ese mundo que puebla sus anhelos, lo cual sólo hace más duro el regreso a su monótona cotidianidad.

Convencido de que lo que su mujer necesita es cambiar de aires, Charles Bovary se muda con Emma de Tostes a Yonville. Al tiempo que Madame Bovary busca emular las sofisticaciones de la aristocracia al hacerse de una doncella y adquirir finos atavíos con el comerciante local Lheureux, conoce a Léon Dupuis, un joven aprendiz de notario con quien comparte su pasión por los libros y un romance que no llega a concretarse, pues Léon se va de Yonville para continuar sus estudios. Emma se convierte en madre, pero su desilusión por haber alumbrado a una niña y no un varón, la alejan de la pequeña. También inicia una tórrida aventura con Rodolphe Boulanger, un donjuán de quien cae profundamente enamorada y a quien se entrega sin mesura, convencida de estar viviendo por fin el gran romance de su vida; sin embargo, cuando Emma le propone a Rodolphe huir y hacer una vida juntos, este se desdice se sus promesas de amor y decide terminar la relación.

Así, Emma se hunde una vez más en la desoladora realidad de un matrimonio en el que no es feliz, a pesar de que Charles busca complacerla en todo, como la noche en que la lleva a Ruan para sosegar su desánimo con una ida a la ópera; esa noche, el matrimonio se reencuentra con Léon y al día siguiente, Emma y el joven notario dan por fin rienda suelta al deseo que los consumía antaño. Esta segunda aventura, aunque intensa, sólo le descubre a Madame Bovary que el deseo nunca se satisface del todo y que siempre se apetece más, que nada podrá jamás compararse a las delicias que le ofrece su imaginación y que la confrontación con la realidad la dejará siempre insatisfecha.

Pero el desenlace fatal de Emma viene con otro golpe de realidad: un día, Felicité, su doncella la recibe con la noticia de una orden de embargo con plazo de 24 horas para liquidar la deuda que Madame Bovary ha contraído con Lheureux por la adquisición de lujos para ella y regalos para sus amantes; Emma acude a ellos, Léon y Rodolphe, para solicitarles ayuda con la cifra que no puede solventar, pero en ambos casos topa con pared. Su decepción unida a su profundo desencanto la llevan a donde el farmacéutico Homais por una dosis fatal de arsénico. Tras su suicidio, Charles, quien termina totalmente quebrado, descubre unas cartas que le revelan las infidelidades de su esposa; un tiempo luego, él también decide terminar con sus días y su pequeña hija Berthe queda huérfana y condenada a una vida errante.

Ahora bien, por mucho tiempo se ha atribuido a Gustav Flaubert la frase “Madame Bovary c’est moi”, “Madame Bovary soy yo”. Tras la pista de lo que esta poderosa cita podría significar, se ha dado con que muchos de los elementos de la novela formaron parte de la vida del autor, como el hecho de que conocía de primera mano los gajes del oficio de médico, pues su padre lo era, o que una mujer con la que tuvo un amor tortuoso, Louise Colet, inspiró el personaje central de esta historia; incluso, que muchos aspectos de la personalidad desabrida de Charles Bovary serían el reflejo del propio Flaubert. También se opta por hacer evidente que, en la medida en que la obra se propone ser el retrato objetivísimo de una época, Madame Bovary es Flaubert, al igual que lo son sus coetáneos.

En tiempos recientes, se ha dado con que la primera referencia de esta frase, en los textos biográficos de René Descharmes sobre el autor, carece de sustento y que es más bien probable que Gustav no haya hecho jamás una afirmación como esa. Pensemos, además que, para el autor, Emma encarna muchas de las cosas que él buscaba denunciar y criticar: las aspiraciones de la burguesía, la falsa moral de la época o los ufanos ideales románticos de la literatura inmediatamente anterior a él. Con todo y para complejizar aún más las relaciones entre el escritor y su personaje: Emma es su versión del Quijote, dato destacable pues la lectura del clásico de Cervantes marcó a Flaubert en su juventud; además, también en la juventud, Flaubert fue un ávido lector de novelas románticas, al igual que Emma, y hasta tuvo ocasión de conocer a quien fue por mucho tiempo su ídolo, el gran Victor Hugo.

Lo que la famosa frase puede referir se complica también a la vista de las disímiles recepciones que ha tenido la novela y los juicios que se han hecho hacia su protagonista. Por ejemplo, tras su publicación, Flaubert fue acusado de faltas a la moral por el tema del adulterio, pero el juicio no procedió debido a que, según la lectura que se hizo, la novela no buscaba inducir el comportamiento de Madame Bovary entre las damas, sino alertarlas sobre el desafortunado desenlace que pueden tener historias como las de Emma. Entre los lectores, hay quienes no toleran el personaje de Emma, quien se les antoja una verdadera villana, una mujer egoísta dispuesta a todo con tal de satisfacer sus caprichos; también los hay que la identifican como una mujer incomprendida, víctima en un mundo que favorece sólo la felicidad y plenitud de los hombres, e incluso, sobre esta línea se han hecho lecturas feministas del personaje de Madame Bovary.

Lo cierto es que, a través de Emma Rouault, después Madame Bovary, Gustav Flaubert también encaró y denunció el machismo de la época, parte de la profunda insatisfacción de esta mujer viene de constatar que la vida es mejor para los hombres, que para ellos sí que es posible realizarse, trazar sus propios senderos sin tener que cubrir un papel doméstico, como el de ama de casa o de madre; por ejemplo, el único consuelo que Emma encuentra en su estado de gravidez es la posibilidad de estar gestando un hombre y que luego esto no resulte así, se suma a todas las infelicidades de su vida. Pero que haya una denuncia al patriarcado no implica necesariamente una postura feminista, Emma no es una heroína ni busca la emancipación de la mujer, sino realizar sus fantasías románticas.

Con Madame Bovary, a decir de algunos, se cuela por primera vez en la literatura la figura del antihéroe, de los personajes protagónicos que no encarnan ningún ideal sino a las personas de a pie, con su ordinaria vulgaridad que oscila contradictoria entre el vicio y la virtud, la lógica y las pasiones. La obra de Flaubert alcanzó también lo que pocas, convertirse en una palabra -como lo shakespeariano o lo quijotesco-: el término bovarismo, sin registro en el diccionario, se usa desde 1892 en los campos de la psicología y de la crítica literaria para referir un síndrome de insatisfacción crónica, resultado del contraste entre lo que una persona anhela, sobre todo en términos amorosos, y lo que le sucede en la realidad, que es frustrante las más de las veces. Bobaristas, pues, todas las desilusiones del amor romántico, que crónicamente se extienden hasta nuestros días y son resultado de una desafortunada educación sentimental.