Por: Mariana Casasola

Marlene Dietrich. Transgresora diva del Hollywood dorado

A través de la neblina humeante de un abarrotado club nocturno aparecía ella, cantando hipnótica y sugestivamente. La tentadora por excelencia, amoral y sofisticada; la personificación del encanto sexual; complicada, contradictoria, femenina y andrógina, espontánea y calculadora, muy maquillada pero natural, cómoda con trajes de época o más relajada fuera de la pantalla con pantalones acampanados. El suyo era un rostro que podría haberse encontrado en la pared de un antiguo templo: atemporal, misterioso, equívoco.

Trascender su presencia en el escenario y la pantalla fue una mística especial de Marlene Dietrich, cuya carrera como cantante y actriz abarcó más de medio siglo, comenzando en los clubes nocturnos y estudios cinematográficos de su nativo Berlín en la década de 1920. A principios de 1930 se convirtió en una de las principales estrellas de Hollywood, adorada por su acento alemán y su llamativo cabello rubio y los pantalones con volantes, las capas de armiño que eran sus marcas registradas.

"El glamour", dijo Dietrich una vez, "no es simplemente belleza. Es parecer emocionante, interesante". En la moda, ella marcó tendencias. Tanto en la pantalla como fuera de ella, a menudo usaba pantalones y trajes masculinos. Al demostrar que una mujer aún podía verse femenina con esa ropa, estableció una imagen completamente distinta, "la silueta de Dietrich" fue llamada, enfatizando la elegancia, las caderas y el busto discretos.

Nacida en Alemania en 1901, irrumpió en la escena internacional con la llegada del sonido al cine y su mejor trabajo lo hizo con sus compañeros emigrados europeos: Sternberg, con quien aprendió técnicas de maquillaje, iluminación y edición de películas que le permitieron mantener el control de su imagen durante muchos años; luego Lubitsch, quien sacó a relucir su talento para la comedia; Mamoulian; Wilder, quien explotó su inocencia corrupta; y Fritz Lang, brevemente su amante, quien finalmente la dirigió en un papel definitivo en una película que ella detestaba.

Sus personajes en la pantalla a menudo contenían una tentadora y extraña confusión de feminidad y masculinidad, una cualidad peculiar que parecía capturar la imaginación de hombres y mujeres en igual medida.

A 30 años de su partida, nuestro Top #CineSinCortes lo dedicamos a esta artista multifacética que exportó una estética andrógina y europea al Hollywood clásico, que nunca había tenido una estrella tan fría, tranquila y serena, transgresoramente ataviada con sombrero de copa y frac. Marlene Dietrich trabajó con algunos de los mejores directores que Hollywood haya visto, desde Alfred Hitchcock hasta Orson Welles. Aquí seleccionamos tan solo tres de sus trabajos más destacados como una introducción breve pero esencial en el enigma y atractivo de este fenómeno transgresor, glamuroso y grave que siempre fue Marlene Dietrich.


Der blaue Engel (Dir. Josef von Sternberg, 1930)
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Josef von Sternberg y Marlene Dietrich se convirtieron en pioneros de la sexualidad cinematográfica con este que fue el primer largometraje “hablado” en Alemania, sobre todo porque logró fusionar las dimensiones erótica y económica que caracterizaron a la República de Weimar, en toda su decadencia y desesperación. Aquí Dietrich es Lola Lola, una seductora cantante de cabaret en un sórdido club nocturno llamado como el título de la película, y Emil Jannings interpreta al profesor Immanuel Rath, un pomposo, pero conmovedoramente solitario maestro de escuela entrado en años que se encuentra indignado por encontrar postales obscenas de Lola en posesión de sus alumnos. Dispuesto a colarse en su camerino para enfrentarse a ella, el profesor termina perdido bajo su hechizo travieso y sensual. Rath deja todo por su amor condenado, pierde su trabajo de profesor, así como reputación y termina humillado haciendo el papel de payaso en el espectáculo de cabaret mientras Lola coquetea con un nuevo amante entre bastidores.

La imagen que construyó Dietrich en Lola Lola, con sombrero de copa y medias de seda, era la de una mujer liberada del mundo, que elegía a sus hombres, se ganaba la vida y veía el sexo como un desafío. El público quedó cautivado por esta criatura nunca antes vista más que en la imaginación. Esta fue la película que lo inició todo para Dietrich: su primera colaboración con Josef von Sternberg, la primera vez que cantaría su famosa Falling in Love Again y la primera vez que dejaría su huella en el escenario internacional.


A foreign affair (Dir. Billy Wilder, 1948)
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Al igual que muchas otras de sus películas, este es un caso de Dietrich y su coprotagonista femenina (en esta ocasión Jean Arthur) salvando la película del deslucido protagonista masculino (John Lund, descrito por el guionista y director Billy Wilder como “el tipo que obtuviste después de que escribiste el papel para Cary Grant y Grant no estaba disponible”). Arthur interpreta a una congresista remilgada que investiga a un oficial del ejército (Lund), y cuando se da cuenta de que realmente se ha enamorado de este hombre, tiene que alejarlo de los exóticos encantos de la cantante que interpreta Dietrich. Se trata de un triángulo amoroso filmado en el Berlín ocupado poco después del final de la Segunda Guerra Mundial, y es desafortunadamente una de las películas más subestimadas de Wilder. Dietrich y Arthur, ambas acercándose a los 50 y en la mejor forma de sus vidas, son luminosas y magnéticas, y el guion típicamente brillante de Wilder les da mucho con qué trabajar. Pero es realmente Dietrich quien hace el trabajo más fascinante como la cantante encantadora por excelencia. Porque en la inquieta feminidad de la señorita Dietrich, en sus sutiles sugerencias de burla y en sus atrevidos y retadores cantos, se centra no sólo la esencia del encanto romántico de la película, sino también su cinismo y su sátira inconfundible.


Judgment at Nuremberg (Dir. Stanley Kramer, 1961)
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Si bien Dietrich realizó un par de apariciones más antes de retirarse del cine, Judgment at Nuremberg representa el último papel importante de Dietrich. Aquí interpreta a la viuda de un criminal de guerra ejecutado, cuya antigua casa ahora alberga al juez principal (Spencer Tracy) que preside los juicios de Núremberg. Ella y Tracy sostienen varias conversaciones sobre la vida bajo Hitler y lo que sucederá en Alemania ahora que su reinado de terror ha terminado (la película está ambientada en 1948).

Esta es una película de grandes actuaciones y un giro importante para Dietrich que le imprime un poder silencioso y conmovedor. En la vida real ella fue una de las primeras y más apasionadas oponentes del nazismo. Cuando Hitler comenzó a arrestar a judíos, financió la fuga de varios amigos. Ya exiliada en Estados Unidos, había trabajado incansablemente contra el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial, así que encontró nauseabundo interpretar a alguien que profesaba odiar a Hitler y, sin embargo, se beneficiaba sin quejas de su despotismo. Puede haber sido esa confusión interior la que hizo de esta actuación una de las más ricas en su carrera.