Por: Rebeca Avila

Fania All-Stars: el día que “nació” la salsa en el Cheetah Club de Nueva York

Lo bailan en Venezuela, lo bailan en Panamá, este ritmo es africano y donde quiera va a acabar

Che Che Colé, Héctor Lavoe y Willie Colón


Quítate tú (pa’ ponerme yo) abrió la pista de baile el 26 de agosto de 1971. Sobre el tablero, una orquesta colosal: trompetas, trombones, timbales, bongós, congas, claves, bajos, un requinto, güiro cubano y piano, entre otros instrumentos, sonaban al uno solo haciendo emerger a través, primero de la música y luego del cuerpo al bailar, eso que los latinos llaman candela. La improvisación se hace presente, a la altura de los grandes jazzistas, y uno a uno los cantantes de la orquesta pasan al micrófono, quitándose uno para ponerse el siguiente a cantar. El lugar: el popular Cheetah Club, ubicado en la 53 de Manhattan, en pleno Broadway. Los protagonistas: la comunidad latina neoyorkina congregada para presenciar lo que muchos consideran el surgimiento oficial de la salsa. Ese jueves de agosto nombres como los de Cheo Feliciano, Héctor Lavoe, Ray Barreto, Willie Colón y Johnny Pacheco quedaron plasmados en la historia de la música latina.

La salsa, el género que dio visibilidad a la gente latina a través de la música, contó en sus letras las tragedias, carencias, alegrías, sentires y pensares de los marginados: puertorriqueños, dominicanos, cubanos. Algunos nacidos en la gran manzana, otros, migrantes que llegaron huyendo de la pobreza. Pero al igual que otros grupos que resistían a la segregación racial, los hispanos nacían, crecían y sobrevivían en los barrios más duros: el Bronx, el Harlem y Brooklyn, en medio de la discriminación, la pobreza y violencia (el augurio para la mayoría estaba entre pisar la cárcel alguna vez en su vida o terminar con una bala en el entrecejo).

Las raíces del género, que cambió la escena musical latina a niveles internacionales, se encuentran en los ritmos africanos y caribeños, como el son montuno, el mambo y el folclor jibaro, pero también en una evolución de estos llevados a la segunda mitad del siglo XX en los Estados Unidos, como los estilos boogaloo y el latín soul. Aunque sus bases son claras y la creación de la salsa es algo meramente latino, si se pregunta en dónde nació, la respuesta es en Nueva York y su sonido salido del ardor de las calles, esa selva de cemento, para trasmutar en una sofisticación comparable con el jazz.

La música vibrante, en muchos casos con larguísimas melodías de más de 15 minutos (eternas para quienes sudaban dando sus mejores pasos en la pista), eran acompañados de una lírica de lo más rica que hacía gala de la jerga hispana latina y otras expresiones que hoy en día serían puestas al lado de composiciones más modernas catalogadas de sexistas.

La idea de realizar este recital en el Cheetah era una apuesta doble: por un lado, hacer la presentación de Fania All-Stars mostrando a los músicos y, aún más importante para el sello, a quienes estaban en primera línea: sus cantantes y así dar notoriedad a artistas que ya eran alguien en el gremio faniero, pero que querían dar a conocer a un público mayor. Por otro lado, la idea principal de esta presentación “a lo grande” era poder filmarlo y hacer una película de formato documental. El resultado de alternar momentos clave del concierto, con material inédito de la vida cotidiana del barrio latino neoyorkino (con sus carencias y alegrías coexistiendo) como niños improvisando con botes y latas, peleas de gallos, rituales santeros, presentaciones musicales callejeras, gente bailando e intentos de arresto policiaco, entre otras escenas, fue un documental de lo más genuino en cuanto a exponer, sin pretensiones, esa “cosa latina” de quienes sacan a flote sus raíces caribeñas en una ciudad (sociedad) que los estereotipa.

A partir de aquel legendario concierto se incluyeron otros artistas de gran renombre, en su mayoría hombres y escasas cantantes mujeres como Celia Cruz y La Lupe. De este concierto documentado -que reunió a más de 4 mil personas en un centro nocturno cuyo cupo se rebasó al doble y que años más tarde (1973) repitió el fenómeno llenando (45 mil almas amantes de la salsa) y causando daños por 25 mil dólares de aquel entonces al estadio de los Yankees de Nueva York- destacaron en un principio cuatro nuyoricans listos para convertirse en solistas, cada uno de ellos con un estilo definido:


Cheo Feliciano

“India de raza cautiva, Anacaona, de la región primitiva”. Anacaona (que versa acerca de una líder aborigen que murió en la horca inquisidora), tema estrenado en el Our Latin Thing, fue aquel con el que Cheo Feliciano regresó a los escenarios después de una rehabilitación por adicción a la heroína, para formar parte esencial de Fania. Sin embargo, la parte más prolífica de la carrera de Cheo no se encuentra en la salsa sino en el bolero y los sones como Amada mía.



Héctor Lavoe

Héctor Lavoe es posiblemente, junto con Willie Colón, el artista de salsa neoyorquina que más alcance tuvo dentro y fuera de la esfera de la música latina de aquel entonces. Después del Cheetah, grabó innumerables materiales discográficos al lado del trombonista estrella de Fania (Colón) que fueron de los discos más vendidos del sello (aunque por debajo de Siembra de Colón y Blades) como Asalto navideño y Lo mato, de donde saltaron a la fama los temas La murga y Día de suerte, sin dejar de lado la composición con la que llegaron a otros mercados Che che colé. Juntos, Lavoe y Colón fueron durante la década de los 70 la dupla más exitosa de Fania Records. Años después (80 y principios de los 90) cada uno cosecharía por su lado sus más grandes éxitos como solistas.



Ray Barretto

Quizá Ray Barreto no alcanzó la fama de otros cantantes, pero su caso es muy particular; Barreto no tenía la experiencia en los ritmos rumberos como otros músicos, pues provenía de orquestas de jazz y su especialidad era la batería. Así que la aportación de Barreto en las percusiones (la base de la salsa) gracias a su experiencia y formación profesional como músico, le ganaron un lugar legítimo en Fania. El estilo heredado del jazz se ve reflejado en sus producciones antes y después de Our Latin Thing y en el genio de creaciones como Acid y Tumba’o africano.



Ismael Miranda

Este otro puertorriqueño ya tenía un camino forjado al lado de Larry Harlow, un músico y productor de origen judío (su nombre real era Lawrence Ira Khan). Aunque después de Fania All-Stars (donde crearon Abran paso) no permanecieron juntos y sus carreras no despegaron como la de Lavoe, por ejemplo, Miranda dejó una joya para la música salsa, el LP Así se compone un son donde brillaron temas como Cuídate bien y Las cuarentas.



Han pasado 49 años del estallido de la salsa en aquel club nocturno de Manhattan, que cambió para siempre la forma en la que se hacía y vendía música latina, masificando este género fuera del mercado latino y cuya influencia abarca hasta la actualidad, mostrando que la música va más allá de las barreras lingüísticas. De ese documental, Our Latin Thing, se desprendieron no sólo el material fílmico, sino cuatro materiales discográficos con lo mejor de aquella sesión, que aun siendo planificada en tan sólo dos semanas y con arreglos musicales dos segundos antes de salir al escenario, marcó un antes y un después para la comunidad latina que buscaba hacerse un lugar en aquella ciudad de contrastes culturales.