El 13 de noviembre de 1939, a los 60 años, Lois Weber falleció en un hospital. Estaba en bancarrota y su muerte pasó inadvertida. Pero al inicio de la industria fílmica, unos 25 años antes, la figura de Weber había sido titánica, con un legado que rebasaba las 130 películas y siendo la primera mujer en tener su propio estudio cinematográfico. Lo mismo fue directora, productora, actriz y guionista.
Lois tuvo siempre fascinación por el canto, lo que la llevó eventualmente a descubrir el teatro, la actuación y finalmente, la dirección. Desde sus primeros trabajos tuvo un sello distintivo, pero fue hasta 1913, con el cortometraje Suspense, que la cinematógrafa exploró los límites de la edición. Con ángulos y cuadros que estaban muy adelantados a la época, Weber rápidamente entendió que la edición tenía mucho más para dar. Así, dio vida a un montaje que muestra tres actos simultáneos, el intercutting (intermontaje) – que había sido utilizado por primera vez en The great train robbery, de Edwin Porter, en 1903 -, lo cual dio un giro nunca visto en el lente de Lois, pues optó por un mosaico triangular que muestra a la mujer hablando al teléfono a su esposo, el esposo contestando desde el otro lado de la línea y el vagabundo entrando a la casa, esculpiendo así, el paso del tiempo y el espacio.
Para 1914, Weber lideró las películas de materia social y política, entintando cada una de temas morales de gran controversia, como en la cinta Where are my children (1917), en donde abordó los anticonceptivos en una época en la que la literatura que hablaba sobre el tema estaba prohibida. A menudo convocaba la relación mujer-sociedad aún cuando la posibilidad del voto femenino ni siquiera estaba en construcción.
Desde la juventud de sus años en Allegheny City, ahora parte de Pittsburgh, la mente sin descanso de Weber creció bajo la mente soñadora de su padre, un decorador de la Pittsburg Opera House, y a partir de ahí, encontró inspiración en las trivialidades del diario.
Para Hypocrites, de 1915, la cineasta se basó en La Vérité, del artista Adolphe Faugeron, una pintura que muestra a La Verdad sosteniendo una antorcha en las manos mientras sale desnuda de entre una cueva frente a una multitud escandalizada.
En la película de Weber, Gabriel, un sacerdote del medievo, cincela a La Verdad y luego revela su obra a todo el pueblo; ante la desnudez de la escultura, la multitud se levanta en contra del sacerdote y lo linchan. Tras este prólogo, el mismo elenco ahora encarna a una sociedad moderna de los 1910 que, tras escuchar un sermón en misa sobre la hipocresía, son testigos de los deseos reprimidos de su ministro. Esta parábola es una afilada y obvia crítica de la directora, quien, encontrando en su día a día la verdadera fascinación, en este trabajo busca reflejar la doble moralidad humana que se repite sin distinción de épocas ante una verdad omnipresente.
Ninguna era del cine goza del potencial impacto tanto como la era muda. Algunas de estas gemas perdidas se redescubren en algún festival fílmico o en ciclos especiales, pero hay algunas otras olvidadas, cintas y directoras, que son rescatadas en algún canal de YouTube de dominio genérico que, a pesar de la calidad de audio o visual, mantienen cautiva la imaginación y la expectativa de la audiencia.