En la actualidad, sabemos que existieron distintas civilizaciones antiguas, que cada una tenía su manera particular de relacionarse, de edificarse y de comunicarse. Hoy en día podemos acudir a diversos recursos para conocer sobre ellas, desde libros y revistas, hasta cápsulas y documentales, pero ¿cómo se sabe lo que se sabe? Bueno, en gran medida, dichos descubrimientos sucedieron como parte de procesos de exploración o de conquista, en los cuales se tuvieron hallazgos de sitios, artefactos u objetos que posteriormente fueron sometidos a rigurosos estudios.
La cultura egipcia es una de las más antiguas, aún en pleno 2025 continúa poniéndose en duda la antigüedad de su civilización, pues, aunque algunas fuentes aseguran que tiene más de 5000 años, la gran mayoría señala que se fundó alrededor de los años 3200 a 3150 a.C. Y aunque aún se continúa descubriendo la historia de esa civilización, en julio de 1799 -durante la campaña de expedición a Egipto liderada por Napoleón Bonaparte- se suscitó el hallazgo de una de las piezas arqueológicas más trascendentales de la historia: la piedra de Rosetta.
Esta gran losa de basalto negro fue encontrada por las tropas francesas -en el desarrollo de su expedición, como parte de la estrategia que tenía el ejército francés para desafiar el dominio británico-, cerca de la ciudad de Rashid en el delta del Nilo, a la cual le otorgaron el nombre de Rosetta. Se trata de una estela con inscripciones que se dividía en tres partes, la parte superior tenía jeroglíficos del antiguo egipcio, la parte del centro contenía demótico y la parte inferior estaba escrita en griego; esta última lengua fue reconocida por eruditos y estudiosos que integraban el ejército. Fue el hallazgo de esta piedra, lo que muchos consideran, el nacimiento de la egiptología, es decir, el estudio de la cultura egipcia.
Se tenía la intención de llevarla a París para estudiarla a profundidad, pero no contaban con que serían interceptados por el ejército de la Marina Real Británica, quienes alrededor de 1801, terminaron por expulsarlos y retirarles varias de sus posesiones, entre ellas, la piedra de Rosetta. No obstante, algunos integrantes de las tropas francesas se habían llevado copias de la pieza para estudiarla, en donde Jean-François Champollion tuvo acceso a ellas tras ir a París a estudiar lenguas orientales con el prestigiado lingüista Silvestre de Stacy, quien fue un gran mentor, pero también un personaje celoso de su saber.
El camino de Champollion en la traducción de esta pieza comenzó relacionándolo con el copto, el último idioma conocido en la época de los jeroglíficos; en el camino de los eruditos que tenían el propósito común de descifrar el mensaje, coincidió con el británico Thomas Young, quien aportó hallazgos relevantes como que los nombres propios o de monarcas se enmarcaban en lo que denominaron “cartucho”; además, dedujo que el demótico derivaba del jeroglífico. Mientras que Champollion demostró que la escritura jeroglífica no era una serie de pictogramas que representaban ideas o conceptos, sino que incluso era posible otorgarles un valor fonético, gracias a ello logró traducir los nombres de Ramses y Tutmosis.
Finalmente, al traducir los escritos, descubrió que el texto replicado en tres lenguas distintas era el decreto del faraón Ptolomeo V, también conocido como Decreto de Menfis, que fue emitido en el año 196 a.C. En él, se proclama al faraón como gobernante por derecho divino, quien impulsó una serie de medidas y establecimientos en favor de su pueblo. Debido a las constantes amenazas de invasión que acontecía la dinastía egipcia, este decreto pretendía asegurar el apoyo de los sacerdotes a Ptolomeo V y el de los súbditos de la civilización.
Los aportes de Champollion abrieron la puerta a que se tradujeran los escritos que se encontraban al interior de tumbas y pirámides, saberes que se ocultaron bajo el olvido cuando Alejandro Magno se hizo faraón en el 332 a.C., quien además de establecer su propio gobierno, convirtió al griego en el idioma oficial. Actualmente, la piedra de Rosetta se encuentra exhibida en el Museo Británico.