¿Por qué amamos?, ¿el amor puede ser cien por cien recíproco?, ¿qué pasa si tenemos miedo a dar un primer paso?, ¿qué sucede si el objeto de nuestro afecto nos da un rotundo no?, ante la presumible madurez emocional que decimos tener en este siglo ¿hay lugar para esconderse en la literatura de antaño a la hora de amar?
Según la socióloga Eva Illouz, nuestras emociones y el cómo las sentimos son propias del mundo contemporáneo tal cual ha sido moldeado por los cambios políticos y sociales, como el cambio de paradigmas del modelo familiar o el feminismo, el desarrollo de las ciencias como primer referente, pues nos hablan de hombres y mujeres más racionales que nunca o que tratan incansablemente la forma de serlo. Buscan explicaciones a temas que atraviesan su existencia, como lo es el amor, en la biología, la neurociencia o la psicología y aunque difiere con muchos de estos campos, Illouz nos introduce en las relaciones amorosas mostrándonos que en ellas el no ser de valor para el otro representa siempre un peligro al acecho.
Pero quizás, ese miedo al rechazo producto de la volatilidad y falta de objetividad en la valorización de nosotros y que depositamos en los demás, no es nuevo. La literatura siempre sirve para echar un vistazo a nuestras vivencias más actuales y son varios los autores que nos hablan de personajes que actúan detrás de una máscara, consciente o inconscientemente, ya sea para evitar la humillación y la desolación de un corazón roto al que el objeto de su amor, aquel que responde a los anhelos de su alma, ha decidido dar un portazo, o para conseguir su cometido con el menor margen de fracaso.
“¿Quién puede ser?... Reflexiona y lo comprenderás. Me está prohibido soñar con ser amado, incluso por una mujer fea, a causa de esta nariz que llega un cuarto de hora antes que yo a cualquier parte. ¿A quién voy a amar entonces? Es lógico: amo a la más bella”.
Obra de teatro que representa una desdeñosa crítica a la superficialidad, fue concebida en el siglo XIX por el dramaturgo francés Edmond Rostand y da vida a uno de los personajes más célebres de la literatura de su país. Cyrano de Bergerac es un hombre cuya mente brillante no es suficiente para la sociedad de su época para la que vale más la apariencia física que cualquier otra cualidad. En él habita la contrariedad de saberse superior intelectualmente, pero hay algo que lo rompe por completo: su inseguridad por un defecto físico. Su enorme nariz es más imponente que su genio y esto, no sólo a los ojos del mundo sino ante los suyos también, le tiene determinante prohibido ser amado, más no amar. La razón de sus suspiros es Roxanne, una hermosa joven que a su vez es el interés de Cristian de Neuvillete, la antítesis de Cyrano: es apuesto, pero de poco cerebro.
Como el gallardo hombre es un bruto, es Cyrano quien demostrará sus afectos a Roxanne a través de las cartas de amor que le escribe en nombre de Cristian. Y, en efecto, ella queda prendada de los versos llenos de anhelante amor y entonces nos preguntamos, ¿de quién en realidad está enamorada Roxanne? Si tan sólo Cyrano derribara el muro que le impide revelar su amor ella sabría que se ha enamorado de la pluma de alguien más, pero las altas probabilidades de un fatídico rechazo dejarán que el tiempo haga lo suyo.
“-Don Pablo -declaró solemne-. Estoy enamorado.
El vate hizo del telegrama un abanico, que procedió a sacudir ante su barbilla.
-Bueno -repuso- no es tan grave. Eso tiene remedio.
-¿Remedio? Don Pablo, si eso tiene remedio, yo sólo quiero estar enfermo. Estoy enamorado, perdidamente enamorado”.
A mediados de los años 80, el escritor chileno Antonio Skármeta se dio a la aventurera tarea de ficcionar la vida (una breve etapa) de otro compatriota literario: nada menos que Pablo Neruda y sus días en Isla Negra. En esta novela, Mario Jiménez, joven y humilde pescador, hastiado de su oficio decide abandonarlo y luego de un periodo de vagabundeo y de pasar los días a costa de su padre paseando en una vieja bicicleta, encuentra un anuncio con un trabajo casi hecho para él: el de cartero, que deberá llevar correspondencia a la Isla Negra. Lo sorprendente es que sólo hay una persona para quien va dirigida la correspondencia y lo increíble es que ese destinatario es el mismísimo poeta Pablo Neruda.
Mario se defiende al leer y escribir, pero su curiosidad es grande y comienza a acechar a Neruda con preguntas sobre cómo hacer metáforas, la naturaleza de las cosas y uno de los predicamentos más viejos del hombre: el amor. El muchacho se ha enamorado de una hosterista de nombre Beatriz, como la de Dante, lo cual no puede significar más que tormento. Pero Mario está empecinado en declararle sus afectos a su amada y qué tan difícil puede ser cuando eres el cartero y casi amigo del gran Neruda. Es entonces cuando Mario hace sin quererlo uso de la frase “La poesía no es de quien la escribe sino de quien la usa”, pues tomará los versos de Neruda para enamorar a Beatriz. Por supuesto, ha tirado a ganar y, sí, lo logra, pero no sin antes enfrentarse a las acusaciones de plagio, la burla al querer incursionar como poeta y a la madre conservadora de su amada.
“-No soy hombre de muchas palabras, Emma -siguió diciendo en un tono tan sincero, tan decidido, tan afectuoso, que no podía sino convencer-. Si la quisiera menos tal vez podría hablar más. Pero ya sabe cómo soy…”
Una de las obras más populares de la célebre Jane Austen, autora experta en mofarse de los vicios y prioridades de su sociedad, de las ridículas costumbres de los ricos estirados, de las ambiciones de su clase y de los anhelos de las señoritas casaderas. Vaya, maestra en contar sobre los peligros y ridículos de guardar las apariencias. Emma Woodhouse, una dama joven adinerada, mimada, clasista y prejuiciosa, ha concluido que tiene un don de casamentera y dedica su días a emparejar a las personas que están a su alrededor.
En su mundo diminuto, desde su superioridad moral y social, las cosas son sólo de un modo: el suyo. El asunto es que Emma vive su vida a través de los demás. Ella no piensa en casarse y un hombre no es prioritario para ella, porque no lo necesita para los propósitos de su sociedad. Sin embargo, ¿cómo una persona puede pretender hacer de cupido si no entiende ni tiene interés en el amor? Para la protagonista, es precisamente su cabeza fría la que le ayuda a tomar decisiones, sobre la vida de los demás, apoyadas en la razón (lo que sea que signifique para ella). Emma es errática y, o nadie parece notarlo a su alrededor o prefieren ignorarlo, salvo su vecino adinerado George Knightley, el único que la enfrenta y pone en su sitio en varias cosas pero, sobre todo, cuando de meterse en la vida de los demás se trata ¿La heroína más odiosa de Jane Austen podrá experimentar el amor mientras se empeña en encontrarlo para el resto?