Recientemente, la pantalla grande se vio hechizada con la llega de Wicked a sus salas, y a eso se le suma la no tan lejana nominación – y una que otra premiación - de Tik Tik Boom en 2021. Este reconocimiento de las academias destaca un nuevo comportamiento de la audiencia que pide un cine con la mirada puesta a un recurso del que este arte se ha valido en múltiples ocasiones: el musical.
Hablar de este género es hablar, indiscutiblemente, de Broadway. La gran avenida iluminada por deslumbrantes bombillas, brillantes marquesinas y descomunales carteles publicitarios abarca casi 21 km, pero irónicamente, es la calle 42 con intersección en Broadway - de ahí el nombre de uno de los musicales más queridos por el público 42nd Street – la cuna que abraza la gran mayoría de los teatros.
El repertorio abarca desde iconos del musical como Jerry Orbach o Julie Andrews, hasta Madonna en Evita o Robbie Williams uniéndose a millonarios Rockefellers en Puttin’ On The Ritz. Pero para hablar de los musicales, es solo preciso remontarse al origen, porque Broadway no siempre fue un sueño iluminado.
Los musicales siempre han sido un reflejo de la época en la que vivimos. Ya sea por una atmósfera llena de depresiones económicas y guerras, o por el optimismo que promete mejores días, el teatro pasó de las óperas a las comedias, un género ya conocido y practicado al menos 12 siglos antes con los griegos, pero esta vez, los temas sonaban al ritmo del sueño americano con temas contemporáneos, problemáticas cercanas a la realidad y con eso, Estados Unidos hizo aquello que mejor sabe hacer: un espectáculo. Descifrar la incógnita del musical pionero es igual que la pregunta del huevo o la gallina, pero algunos proponen The Black Crook como la primera gran puesta en escena que causó conmoción. Bastó una crítica en The New York Herald que condenaba la indecencia del vestuario y el baile para que la obra disfrutara de un éxito sin precedentes.
Ya para finales de los 1800, una vez asentado el género, se añadió a la fórmula un elemento esencial sin el cual el show no habría podido continuar: una mente empresaria. La música, danza y comedia se combinaron en una gran stravaganza, las follies de Ziegfeld. Negocios y espectáculo llevaron al escenario cuadros nunca antes vistos: luces, colores y mujeres daban vida a ensambles de la nobleza, los sketches y la favorita de Florenz Ziegfeld, su creador y productor: el tableau vivant, mujeres hermosas vagamente vestidas, pero de alguna manera, inocente; lo mejor del mito estadounidense que el dinero podía comprar.
El 8 de abril de 1904 se creó el distrito moderno del teatro, y en honor al diario The New York Times, los padres de la ciudad le otorgaron su nombre a la calle, Times Square. El corazón de Nueva York se volvió accesible para todos una vez que se terminaron las construcciones del metro, y con ello, los musicales también se volvieron de un amplio público.
La comedia musical es el reflejo de cada inmigrante, las bases de su historia están construidas por muchos de ellos, como el caso de Bert Williams, el hombre más divertido que se haya visto y el más triste que se haya conocido, según las palabras del comediante W. C. Fields. Este hombre dejó el género minstrel – teatro musical que unía la ópera inglesa con música de origen negro que tenía claras connotaciones racistas, pues la música y los bailes eran ejecutadas por actores blancos que pintaban sus caras de negro (blackface) para burlarse – para unirse a la excentricidad de Ziegfeld. Así hizo de su dolor, el humor que lo caracterizó, llevando a la fama el cakewalk, una parodia del baile que practicaban las personas blancas dueñas de esclavos. A través de canciones como Nobody, Bert demostraba que trazaba su propio camino, usando sus experiencias para hacer que la gente analizara y sintiera lo que él sentía.
Con la Segunda Guerra Mundial, las luces de la gran ciudad se apagaban con frecuencia, pero Broadway y su inquebrantable amigo el showbiz supieron esquivar las batallas. De Oklahoma a My Fair Lady en los 40s, Broadway se tuvo que reinventar durante la década de los 60 y 70, pues historias de sueños por cumplir quedaron disipadas con el rock, la guerra por los derechos civiles y la guerra de Vietnam, todo estrechamente unido a la cultura estadounidense. Pero personajes como Stephen Sondheim (con participación especial en la ya mencionada Tik Tik Boom) o Bob Fosse (All That Jazz, Cabaret o Chicago) crearon nuevos trabajos, nuevos sonidos y toda una audaz tradición para Broadway.
En esta época surgen musicales como West Side Story o – mención especial por ser el primer acercamiento que tuve con el teatro musical y por ser de los números favoritos que compartimos mi mamá y yo – A chorus line, una de las puestas en escena que empuja del asiento e invita al battement en perfecta sincronía.
Hoy, el teatro musical y el cine avanzan de la mano, adaptando el escenario a la pantalla y viceversa, ambos esperando que nadie se levante de su butaca y que el espectáculo deje al público boquiabierto. Broadway, la meca del teatro y la música espera seguir cautivando, cada vez con una audiencia más mordaz, más itinerante y expuesta a toda clase de estímulos, los corazones de aquellos que se dejen cautivar por la misma fórmula, con algunos atributos de diferencia, porque sí, el show debe continuar.