En una de las varias cuentas de astrología que sigo en redes sociales (soy esa clase de persona), dice en mi horóscopo del mes de diciembre (yo soy libra): que este año la rompí y se viene un merecido descanso: no puedo estar más de acuerdo, al menos, en lo del descanso. Además, mi regalo de Navidad es nada menos que una sartén. Me asusta la precisión. Justo hace unos días me he pedido en internet uno que, por cierto, tenía un descuentazo. No encuentro fallas en lo que leo y no podría ser de otra manera, porque ya estaba escrito en las estrellas y, por suerte, Mercurio y Saturno retrogrado ya se fueron.
Hace unos 2 mil años, antes de nuestra era, en lo que fue la gran Mesopotamia, se escribió el Almanaque babilónico, que dividía el año solar en 12 meses de 30 días. En este compendio, se establecían valoraciones por día, desde si sería uno bueno o uno malo, hasta detalles concretos sobre lo que habría de pasar. Todo basado en la observación de los astros.
Siglos más tarde, entre el 800 y el 600 a.C., se escribió el Mul-Apin, dos tablas astrológicas y astronómicas que sentarían las bases del sistema zodiacal, que no era más que la esquematización de las 12 constelaciones que se alineaban con la órbita lunar, y que hoy en día es popularmente conocido por sus nombres latinos. Sin embargo, este, su origen, poco tenía que ver con especulaciones míticas y designios del destino antropocentristas, sino que era utilizado para procedimientos de cálculo matemático geocentrista.
Los astrólogos de ese entonces tenían más una labor de científicos que de magos, de observadores del cielo, pero lo de interpretarlo como designios fue más una estrategia para subsistir: el Rey quería respuestas, indicios de buena fortuna y, cuando no los había, tocó echar mano de la imaginación para dar al otro lo que quiere y hacerlo pasar por la voluntad divina. Además, había que ser pragmático: no era raro que, ante una tempestad o carencia, las estrellas aconsejaran que era buen momento para invadir al vecino y tomar sus provisiones, por ejemplo.
En el imaginario mayoritario, los griegos nos heredaron, entre todos sus saberes, la forma común del zodíaco como arma interpretativa. Pero el cómo llegó desde la dorada Babilonia hasta el occidente, lo explica el estudioso alemán Kocku von Stuckrad, especialista en religión y filosofía, en su libro Astrología. Una historia desde los inicios hasta nuestros días: los pocos eruditos babilonios que dominaban el idioma griego, como un tal Beroso, que fundó una escuela de astrología en la isla de Kos conocida como una meca de intelectuales, hablaba ampliamente sobre usar la lectura de las constelaciones como arte y ciencia adivinatoria.
Platón y hasta Aristóteles desarrollaron ideas alrededor de la astrología, pero no como disciplina genetlíaca, como si se acercaron más los estoicos. Por allá del siglo III a.C., los que pertenecían a esta corriente filosófica, si bien no creían en las predicciones astrológicas, sí argumentaban que no hay nada en el mundo que no esté determinado por la causalidad, nada es aleatorio.
Según el astrónomo y poeta Manilio, que abordó la astronomía y astrología con postulados estoicos, los hados, o el destino, rigen el mundo por una ley fija que determina absolutamente todo. En cuanto nacemos, la moneda ya fue lanzada y lo que pase para con nuestra vida es inamovible. Las virtudes, defectos y el carácter también son dados desde entonces, así como la riqueza o la pobreza. Dice que nadie puede renunciar a aquello que se le ha otorgado ni poseer lo que no le ha sido dado, ni tampoco alcanzar con sus oraciones las venturas que la han sido negadas, ni librarse de lo que le abruma: cada cual debe aceptar su destino. El buen porvenir no es algo por lo que haya que esforzarse, porque nadie escapa a los designios dibujados en la bóveda celeste, ni siquiera los dioses. A ciertos ojos pareciera que crearon un imaginario que se usa, hasta el día de hoy, para anular el libre albedrío.
No pretendo ofender a nadie, ni demeritar a quienes honran el noble arte de la adivinación astrológica. El horóscopo, como cualquier otro sistema de creencias, me parece abrazador, esperanzador y reconfortante. Le da ese sentido y entendimiento al mundo, desde los ojos humanos, le da orden al caos interno, pero también permite encontrar espacios de comunidad.
En los últimos siglos, el horóscopo tuvo reinterpretaciones y nuevos auges, sobre todo en círculos de las altas clases. Pasó por Alemania y más tarde por Gran Bretaña desde el siglo XVII hasta el XIX, e interactuó con el ocultismo. De ahí cruzó el Atlántico, y se instaló en parte del continente americano. Se mezcló con el arte en los siglos XIX y principios del XX, como el Art Nouveau y hasta el surrealismo, por ejemplo. Fue retomado por la psicología de Carl Jung, que incorporó al estudio de la psique temas como el esoterismo y los sistemas simbólicos. De ahí, la astrología ya nunca se fue, se coló en la prensa escrita a través de columnas semanales y acercándose más el nuevo milenio, en los 60 y 70, alcanzó un gran apogeo con la onda New Age. De las revistas y periódicos saltó a la televisión y los astrólogos se apoderaron de la pantalla con predicciones, a veces diarias, sobre cada signo zodiacal, rituales y la osadía de presagiar muertes, desastres naturales y hasta decenas de finales del mundo.
Hoy en día, la televisión se convirtió en una pantalla de teléfono, pero las señales están por todos lados. Talleres, consultas privadas, cartas natales, todo al alcance de un scroll o un click. Qué gato o perro eres según tu signo; cuál es tu vibra; qué canción de Taylor Swift eres. Me parece fenomenal lo lúdico que se ha vuelto el sí soy, producto de la arbitrariedad. Ni qué decir de toda la oferta editorial al respecto: Aprende a leer su carta natal, Domina la astrología psicológica, Guía completa de astrología, Manual de astrología moderna, Astrología práctica, Astrología millenial. Encuentra tu historia en las estrellas, ADN cósmico. Los designios del universo tampoco se salvan del capitalismo.
Pero basta de anular tu libre albedrío. Si el horóscopo del mes te dice que te ganarás la lotería, coopera y cómprate un billete.
Al igual que Dios, la astrología sólo ayuda a quienes se ayudan a sí mismos. El hombre puede ser el maestro de su destino. Pero no debería luchar demasiado por serlo. El irreflexivo nunca lo será, y el sabio rara vez desea serlo.
-Evangeline Adams