Mucho se ha comentado sobre la literatura de la Revolución Mexicana, desde Mariano Azuela con Los de Abajo (1905) hasta Nellie Campobello con Cartucho: Relatos de una lucha en el Norte de México (1931). Sin embargo, existen otras historias sucedidas al mismo tiempo que la disputa por el poder entre caudillos, pero sus personajes padecieron la tragedia, la inestabilidad y la zozobra en regiones lejanas, desconocidas, a veces inimaginadas.
Un ejemplo emblemático de lo anterior es La isla de la Pasión (1987), obra de la escritora colombiana Laura Restrepo que narra, a caballo entre la novela y la crónica, la travesía del soldado del ejército mexicano Ramón Arnaud, a quien el régimen del entonces presidente Porfirio Díaz encomienda, en 1907, la misión de gobernar la Isla de Clipperton, disputada entonces entre México y Francia. Ese mismo año, Ramón se embarca en el buque Corrigan II a la isla desde Veracruz junto con su esposa Alicia Rovira y una comitiva de oficiales mexicanos. Sin embargo, todo se sale de control cuando transcurren algunos años y en México Francisco I. Madero se levanta en armas contra el general Díaz, dando pie al comienzo de la revolución en 1910. El gobierno mexicano, inestable y transitorio, se olvida de los habitantes de Clipperton, quienes tienen que buscar la manera de sobrevivir al interior de una isla cuya superficie es ubérrima de una sola sustancia: el guano, excremento de aves que funciona como abono.
En esta edición de El Librero, exploraremos las razones por las cuales esta novela – escrita en México debido al exilio de la propia autora colombiana durante los años ochenta – es más que una simple crónica de los sucesos ocurridos en Clipperton a inicios del siglo XX. Además, descubriremos sus grandes virtudes literarias y periodísticas que la convierten en un libro imperdible, único y sumamente interesante, memoria de un suceso que no debe olvidarse.
Si bien ya existían libros que relataban lo sucedido en Clipperton antes de la publicación de La Isla de la Pasión, como El capitán Arnaud del escritor mexicano Francisco L. Urquizo o La tragedia de Clipperton, de María Teresa Arnaud de Guzmán – vale la pena mencionar la película de Emilio El Indio Fernández de 1942, llamada igual que la obra de Restrepo –, ninguno exploraba el contexto histórico, social, político y cotidiano en que se desarrolla la historia con el respaldo bibliográfico y hemerográfico del que hace uso la escritora colombiana.
Laura Restrepo utiliza los recursos de la crónica para narrar lo que acontecía en Orizaba, Veracruz, durante la primera década del siglo XX. Los personajes de esta historia habitan las llagas de aquel México reprimido y subyugado por el régimen de Porfirio Díaz; caminan y transitan con los fantasmas recién aparecidos de la huelga de Cananea. Hay, también, un retrato realista de las costumbres familiares de la época que repercuten en la relación de noviazgo, y después de matrimonio, entre Ramón Arnaud y Alicia Rovira, su esposa.
Asimismo, la autora recurre a los archivos directos que atestiguan la existencia de los personajes. Nos presenta, por ejemplo, la ficha de filiacióncontrato que le hicieron a Ramón Arnaud cuando ingresó al Séptimo Regimiento del Ejército mexicano, en julio de 1901. De esa manera, encuentra fundamento para develar, mediante una ágil prosa que envuelve y arropa al lector, el carácter de los personajes que van apareciendo en la historia. Restrepo utiliza la crónica como la define Juan Villoro en su ensayo sobre este complejo género periodístico, ubicado en el libro Safari Accidental (2005), cuando dice que la crónica extrae la condición subjetiva de la novela y la capacidad de narrar desde el mundo de los personajes; y que del cuento retoma el sentido dramático.
Pero Restrepo no se vale únicamente de recursos y documentos de archivo porque ella misma busca – y encuentra – a los escasos testigos que sobrevivieron de la tragedia de Clipperton para realizarles entrevistas; e incluso platica con los familiares de las personas que se embarcaron a la isla pero que ya no lograron regresar a México. Este aspecto resulta sumamente interesante porque uno como lector acompaña a la autora hasta las tierras de la Ciudad de México, Guerrero, Sonora y Veracruz en la travesía de hallar voces vivas, palpitantes y latentes de un suceso histórico del que poco o nada se habla incluso en nuestros días.
En ese sentido, La Isla de la Pasión se puede considerar una obra que, al leerse, surte el efecto de un antídoto contra el olvido de un episodio trágico, único en la historia de nuestro país.
Bien dice Carlos Monsiváis en la introducción a su compilación de crónicas mexicanas, titulada A ustedes les consta (1980), que los cronistas de Indias, durante el periodo de la conquista, anotan, observan, comparan e inventan. Lo mismo comenta Oscar Hahn, poeta y crítico literario chileno, en su introducción a El cuento fantástico hispanoamericano en el siglo XIX al explicar que, desde sus orígenes, la interpretación o descripción europea de América se alimenta de componentes maravillosos, agregadas de por sí a la cosmovisión mítica y legendaria de las poblaciones autóctonas sobre el nacimiento del mundo o la explicación de los fenómenos de la naturaleza.
En ese sentido, la tentativa por relatar con realismo las formas de vida de una nación, una sociedad y una época específica, – como justamente lo ha hecho la crónica a lo largo de los siglos – no es ajena a la intervención de la ficción, de los sucesos sobrenaturales. Y La Isla de la Pasión da clara muestra de ello al expresarse como una crónica que da fundamento para explicar el suceso de los habitantes de Clipperton, pero también como catapulta para la imaginería, la invención, el artificio.
Por un lado, Restrepo retoma el primigenio carácter oral de las leyendas mexicanas – y algunas extranjeras – dentro de la propia historia; basta recordar cuando Alicia Rovira, siendo todavía una niña, le decía atemorizada a su padre que los chanquetes le jalaban el pelo o que, durante las noches brumosas de Orizaba, escuchaba el llanto de la Monja Alférez. Los espectros de estas leyendas no solo son alusiones que tiñen con profundidad el panorama cultural mexicano de la época, sino que a su vez participan en la historia con los personajes.
Los fantasmas de las personas muertas, por su parte, encarnan la tragedia del suceso de Clipperton en su sentido más puro; los aparecidos se manifiestan ante los sobrevivientes con la esperanza de que estos cumplan su deseo perdido, aquel que no pudieron cumplir en vida: salir de la isla y regresar a Veracruz. Algunos espectros, en cambio, se aparecen como capricho por haber partido a la isla, como el de Doña Carlota, mamá de Ramón Arnaud, quien la dejó en Orizaba y jamás regresó por ella.