Lo que ha sido una constante latente al horizonte, hoy es una dolorosa noticia diaria. En esta ocasión, presentamos un Top Cine que no debería de existir, pero que, ante la inminencia, procura un panorama con tres divergentes: quiénes lo viven, por qué lo viven y desde dónde lo viven, no exclusivamente reducido a los territorios del actual enfrentamiento en el territorio de Medio Oriente, sino justamente desde las miradas de aquellos que no pueden más que ver sus hogares y familias derrumbarse.
El conflicto palestino-israelí es un tema frágil, un conflicto que habita entre fronteras político-religiosas y cuya repercusión ha sido el genocidio corolario de desacuerdos y desplazamientos previos. Como es natural, el arte ha sido el medio predilecto para alzar la voz y abrir miradas, y es bajo este marco, que presentamos tres cintas situadas en el Medio Oriente con un fuerte carácter social, como suele ser el caso del séptimo arte proveniente de esta región, esperando esclarecer algunos cabos sueltos propios de los impedimentos intradiegéticos.
Semanas antes de la guerra entre Estados Unidos e Irak en el 2003, un campo de refugiados del Kurdistán iraquí busca conseguir dinero para comprar una antena parabólica y así estar al tanto de las noticias sobre el conflicto, pero todo comienza a cambiar cuando tres niños de Halabcheh llegan a la comunidad y uno parece predecir el futuro y, por tanto, la guerra.
Esta es la primera película producida por Irak una vez terminada la guerra de 2003 tras la invasión de EE.UU. a la región en búsqueda de Sadam Husein, el entonces presidente iraquí. Esta cinta es un gran repaso del contexto militar, político y social, lleno de una fuerte simbología como la recurrente analogía en el cine de la libertad como la posibilidad de volar, y su extremo opuesto partiendo del principio de tortugas que puedan volar, usando como punto de partida el recurso de la infancia como la inocencia.
El discurso de la película, lleno de críticas a ambos gobiernos, queda claro: no existe una ideología política correcta cuando no se prioriza el bienestar del pueblo.
En una peculiar mezcla de imagen en 3D, material documental y animación, esta cinta sigue a la familia Samuni que habita en la ciudad de Gaza y que, tras sesenta años de estar a salvo, muy a pesar de la guerra, en 2009, 29 de sus miembros pierden la vida.
Este largometraje de no ficción emplea tres tipos de imágenes: las actuales que el director grababa cada día, la reconstrucción en 3D de los bombardeos a partir de los informes y testimonios de la investigación que se abrió sobre el ataque y completa con el recurso de la animación para los sueños y acontecimientos del pasado. Este retrato del antes, durante y después del acontecimiento, tiene como resultado una proeza fílmica que, en su interior, guarda la esperanza de que el futuro puede ser mejor.
Todo tiene un inicio, y si bien el de la guerra en el Medio Oriente queda poco claro, el Acuerdo de Oslo fue un breve instante que terminó en una promesa fallida, lo que vino después, la Guerra de los Seis Días o la guerra del Yom Kippur son fuerte y fiel testigo de esta rota utopía.
Es durante este último acontecimiento que Golda tiene lugar, una película no biográfica de Golda Meir, la primera ministra israelí durante el conflicto bélico de Yom Kippur en 1973, y cuyo recibimiento de la cinta fue poco, por no decir en lo absoluto, bienvenido. Una mezcla entre decisiones de estreno y caracterización, ocasionó este rechazo, pero la historia es ahora una visión interna, no desde los campos de guerra ni desde las víctimas que esta cobra, sino desde las salas grises y humeadas en donde se toman las decisiones que tanto han quebrado a la humanidad y cuya deuda es impagable.
Lo reprobable no es la inclinación hacia un lado de la balanza o hacia el otro, lo reprobable es que pedimos paz con la guerra, exigimos libertad, sometiendo y vivimos llenos de información, decidiendo no informarnos; pero ajustemos la vista, porque al final no hay bandos buenos o malos, solo hay víctimas.