Se dice desde hace bastante rato ya que vivimos tiempos de incertidumbre, lo cual quiere decir, en términos generales, que ante nuestra realidad no sabemos bien a bien ni qué hacer, ni qué decir, ni qué pensar. Quiero ahora destacar ese “desde hace bastante rato” porque, según veo, muchas y muchos de nosotras y nosotros estamos re instalados en la incertidumbre, el no saber qué hacer, decir y/o pensar se nos ha vuelto cotidiano, nos hemos habituado a él al grado de normalizarlo. Y todo bien con eso si advertimos que, en definitiva, nadie puede saber en absoluto qué es lo que hemos de hacer, decir o pensar cada cual y en cada caso. Dicho, más bien escrito esto, quiero ahora preguntarles ¿de quién es eso de “los tiempos de incertidumbre”? ¿y de quién aquello de que “nadie puede saber nada en absoluto”? Además, ¿les parece que así las cosas deben ser?
Comparto con ustedes estas preguntas porque hace relativamente poco leí en el Instagram de un colega filósofo un post en el que decía algo así como que las personas que reniegan de toda ideología o pensamiento se rigen por esa renuncia a toda ideología y pensamiento, la cual es a su vez una ideología, un pensamiento. De modo que, paradójicamente, cuando desistimos de tomar postura sobre lo que sea, ya estamos tomando postura y, lo que es todavía más curioso: quién sabe si esto viene realmente de nuestra más profunda reflexión o si nos hemos adherido sin más a este tan común parecer. Ahora, si fuera uno u otro el caso, ¿qué diferencia hace?
Pues bien, algunos dirán que la diferencia está en la autenticidad o no con la que llevamos nuestras vidas, en la medida en que actuemos, digamos y pensemos o no por cuenta propia. Para muchas y muchos, incluyéndome, de esto se trata la filosofía: hacernos un criterio y un carácter propios, lo cual no quiere decir ser absolutamente únicos y detergentes, sino saber de dónde, de quién y por qué nos hemos apropiado lo que nos hemos apropiado en nuestro actuar, decir y pensar. A nuestro alrededor abundan personas y discursos varios que podemos señalar como nuestras influencias, mas esta vez, con el pretexto de celebrar el Día Mundial de la Filosofía 2023, los invito a repasar algunas controvertidas películas de este 2023 que está por acabar para hacer filosofía con el cine.
Entre los 90 y primeros dos miles, Brendan Fraser fue desde un bobo y sexy Tarzán, pasando por un bien parecido pero pobre diablo tentado por el diablo, hasta un gallardo aventurero combatiente de momias. Entre este espectro de estereotipos, el reiterado era el de “el guapo de la peli”, lo cual sumado a una larga ausencia en las pantallas hizo que The Whale (Dir. Darren Aronofsky, 2022), película protagonizada por Brendan, fuera recibida con morbo: el que despertaba ver al otrora musculoso galán, embotado, gracias a una botarga y efectos especiales, en un sobrepeso mórbido. Obsesionadas y obsesionados como estamos con nuestros colosales estereotipos contemporáneos, tal como el capitán Anab a su Moby Dick, queremos −al menos eso decimos− terminar con ellos por el gran daño que (nos) han causado. Desde este lugar se acogió a esta cinta, por sumarse a la representación de realidades como la del sobrepeso, la homosexualidad, la violencia psicológica o la disfuncionalidad de la familia tradicional, por citar sólo algunas.
Pero estas realidades no aparecen en abstracto, y en concreto podríamos preguntarnos por la identidad socio-cultural de los personajes que se nos presentan en pantalla, así como lo que se nos dice que les ocurre en sus vidas: ¿quiénes y qué realidades están retratadas? ¿Tienen o no que ver con las nuestras? ¿Cómo sí y cómo no? Igualmente interesante es preguntarnos ¿se da batalla o no a Moby Dick, al estereotipo?
Si no todas y todos vimos esa maravilla de la animación Spider-Man: Across the Spider-Verse (Dir. Joaquim Dos Santos, Justin K. Thompson, Kemp Powers. 2023), muchas y muchos vimos pulular el meme del evento canónico hasta llegar al “estoy cansado jefe de (memes de) eventos canónicos”. En el multiverso que contiene al universo de Miles Morales (protagonista de la cinta, al tiempo que uno entre miles de spiderwomen y spidermen), un Spiderman ninja vampiro descubre que toda y todo Spider pasan por una situación como la muerte del tío Ben para Peter Parker y que es precisamente por este acontecimiento demoledor que las y los Spider llegan a ser heroínas y héroes. Esto es lo que se denomina evento canónico y gracias a él, además, se mantienen estables los universos de este Spider-Verso, esa estabilidad es el canon, la norma. No-spoiler alert, porque no es la primera vez que esta historia se cuenta: alguien se va a rebelar contra el canon y ese es Miles.
Asumir el evento canónico es asumir el destino, que no somos libres, que cada situación de nuestras vidas está escrita de antemano y que no hacemos más cumplir ese designio. Miles nos gusta mucho porque se contrapone a este desolador cautiverio, él representa la libertad. La cuestión es que el evento canónico no es alguna de las trivialidades de nuestros memes, sino la muerte de un ser querido y el dolor que nos marca de una vez y para siempre… Hasta donde vamos, la muerte es inevitable, nuestro irremediable destino, y mientras esperamos la segunda parte del Spider-Verso para saber si será este también el fin del Hombre Araña, quiero preguntarles ¿la muerte, sea la de la otra, del otro o la nuestra, anula o no eso que llamamos libertad?
Con un estreno mundial simultáneo programado para el 21 de julio de este 2023, el Barbenheimer fue todo un acontecimiento y con esa fusión entre Barbie (Dir. Greta Gerwig, 2023) y Oppenheimer (Dir. Christopher Nolan. 2023) se instó al público a mirar ambas películas en una especie de maratón. La controversia no se hizo esperar: que si el feminismo y la ridiculización de los hombres y su mojo-dojo-casa-house, por un lado, o que si los malos y los buenos de la Segunda Guerra Mundial, por el otro. Cabe preguntarnos cuánto de estas polémicas no estuvo también programado, pero, ante todo, si son esos los únicos términos en los que podemos problematizar nuestro presente porque, aunque usted no lo crea, las situaciones a las que aluden ambas películas son harto actuales y críticas.
En la rosa Barbieland y la igualmente rosa historia que en ella tiene lugar, la realidad de violencia que padecen y encaran las mujeres a lo largo y ancho del mundo no está ni visibilizada ni denunciada, esto es problemático porque nos distrae de lo que está en juego: ¿cómo terminamos con la violencia de género? Del lado de Oppenheimer cabe evidenciar lo siguiente: la ciencia no es imparcial y su desarrollo tiene todo que ver con los intereses políticos y económicos que hacen girar el mundo, ¿nos enteramos de esto?, ¿hay algo que podamos hacer?; nada ha cambiado respecto a 1945 y las vidas y las muertes de cientos de personas son dispuestas por quienes están en el poder, ¿podemos frenar nuestra violencia en escalada fratricida?
Uno de los géneros cinematográficos más taquilleros es el terror, quién sabe si porque lo nuestro lo nuestro es el morbo, porque hacemos catarsis o porque algo anda raro con el valor que damos a la vida al hacer un espectáculo de la violencia. Lo cierto es que la constante en el género es la violencia y es precisamente esto lo que esperan quienes lo consumen. Un tanto al margen de estas tendencias y expectativas, Huesera (Dir. Michelle Garza Cervera, 2023), una de las favoritas de los Ariel de este año (los galardones del cine mexicano al cine mexicano) nos presenta desde el terror genérico con sus espectros maléficos que torturan mental y físicamente a las personas, una invasión igual de tortuosa: la del mandato social, en este caso el de la maternidad. Valeria, la protagonista de esta historia, encarna, me parece, la disyuntiva entre ser madre, tal como se espera de ella por el hecho de ser mujer, y la de optar por no serlo, lo que implica abandonar a su hija y su marido. Más que calificar en términos de bien o mal la situación, preguntémonos ¿cuántas mujeres en nuestro país atraviesan por la misma disyuntiva?, ¿para cuántas de ellas es efectivamente posible decidir sobre sus cuerpos y sus vidas?
Al director mexicano Luis Estrada lo anteceden hitos polémicos de la cinematografía nacional como La ley de Herodes (1999), con esto en mente podríamos aventurar el carácter de su más reciente trabajo ¡Qué viva México! (2023). Y sí, hay de nuevo una mofa y denuncia al poder, al que está en turno, pero también un retrato del mexicano que, a través de la ridiculización a partes iguales de “fifis” y de “el pueblo bueno y sabio”, no hace sino perpetuar el estereotipo del gacho y del agachado, del oportunista bueno para nada, del miserable desposeído y otros igual de recalcitrantes. Desde muchos lugares se nos invita a ver cine nacional, pero hay que advertir que muchas de las narrativas de las producciones nacionales, o buscan emular las de la cinematografía hegemónica, o insisten en los lugares comunes de nuestro folclore sociocultural. Ante el cine propio y el extranjero, podríamos hacer mediar igualmente la pregunta ¿queremos seguir pensándonos desde los lugares que nos ofrecen?