Por: Diana Galán

Caudal (una aproximación a la obra de Diego Rodríguez Landeros)
Fotografía: Diana Galán

“Sobre la superficie del globo, el agua es mayoría, la tierra, excepción”.
Jules Michelet


Toda geografía conviene comenzarla por el mar, esto es lo que anuncia el historiador francés Jules Michelet en su libro El mar, quien, según mis consideraciones, tiene mucho en común con Diego Rodríguez Landeros, pues ambos comparten una profunda reflexión no solo sobre el mar, sino por los flujos hídricos, sus cauces, su mitología y las repercusiones en el territorio y, por lo tanto, en nuestro imaginario civilizatorio urbanístico, el cual ha atribuido al agua cierta cualidad de pureza y transparencia; no obstante, es pertinente preguntarse qué es el agua para nosotros, cuestionarnos su cualidad de pureza y en qué parte de este monstruo/ciudad se han escondido los lagos y riachuelos que antes circulaban por las ahora avenidas principales de la Ciudad de México y sus alrededores.

Es por el mar que el autor comienza esta navegación rumbo a la respuesta a la pregunta de quién nos ha robado el agua y en dónde la escondieron. Originario de Mazatlán, Sinaloa, Diego se mudó a los 18 años a la Ciudad de México, cuando todavía se le conocía a esta urbe como Distrito Federal, en 2006. Su propósito fue matricularse en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y convertirse en un respetable intelectual libresco. Al llegar a este territorio se percató de una realidad muy contraria a la que hasta entonces acostumbraba en Mazatlán, lugar acuático y paradisíaco lleno de atardeceres bellísimos, placeres culinarios y oleajes cálidos que se deben acompañar forzosamente con una cerveza y música de banda sonando de cerca o de lejos. El Distrito, por su parte, ofrecía paisajes grisáceos, aunque pachangueros, hostiles, pero llenos de la algarabía del metro, los comerciantes y el ajetreo de las multitudes que a diario transitan a pie, en auto o bicicleta las largas avenidas que unen callejuelas, monumentos y arquitecturas, ignorando lo que habita debajo de ellas: el Gran Canal del Desagüe del Valle de México.

Naufragio que lleva al descubrimiento. Al hundirse entre los pasillos de la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria, Diego regresó al agua (¿no será este nuestro verdadero origen?) a través de la lectura de la comedia El semejante a sí mismo, de Juan Ruíz de Alarcón, en donde menciona el Desagüe del Valle de México como una de las maravillas del sitio, entonces comenzó su labor detectivesca, además, una muy singular, pues en lugar de la gabardina convencional, había que estar equipado con una gabardina impermeable y botas de hule, dispuesto a sumergirse en el hedor y suciedad que guardan con tanto recelo las cañerías y los drenajes.

Hasta ahora he olvidado mencionar que Diego Rodríguez Landeros, además de ser un detective literario, es conversador, paseante y ensayista. Palabra tras palabra, convergen tanto en su conversación, como en su obra, citas, fragmentos e historias que, de alguna manera, siempre se relacionan. Punto fundamental en su escritura, pues por medio de este hilvanar se originaron sus dos textos acerca de las aguas negras, la desecación del Lago de Texcoco y uno de los proyectos más feroces contra la flora y fauna del centro del país.


“[…] me vuelvo un montón de agua entre tus brazos/ ando desbocada por tu cauce […]”
Gioconda Belli


“Aspiren el humo y aguarden. Con mis dos caras, cuatro ojos y dos bocas contaré algo. Yo lo sé todo; conozco lo ocurrido, los hechos verdaderos y falsos, las quimeras que he inventado. Yo mismo soy una. Escuchen”, de esta manera comienza el primer capítulo de Desagüe, la primera novela (aunque en ella se entremezclan otros géneros) del autor, reconocida con el Premio Nacional de Novela Histórica Antonio Solares, en el año 2020. En ella se dan ya algunos atisbos de la reconstrucción de la biografía del Gran Canal del Desagüe del Valle de México y de cómo se logró concretar este proyecto durante el Porfiriato, cuyo origen se remonta al año 1555, cuando el país fue renombrado como Nueva España en la época del Virreinato. Sin embargo, esta historia es el escenario en el que se desarrolla el eje diegético principal: la historia entre Indra e Ixtab. Indra, afligido por el reciente suicidio de Ixtab, comienza un viaje desde el kilómetro cero del Gran Canal del Desagüe del Valle de México hasta llegar a la Caja Colectora de Texiquiquiac, donde Ixtab se quitó la vida y donde él piensa tomar la misma decisión. A lo largo de este recorrido se suman otros personajes como Dios y el propio narrador llamado Escargot para conformar el otro eje narrativo. Dios es un drogadicto, asaltante y limpiaparabrisas, quien, luego de salir de prisión se convierte en el creador de Escargot. Tan solo unas páginas antes de terminar la novela, sus vidas confluyen. Finalmente, Diego ofrece sus “apropiaciones”, una serie de textos que forman la bibliografía y que lo llevaron a las siguientes pistas.


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“La tarea es generar parientes en líneas de conexión
ingeniosas como una práctica de aprender a vivir y morir
bien de manera recíproca en un presente denso”.
Donna Haraway


¿Quién más ha escrito sobre este lugar oculto?, a lo lejos un faro que puede rescatar el navío: Drenajes, el libro que continúa con esta inspección acuífera. Sin embargo, ha dejado de ser una novela para ser un contenedor de anotaciones, reflexiones, ensayos sí, pero momentos de crónica, de crítica, risas y dedicatorias. En Drenajes, Diego genera una urdimbre para reconsiderar la “Historia oficial” que con una actitud paternalista nos han contado hasta ahora fielmente. La historia del agua de la cuenca del Valle de México es sucia y putrefacta, a partir de los textos de este libro nos percatamos de que el agua siempre ha estado con nosotros, pero que debido a una serie de decisiones políticas permanece debajo de la urbe. Diego relata en las páginas cómo se relacionan el canal del desagüe que atraviesa Ecatepec y un consorcio editorial global, además, se registran las acciones de resistencia de distintos pueblos para defender los cuerpos acuíferos del desastre neoliberal que ha conllevado el despojo y contaminación. Sin embargo, Drenajes no problematiza desde un lugar de desasosiego, sino que genera un “parentesco” multiespecie y geográfico, genera un rastro para revelar que todos seguimos conectados, tal como las propias tuberías, y que es responsabilidad de todos comprender el problema y recuperar el agua.

Como un buen detective debe hacerlo, Diego Rodríguez Landeros suscita nada más que interrogantes al final de sus páginas, arroja al mar una botella-frasco verde con una carta dentro, cuyas ansias por ser leída son tan inmensas, que ha logrado llegar a distintas orillas para que, con fortuna, sea contestada. Entonces, vayan a encontrarse con alguno de estos textos y sirvan estas aproximaciones para que sigan sus corrientes.


Fotografía: Diana Galán