“Cualquier espacio libre, llénalo de poesía o de besos, pero llénalo, empieza por mis hojas, mi boca o mi cuerpo”.
Yosela Odorisio Arenas
Una respiración profunda e irregular, el pulso en aumento y las pupilas dilatadas, pero dejando a un lado las sensaciones, lo otro es que para el arte y nuestra cultura el beso es un tema insistente que se apodera en cada una de sus miles de formas; en nuestros espacios citadinos comúnmente vemos a parejas, que en medio de la corriente de transeúntes, unen esas conexiones que cada quien tiene de los labios hacia sus terminaciones nerviosas para pintar al amor, deteniendo mágicamente en ese espacio al tiempo y sin que les importe cómo debilitan de manera bastante voraz a sus músculos, ¡ah! siempre y cuando sus corazones se ejerciten porque al final de cuentas es lo único que importa.
Aun así, un beso no se reduce a ese contacto donde tus labios y los de alguien más danzan como si fuese una marea debido a la atracción que se genera; y ustedes lo saben. Hay besos que brindan vida y te hacen crecer, tal cual, el de una madre; otros, son los besos que te enseñan el dolor y te desgarran hasta desear el olvido, funcionan como flashback que recrean la escena de esa situación amarga que hizo mil pedazos a tu alma.
Y este último denota en mí el recuerdo de uno de los besos que han quedado tatuados en mi ser y que constantemente rememoran el lenguaje más profundo de mi espíritu que trasciende y me hace hablar con todo mi pasado. Levantaba su pesada mano mientras le susurraba al oído lo mucho que lo quería, mi mente se hacía añicos y se nublaba cada vez que le preguntaba sobre algo y él, simplemente no respondía. ¿Por qué no me dices nada? ¿Por qué te quedas quieto? ¡Al menos reacciona a mis palabras!, le grité. En esas, con sus pocas ganas respondió con un apretón. Quedé perplejo por unos segundos y para asegurarme de que mi mente no me jugaba una mala pasada le propuse: si me escuchas vuélveme a apretar la mano, ¡y la volvió a apretar! Así, una caravana de lágrimas corría por mis mejillas y daban señal a lo que estaba por venir.
Aproveché para cerrar mis últimos temas con él y para que su pasado y el mío se reconciliaran. ¡Todo va a estar bien! Le decía mientras una suave brisa nos cobijaba, y le di su último beso, el último que quedó impregnado en su piel y el último que quedó tatuado en mi memoria, mientras “ella”, con un beso, daba la orden de que se apagara su llama. ¡Buen viaje mi querido viejo!
¡Qué más da si es que así son los besos! Llenos de nostalgia, de un pasado amargo, pero también de uno cálido, como aquellos que te sacan una sonrisa o un suspiro; también hay besos que llevan un toque de inocencia, que te llegan al alma y te dan calma: los besos en la frente. ¡Ay! Y existen los besos coquetos, aquellos que te calientan, y por todo lo que comprende su estimulación, acostumbramos a darlos donde nadie nos ve -en lo privado-, allí donde la mirada se vuelve caricia, donde la lengua se transforma en instrumento y donde la piel se convierte en un manjar que merece ser saboreado.
Y aunque connoten amor, inocencia, sabiduría, miel, calentura, dolor o amargura, todos ellos tienen algo en común, quedan congelados en el tiempo y se guardan en una cajita mágica: la memoria. Y sí, así es, los besos también generan adicción, una adicción de la que al menos yo no me quiero tratar; y ¿Tú? Todas estas formas hacen del beso algo especial, pero este no sólo se configura en el sentir y en el devenir, también se contorna en la literatura y su representación es variada; verás un sinfín de cuentos, poemas, textos, etcétera, que te harán recordar sus estilos, pues hay de venganza, de deseo, de crueldad, de nostalgia, de esperanza, francés, en la mejilla, en la mano, con amigos, con amantes, con mascotas, como novios, como niños… en fin. En este Librero te dejo tres grandes obras que hablan sobre el beso, aprovechando que el 13 de abril se conmemora su día internacionalmente que a toda honra merece ser celebrado; pasa, léelos y luego besémonos.
Besos de fogueo, besos de condena, con sabor a traición y que retratan a una sociedad violenta envuelta en homicidios, drogadicción y seducción; Roberto Montero -más conocido como Montero Glez- nos besa con su mano, tinta y pluma mediante las crónicas de un tormentoso pasado. En este libro se recopilan varios cuentos que narran las experiencias vividas por él mismo y que con una propuesta de narración estupenda -porque te hace parte de la historia-, entre esas líneas, salta en el tiempo abordando diferentes temas que se conectan entre sí.
El sentimiento del autor se refleja a través de las sátiras y comedia hacia sus anécdotas y personalidad, pues una cosa trae a la otra, ya que en estos relatos llenos de desprecio y de palabras sucias o grotescas, Montero mantiene una prosa seductora -que te va a poner…- imposible de olvidar, hilándose de esta forma a las historias que se pintan con vidas consecutivas, dinero y borracheras, ambiente mafioso de contrabandistas y policías corruptos, cuerpos y calles, sexo y fluidos, besos y pasiones que despertarán tus sentidos y curiosidad ante el lenguaje popular del autor.
“El curso de este afán es el de un beso que ha dado tantas vueltas. Aquí el amor ahora, allá el desamor más adelante, afán gustoso que en la piel estalla y ordena el rumbo cada día, afán de ave que emigra y busca el viento que le acomode”.
En esta propuesta, la escritora Etnairis Rivera une dos libros El viaje de los besos y De la flor, del mar y la muerte para entregarnos un poemario que alude a las diferentes formas y manifestaciones del beso, pero no desde una posición romántica -como se acostumbra y se recita en los grandes poemas- sino desde el rompimiento de ese cliché plasmándolo como un viaje interminable, dándole un tratamiento como si estuviésemos dentro de un bucle temporal en donde el mismo beso toma protagonismo, y sin importar el contexto en el que se desarrolle, es capaz de cambiar su significado.
Comienza con una flor y termina con un viaje, y como piel de gallina te pondrán sus versos; empezarás a comprender al beso como una deidad que es capaz de romper con la temporalidad y de dar vida porque involucra un nacimiento -al menos emocional- que te inspira, que en ocasiones te empujará a la prisa para luego ahogarte en el afán por el olvido. Y así, te recordará al amor y a la traición, al desamor e infidelidad, a la fatalidad e hipocresía, al ritual en honor a esos amores como manjares que te incitan a la perversidad; entonces entenderás que el beso es la vida que se disfraza de una muerte que nos condena a algo pasajero con el propósito de desear a gritos el volver a reunirnos con aquellos seres amados en otro plano espiritual, lejos de este bucle terrenal que nos plantea la autora y que nos sumerge en el todo, de forma carnal… Completamente humana.
Novela de Manuel Puig que relata la historia de Valentín Arregui, un revolucionario político, y Luis Alberto Molina, un homosexual acusado de violación a menores, quienes comparten la misma celda durante la dictadura militar argentina. Toda la narrativa se desarrolla en la cárcel como un espacio que está fijado para responder a la necesidad de vigilar; así, para combatir la soledad y el continuo miedo a la tortura, ambos presos conversan largamente: Molina le relata películas a Valentín, mientras es presionado por el director de la cárcel para que le extraiga información del grupo revolucionario al que pertenece a cambio de dejarlo en libertad.
Pero la historia toma un giro diferente y no se da del modo en que se había programado el actuar de Molina, sino que este personaje transgrede a la autoridad y no cumple con lo encomendado, pues se enamora de su compañero de celda. Pasa el tiempo y Molina está por finalizar su condena, y aprovechando esta oportunidad, su amado Valentín le pide pasar un mensaje a sus compañeros de lucha; una vez fuera de la cárcel, Molina muere baleado a manos de estos revolucionarios para borrar el rastro de su ubicación a la policía. Mientras Valentín muere tras ser torturado en un interrogatorio.