Por: Alexis Puentes

Nanook, una leyenda etnográfica

Fue tan mágica e inmediata la conexión que se dio entre el cine y el teatro desde el primer día en que esta unión se pensó con la finalidad de atraer al público y atraparlos mediante una representación que les ofreciera nuevas experiencias, desde ese entonces comenzó la carrera de producciones cinematográficas que dieron vida a la gran industria socio-cultural de la imagen en movimiento y la narrativa -el texto- y que a nuestros días -con la incorporación del sonido en 1927- la concebimos como audiovisual. Sin embargo, en sus primeros balbuceos el cine estaba enfocado hacia el espectáculo popular, es decir, a distraer las mentes de las masas en un viaje a los rincones de su imaginación con el resultado de que el espectador pudiera reflexionar sobre aquellas realidades ficticias que se les proponían, algo que sigue funcionando hasta la actualidad.

Pero fue un ingeniero de minas de origen estadounidense el que cambió este panorama: Robert Joseph Flaherty, quien filmaría su ópera prima la cual se convertiría en nada más y nada menos que en el primer largometraje documental y etnografía visual exhibida comercialmente -desde la invención del cinematógrafo- que lleva por nombre Nanook, el esquimal. El director, de familia irlandesa, nació el 16 de febrero de 1884 en Iron Mountain, Michigan, y fue hasta 1903 cuando empezó a producir su primera película que por azares del destino tuvo que volver a filmar en 1920. Flaherty es considerado el padre del documental y además el autor de otros títulos clásicos del género como Moana y Hombres de Arán.

Desde muy niño acompañó a su padre a varias expediciones para hacer prospecciones en la frontera entre Estados Unidos y Canadá, esto influyó en su carrera profesional pues ya de adulto, tras una expedición como explorador, cartógrafo y geólogo a las islas Belcher en la bahía de Hudson, en Canadá, el empresario William MacKenzie le animó a llevar su cámara y filmar la majestuosidad de la naturaleza del Norte. De esta forma comienza la historia de un director aventurero que se atrevió a darle otro enfoque a cómo realizar cine.

Imaginémonos por un momento estar realizando lo que para nosotros significa el trabajo de nuestra vida, ese al que le prestamos todo el empeño posible porque nos gusta y fuera de representar gran importancia sentimental, cuenta con un valor extremadamente costoso por cuestiones de tiempo y dinero. De repente, por un error humano, por un error de atención y cuidado, lo estropeamos a tal punto de perderlo todo; a decir verdad esto me ha pasado y el sentimiento no es nada grato. Algo así le sucedió a Flaherty durante la posproducción de Nanook, el esquimal, pues el director había arrojado al aire una colilla de cigarrillo aún prendida y esta aterrizó sobre el negativo el cual ardió de inmediato debido al contacto con el nitrato de la película borrando en cuestión de segundos nueve mil metros y dos años de archivo documentado sobre la vida de los inuits.



Flaherty nunca imaginó o consideró que estaba escribiendo su propia historia y tras el infortunio -aunque me cuesta un poco denominarlo así por el peso histórico que tiene el documental- se le presentaban por delante dos opciones: la de afrontar para toda su vida el fracaso por haber perdido todos sus recursos o la de volver a la bahía y grabar nuevamente el filme. Al director le cayó la gota fría con este error y le costó varios años para optarse por la segunda opción, reunir los fondos suficientes para la producción y pensar en la incansable búsqueda por la respuesta de cómo revivir esos majestuosos momentos que se habían filmado en su primera versión del metraje.

Como dijo Juan Ruiz de Alarcón “no hay mal que por bien no venga”, años atrás los hermanos Lumière habían proyectado la seminal Salida de los obreros de la fábrica (1895), un filme pensado en función de archivo de la cotidianidad, es decir, sin narrativa, pero Robert no se quería conformar con esta idea y aspiraba a ofrecer más que un sencillo documento, por ello se propuso a realizar una gran película sin imaginar la joya que estaba a punto de crear; aun así le tocó sudar la gota gorda, pues regresó a la península de Ungava y se decidió por rodar la historia de Nanook y su “familia” -dato curioso: ni los hijos ni la esposa eran familiares de Allakariallak- en el norte de Quebec, en donde se enfrentó a temperaturas de 20 a 60 grados bajo cero haciendo que la cinta se quebrara en varias ocasiones, por lo que fue la excusa perfecta para que el director recreara varias escenas de la película.

Literalmente se había embarcado en un viaje denso con la intención de mostrar cómo vivían los esquimales, para el resto de la civilización humana sus vidas eran realidades totalmente inconcebibles, pues no se tenía la idea de que se conformaban por tribus porque hasta ese entonces estos eran considerados como “salvajes”; así que para retratar un magnífico y llamativo relato, el director estadounidense centró su nueva historia en un sólo habitante del pueblo inuit y para agregarle dramatismo agregó más personajes quienes harían parte de su familia, debido a que él estaba detrás de la chispa de la sorpresa en el público -espectadores- y aunque no contaba con un guion tenía claro que el tema del filme era: las cosas del día.

Hago una pausa para reflexionar sobre un maravilloso cuestionamiento, ¿si el documental es el retrato de una realidad, hay o no ficción en esa representación? De entrada, por el montaje, diría que ya existe una intervención de esa realidad, el cual juega un papel importante que constituye la esencia del documental y aunque este hable de la verdad, aquí ya se está construyendo a partir de la ficción; por eso Bill Nichols dice que el documental es el tratamiento creativo de la realidad. La novedad del filme Nanook, el esquimal es cómo Flaherty se acercó a esa realidad, pues fue el primero en jugar con esta configurándola a su antojo y mostrándola como él quería, incluso, aunque ciertas cosas eran ficticias, lo real es que en algún momento los inuits se desarrollaron como lo planteaba el director.



Puede ser contraproducente llegar a un lugar totalmente distinto a nuestra cultura y modificar las creencias y costumbres de la población, como en el caso de los nombres otorgados al nacer cuando la creencia dicta que este va relacionado a la salvación del alma para una eternidad en paz con los dioses, y si se modifica, dañas la identidad y condenas al espíritu a la oscuridad y olvido; esto pensaban los inuits. La traducción de Nanook en la lengua inuktitut es “oso” y este personaje fue representado por Allakariallak, quien de inmediato se mostró atónito al por qué de este cambio, pues era fiel a las creencias de sus ancestros. Flaherty pensó que Nanook era más fácil de recordar y pronunciar por lo que le explicó las razones por las cuales debía hacerlo y el noble Allakariallak -quien además se convirtió en su amigo- aceptó; pero no fue lo único que su personalidad afable le obligó a permitir.

Por ejemplo, Robert se tuvo que adaptar a las costumbres de los esquimales y estaba en búsqueda de filmar la caza de morsas y tras varios días fallidos encontraron por fin unas veinte morsas tomando el sol en la orilla de la isla, Flaherty montó sus cámaras Bell y Howell mientras Nanook ataba su arpón acercándose sigilosamente a la manada esperando el preciso momento para atacar. Uno de los animales levantó la cabeza inmortalizando en la cinta sus tenebrosos colmillos y avisando al resto de la manada que estaban en amenaza, por lo que de inmediato Nanook arrojó el arpón sobre este atrapándolo hacia una lenta y batalladora muerte; los propios esquimales le imploraban a Flaherty que les arrojara la escopeta para matar a la bestia y el director hizo como si no les entendiera. Al final se sabe que pudieron cazarlo, pero Allakariallak le renegó que esta ya no era su forma de caza, ni siquiera la de su abuelo pues aquel ya contaba con un rifle y no cazaba a mano.

Por el contrario, Flaherty insistía en mostrar las condiciones de vida en el norte y otro gran suceso fue el de la construcción del iglú, quería retratar cómo era su elaboración y cómo dormían las familias dentro de este. Pero se enfrentaba a un gran reto, su cámara no cabía dentro de la estructura y además las condiciones de iluminación no eran las adecuadas; hasta que se le prendió el foco en su mente y le pidió a Nanook que sólo construyera una parte y dejara un hueco atrás que permitiera el paso de la luz y el lente de su cámara. Por su puesto Allakariallak aceptó pero se burló de él y sus risas quedaron retratadas en el filme.

Bill Nichols (1997) dice “el documental aborda el mundo en el que vivimos en vez de mundos en los que imaginamos vivir” y es que el documental exige suerte, vaticinio y sobre todo una capacidad de vivir el instante en función del relato que hacemos, así que no me canso de mencionar que el rodaje no sería rodaje si no implicara la posibilidad de una escritura del relato: el montaje. Por esta razón Nanook, el esquimal corresponde a los antecedentes del documental, es el pionero en su género y la narrativa es para observar, pues su modalidad es expositiva, que evidentemente por la época es una película muda, pero resulta bastante curiosa porque sabían cómo poner música encima de la cinta pero no la voz en Over -voz Dios- y por eso el director narró la historia mediante los subtítulos planteando un drama detallado y trabajado desde el suspenso por el descubrimiento; tenía claro que debía generar algo en el espectador.

Sin duda, Nanook, el esquimal es un homenaje a la sobrevivencia humana, a la lucha del pueblo inuit, y la presentación de sus personajes conecta con el espectador encaminándonos a una relación íntima con la familia de Nanook, generándonos momentos de tensión al detenerse en sus largos planos como el de la pesca, estimulando en nosotros la emoción primitiva de la sorpresa. Dedicamos este Con-Ciencia a la figura de Robert Flaherty, considerado el padre del género documental con su ópera prima: Nanook, el esquimal.