“Mi nombre es como el de todas las cosas, sin principio ni fin y, sin embargo, sin aislarme de la totalidad por mi evolución distinta en ese conjunto infinito, las palabras más cercanas a nombrarme son Nahui Olin. Nombre cosmogónico, la fuerza, el poder de movimientos que irradian luz, vida y fuerza. En azteca, el poder que tiene el sol de mover el conjunto que abarca su sistema”.
Nahui-Olin, Nahui Olin
Para hablar de Nahui Olin, Carmen Mondragón, se han hecho comunes los lugares de su procedencia de la alta burguesía porfiriana y su educación afrancesada; la realización de su capricho al desposarse con Manuel Rodríguez Lozano, el matrimonio desabrido de varios años, la vida en Francia y la muerte de la única criatura suya ‒perpetrada por sus propias manos, según dicta la negra leyenda‒; el regreso a México y una volcánica liberación sexual en compañía de Dr. Atl, su bautizo como Nahui Olin, su incursión en la escena artística mexicana de los 20 como musa de pintores y fotógrafos, y la decadencia de aquel telúrico romance; su producción de artista incomprendida, los sucesivos amantes hasta el arribo de su gran amor el capitán Eugenio Agacino; la prematura muerte del amado y el pasar de los años marcados por la partida de sus congéneres, la huida de su inaudita belleza y la caída en la locura.
Llegados a este punto, parece inevitable aducir el resto de situaciones que se suman a esta clásica historia de la bella mujer que termina por convertirse en bruja. Se dice que Nahui Olin pasó el resto de sus días aferrada a su gran amor, a quien pintó en una gran sábana con la que dormía; que decía tener por confidente al mismo sol y que era gracias a ella que éste salía o se ocultaba para hacer suceder el día y la noche; que deambulaba por las calles aledañas a la Alameda Central presumiendo de su antigua belleza y sensualidad inmortalizadas en fotos que iba vendiendo por ahí o recogiendo gatos de la calle a los que llevaba a su casa, con cuyas pieles, una vez muertos, se hizo una cobija para tenerlos siempre consigo; o que de vez en cuando, subía a los autobuses para meterles mano o acosar jóvenes, tal había sido y era su ninfomanía.
Nahui pasó los últimos días de su vida sola y cuando murió nadie acudió a su funeral, nadie quedaba vivo que pudiera rendirle alguna ceremonia o dedicarle luto y el resto del mundo la había olvidado. Pero, gusta también decirse que esta trágica historia llegó a su final cuando en 1992 el historiador del arte, Tomás Zurián, quedó flechado de los enormes ojos verdes de Carmen, de quien encontró una fotografía entre papeles de Gerardo Murillo que tenía como menester organizar. Hechizado del encanto de esos verdes abismos, Zurián se abocó en lo sucesivo a rescatar a nuestra dama del olvido: compiló obra diversa, tanto las pinturas y fotografías en las que ella hizo de inspiración, como las pinturas, caricaturas y escritos que la misma Nahui ideó y creó, y posteriormente montó con todo esto la exposición Nahui Olin. Una mujer de los tiempos modernos en el Museo Estudio Diego Rivera con el propósito de reivindicar a la musa, pero sobre todo, a la artista y a la mujer emancipada, feminista sin pancarta.
La de Zurián no fue, empero, la primera exposición en torno a esta mujer, de quien, a partir de su póstumo rescate, se dice que fue una mente adelantada a su tiempo, genia incomprendida de la época que le tocó vivir. Ella misma, en 1927 organizó su primera exposición artística en su casa, compuesta por las fotografías de su complaciente desnudez realizadas por Antonio Garduño, algunas de sus pinturas, dibujos y sus libros de poesía publicados hasta entonces. Cabe imaginar el escándalo montado por la sociedad del momento ante el impúdico atrevimiento de Nahui Olin, mujer de quien se presume no tenía mayor reparo en hacer voluptuosa gala de sí misma en cada ocasión. A esta época se remonta, se dice, la leyenda negra de su ninfomanía, juicio y señalamiento de una sociedad hipócrita, no menos que la de ahora, que hacía alarde de sus libertades recientemente conquistadas y con tantas otras pendientes de reconocer en los más diversos y criticados frentes.
Un año después de la exposición de Zurián, en 1993 apareció el libro de Andriana Malvido, Nahui Olin. La mujer del sol, en el que la escritora y periodista se dio a la tarea de reconstruir la biografía de la enigmática mujer musa y poetisa, movida también por el encanto de esa rubia de ojos verdes de quien se dijo enahuizada… Así, las vindicaciones de Mondragón han pasado de las estigmatizaciones prejuiciosas de una época a las narrativas de la nuestra, tan dispuesta a poner en el foco a aquellas mujeres de la élite intelectual y cultural del pasado, a quienes se ha querido hacer baluartes de la emancipación femenina: Frida Kahlo, Tina Modotti, María Izquierdo, Lupe Marín, Lola Álvarez Bravo… Y a veces, se las ha convertido en productos culturales, en cuyo marketing y consumo termina por desdibujarse la persona de la vida real, como sucede con la fridamanía; un destino que se auguró también para Nahui y del que aún no hay, para bien o para mal, una tendencia clara.
A Nahui había que sacudirle un poco su aura de musa irresistible para echar luz un poco más sobre su prolífica y variada producción artística. Entonces apareció, en 2011, el tomo inmenso de la hispanista Patricia Rosas Lopátegui, Nahui. Sin principio ni fin, el cual reúne la obra escrita de Carmen Mondragón, que comprende cinco libros de poesía, algunos poemas sueltos, cartas, notas de periódico, entre otros textos con los que se busca destacar la faceta de escritora de Nahui, quien, no sólo fue la mujer más bella de su época, sino también una pluma lúcida y brillante. En esta misma línea, hace re poquito, en 2018, el Museo Nacional de Arte montó Nahui Olin. La mirada infinita, una exposición que reunió obra pictórica acompañada de algunos versos de esta llamada artista incomprendida.
Así, llegamos a Nahui Olin artista, en el sentido amplio del término. Su pintura se ha calificado de naif, la obra de una mujer que no estudió propiamente arte y que tampoco perteneció a alguna escuela o corriente del pincel. Vanguardista solitaria, sus motivos recurrentes son ella misma, autorretratada con sus enormes ojos verdes tupidos de pestañas, su cabellera dorada, algunos desnudos en los que destaca sus flamantes curvas o escenas con los amantes, representados, al igual que ella, con ojos grandes y pestañudos, y sensuales labios rojos; por aquí y por allá figuran también los gatos y algunas escenas folclóricas y cotidianas. Cuadros que, se dice, destacan por su inocencia y frescura, así como por la espontaneidad del trazo de un pincel cargado con la pintura tal cual salía del tubo, obras que respondían a un impulso que debía saciarse de inmediato.
En lo que toca a su escritura, la poesía de Nahui toma igual el verso que la prosa para satisfacer su sed creativa. En total publicó cinco títulos: Óptica cerebral. Poemas dinámicos, de 1922; Calinement je sui dedans (Tierna soy en el interior), de 1923; Á dix ans sur mon pupitre (A los diez años en mi pupitre), de 1924; Nahui-Olin, de 1927; y Energía cósmica, de 1937. Cabe destacar que la artista fue formada desde la más tierna infancia en música, literatura y otras artes, como correspondía a su clase, de modo que no carecía de bases a su entrada en el efervescente ámbito cultural y artístico de ese México posrevolucionario.
Puede que se achaque el inicio y varios años de su producción artística al influjo y apoyo de su amante de aquellos años, Gerardo Murillo Dr. Atl, de quien recibió el cósmico nombre de Nahui Olin, pero del cual ella se apropió por completo; pero lo cierto es que su obra es inclasificable y, ante todo, suya, si bien aprovechó lo que este fértil campo ofreció a su Insaciable sed:
Mi espíritu y mi cuerpo tienen siempre loca sed
de esos mundos nuevos
que voy creando sin cesar,
y de las cosas
y de los elementos,
y de los seres,
que tienen siempre nuevas fases
bajo la influencia
de mi espíritu y mi cuerpo que tienen siempre loca
sed;
inagotable sed, de inquietud creadora,
que juega con los mundos nuevos
que voy creando sin cesar
y con las cosas que son una, y que son mil.
Y con los elementos,
y con los seres
que me dan insaciable sed—
y que no sé
si tienen
algo de sangre,—
algo de carne
o algo de espíritu—
que sirven de juegos intermitentes a la sensibilidad
de mi materia.
Y mi espíritu tiene siempre loca sed—
pero loca sed
de él mismo—
de crear
poseer
y destruir con otra creación de mayor magnitud que la que destruyó, y mi espíritu tiene loca sed que nunca se extinguirá, porque su personalidad única no permite comunión o posesión alguna, de igual magnitud.
Los primeros versos de la poética de Nahui no son, como podría creerse, los publicados bajo el título tremendo y estridente de Óptica cerebral. Poemas dinámicos, de los que acabamos de dar una prueba. La visión de su intelecto y el dinamismo de su pluma se remontan a sus 10 años, cuando sentada en el pupitre del colegio francés, anotaba en su cuaderno:
Desgraciada de mí,
No tengo más que un destino: morir
Porque siento mi espíritu
Demasiado amplio y grande
Para ser comprendido
Y el mundo, el hombre y el universo
Son demasiado pequeños para llenarlos.
Quiero morir
Es necesario desaparecer
Cuando no se está hecho para vivir
Cuando no se puede respirar
Ni desplegar las alas.
O:
Soy un ser incomprendido que se ahoga por el volcán de pasiones, de ideas, de sensaciones, de pensamientos, de creaciones que no pueden contenerse en mi seno y por eso estoy destinada a morir de amor… No soy feliz porque la vida no ha sido hecha para mí, porque soy una llama devorada por sí misma y que no se puede apagar; porque no he vencido con libertad la vida teniendo el derecho de gustar de los placeres, estando destinada a ser vendida como antiguamente los esclavos, a un marido. Protesto a pesar de mi edad por estar bajo la tutela de mis padres.
Estos textos publicados en 1924 bajo el título de A los diez años en mi pupitre, fueron conservados por una monja que dio clases a la pequeña Carmen Mondragón y dan muestra de una óptica cerebral que ve con claridad la finitud de la existencia y la alienada condición de la mujer, un par de horizontes que sofocan la perspectiva de futuro de esta niña lúcida con ímpetus creativos. La línea de algo que Zurián llamó feminismo sin pancarta puede atestiguarse en poemas como Bajo la mortaja de nieve duerme la Iztatzihuatl o El cáncer que nos roba la vida signados en los dinámicos poemas de 1922.
Destacan en su poesía, asimismo, las ideas del vitalismo filosófico tan difundido en aquella época y líneas que recuerdan a la crítica de la racionalidad moderna, así como una suerte de diálogo con las nuevas teorías de la física del siglo pasado.
Sabiduría lepra humana, parálisis de todo átomo viviente, dictaste leyes invariables, palabras imperecederas, imperantes desde el principio hasta el fin de este mundo.— Te gangrenaste en tu estabilidad.—
Precisar todo acto vital es nulificar una expresión, una modalidad humana. Todo entra en la evolución multiplicadora sin término que significa vida —movimiento continuo, elemento, fuerza de la que dependemos el Universo y nosotros.—
La fluidez de belleza color que tienen las cosas y los seres, no es sino vibración de inestabilidad, porque la belleza es la misma variedad en la evolución de todo —Sabiduría— desgaste orgánico general —Ignorancia— plenitud que produce lo profundo, lo sincero, lo esencialmente personal, arte dentro de la revelación y revolución del espíritu, sin más medio que su motor primo, su propia fuerza, porque todo factor de expresión es modificado, renovado por la impotente necesidad del arte nuevo dentro del arte de toda época.
Como se ve, hay mucho aún por descubrir en el cosmos creativo de la Nahui Olin escritora, vanguardista solitaria pendiente de reivindicar.