Por: Rebeca Avila

El show de terror de Rocky, la libertad de no ser heteronormativo

En el planeta Transexual, ubicado en la lejana galaxia de Transilvania, viven los transilvanos. Varios de ellos han llegado a instalarse a la Tierra y con esto han traído una serie de eventos libertinos que desafían las buenas costumbres. Puede que así lo vean los heteronormativos, pero dentro del castillo del Dr. Frank-N-Furter las apariencias y pudores conservadores desaparecen para dar lugar a la transgresión de lo moralmente establecido y la liberación de los prejuicios. Al menos eso sucede en El show de terror de Rocky (1975) de Jim Sharman, una adaptación fílmica de la obra de teatro homónima que rompió paradigmas durante los años 70. En el marco del Día Internacional contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia, dedicamos este Pantalla sonora a esta reliquia del cine que, a través de su narrativa musical y su sátira de lo grotesco y normalmente aceptado, continúa siendo un referente para la comunidad LGBT+ pese a algunas críticas del mismo colectivo.

Esta joya de culto del cine musical, fracaso en taquilla, pero un éxito entre aquel público que adoptó sus preceptos, marcó un antes y un después en la manera en que se manifestaba y percibía la intersexualidad en un mundo de gente “normal”. Y lo hizo no sólo a través de su argumento, sino de la música que, más que acompañar la cinta, es parte de la narrativa de la misma; una secuencia de disparates en la que todo lo imposible sucede en medio de ahora icónicos números musicales.

Esta parodia social va de un científico -el Dr. Frank- que ha convocado a otros colegas para que vean su nueva creación: Rocky, un hombre rubio y musculoso con medio cerebro, fabricado para la propia satisfacción del doctor. A esta convención, llegan, por azares del caos y del destino -debido a que se han quedado varados en medio de la carretera luego de que se les averiara un neumático mientras llueve-, el joven matrimonio conformado por Brad y Janet, la representación de todo lo convencional y la emulación de la libertad sexual. No pasará mucho tiempo, cuando se vean tentados en más de una ocasión a romper con los estatutos morales que les prohíben conocer más de sí mismos sin culpa alguna, y abriendo la caja de posibilidades donde caben tantas preguntas sobre la sexualidad más allá de la relación hombre-mujer, y que les hará cuestionarse que quizá el deseo no tiene género.

Ya desde la primera canción que abre la cinta se nos da un preámbulo de lo que viene y de lo que va la historia. Una alusión al cine de serie B de los años 30, con clásicos donde las historias y sus personajes son aquellos seres raros, monstruosos, fuera de este mundo; mientras que los oponentes son las personas comunes.




De pronto, cuando Janet y Brad irrumpen, aún mojados por la lluvia, en un salón del castillo, se muestran impresionados por los entes que están ahí presentes: una suerte de freak show, con un hombre con joroba y excéntricas “personas” que bailan y cantan una pegajosa pieza The Time Warp, una primera invitación a la locura y a dejarse llevar por aquello que resulta aterrador. Pero es lo más raro que verán.




A sus espaldas, llegando en el elevador, aparece el mismismo Dr. Frank (Tim Curry), con un maquillaje dramático que nos recuerda a los populares performances de Drag Queen, una capa estilo vampiresco y unas plataformas con las que camina como si fueran una extensión orgánica de sus pies. A continuación, el comienzo de lo grotesco y la depravación: este “dulce travesti de Transexual, Transilvania” se quita la capa y aparece semi vestido, con un corsé, liguero y medias de red, ¿qué espectáculo más escandaloso para la pantalla grande?, después de las décadas de censura gracias al código Hays.




La producción, que brincó del teatro al cine como todos los musicales de aquella época, fue escrita por Richard O’ Brien (autor de la obra original) y buscaba, a través de la ironía y la exageración, un retrato de cómo veía la sociedad a las personas homosexuales, bisexuales y transgénero; como aquellos extranjeros, venidos de otros mundos, los extraterrestres, los bichos raros que no tienen cabida en los círculos socialmente permitidos por una sencilla razón: todos ellos son sujetos salvajes que amenazan el orden establecido, por lo tanto no merecen sentirse parte y, como se puede apreciar más tarde en esta historia, deben permanecer o ser devueltos al lugar donde pertenecen. De no ser así, las consecuencias podrían ser severas para el resto de las personas “normales”.




Una ola de degenere y confusión podría suceder si estos seres extraños pudieran interactuar de cerca con los heterosexuales, como le sucedió a Bran y Janet. Separados en habitaciones distintas, la pareja es seducida por Dr. Frank que, como puede mimetizarse, engañar y manipular (como Zeus cuando pervertía a cuanta mujer se le pusiera en frente), irrumpe en las habitaciones de ambos y los seduce haciéndose pasar por ellos mismos, logrando su cometido de pervertirlos. Sin embargo, Brad y Janet no son del todo engañados, pues ambos terminan por darse cuenta de que el científico trasvesti es quien está frente a ellos. Entonces, la culpa cobra su primera víctima: Janet, quien corre a buscar a su marido sin saber lo que acaba de ocurrir entre él y Frank; ante este hecho, de descubrir que a ella y Brad les gusta lo mismo y lo opuesto, un hombre con apariencia de mujer, surge la duda ¿si tratan de ocultar lo sucedido por ser una infidelidad o porque esa infidelidad es doblemente incorrecta por tratarse de un trasvesti bisexual? Al final, como sea, Janet reconoce que en su liberación ha descubierto algo que no conocía de sí misma.




“¿Qué plan diabólico ideó la insana imaginación de Frank?” por supuesto no sería un día de campo, porque qué otra cosa se le podría ocurrir a un sujeto como él. La conexión entre lo sórdidamente lujurioso con la homosexualidad y transexualidad es un recordatorio de cómo son observadas estas personas, como si su preferencia sexual y todo lo relacionado con el acto sexual fuera lo único que los definiera convirtiéndolos en enviciados incontrolables, que lo único que hacen a su paso es perseguir al resto del mundo para “convertirlos” y arrastrarlos. Sin embargo, son las sectas y los grupos conservadores radicales los que siempre tratan de convertir o “revertir” aquello que, según su parecer, está desviado: “debemos salir de esta trampa antes de que esta decadencia nos robe nuestras voluntades”, o en su caso, que los raros regresen por donde vinieron.