En el andar por la casa se puede observar, sobre cualquier superficie, finos pelos que va dejando, eso sin contar los que deja en la ropa cuando se le ha cargado o cuando ha decidido restregarse junto a uno. Tener un gato significa andar con rodillos quita pelusas y con la aspiradora funcionando de por vida, al mismo tiempo que asumes que tarde que temprano alguien te verá con la ropa llena de pelos de él, el que muchos piensan que es tu mascota, sin apuntar que en realidad la mascota eres tú: el gato.
Con sus pequeñas pero agiles patitas, con las que pisan, una delante de la otra, con una precisión que sólo poseen cuatro especies en el planeta, las mismas que esconden unas letales y afiladas garras, camina y se posa como si fuera el dueño del mundo, y lo es. Dueño de uno de los sonidos más tranquilizantes como estimulantes del mundo, su vibrante ronroneo, y de un ego tan grande como sus ganas inconmensurables de echarse a dormir, y sólo comparable con el tamaño de sus majestuosos parientes los grandes felinos. La valía, misticismo y superioridad que emanan son producto de que parece ser que el gato doméstico no sabe que es doméstico, pues es dueño de todo lo que toca la luz -y la sombra-. En su andar como especie por este mundo compartiendo algo de su espacio con los humanos, nosotros nos hemos encargado, lo mismo de darle el respeto que sólo tienen las divinidades, que de achacarle la mala suerte y mientras el perro es el mejor amigo del hombre, el gato es el fiel acompañante de una bruja.
Como pueden ser los reyes de la casa, lo pueden ser también del barrio, de la calle y sus azoteas. Y aunque la mayoría de las personas suele preferir a los caninos, la cercanía con un gato es una experiencia que nunca deja de sorprender y qué mejor que la palabra escrita, como hacían los antiguos egipcios en sus jeroglíficos, para desentrañar esa fascinación por el felis catus. Desde el relato popular reinterpretado por Charles Perrault, El gato con botas, pasando por la insignificante vida del humano contada por un felino en Soy un gato, de Natsume Soseki o el terror de El gato negro de Edgar Allan Poe, hasta las travesuras de El gato en el sombrero de Dr. Seuss, en el marco del Día Internacional del Gato este 20 de febrero (una de las tres fechas que existen además del 8 de agosto y 29 de octubre) dedicamos este Librero a algunas otras obras que muestran ese ancestral lazo humano-felino a través de la literatura.
Además de otorgarles cualidades divinas, a los gatos también se les ha dado la gracia de ser poseedores de una gran sabiduría, ¿qué pensaran mientras nos miran con tanta deliberación?, ¿a qué reflexiones llegarán mientras toman baños de sol? Parece que la filosofía ha encontrado más verdades y respuestas a través de los felinos que en el propio ser humano, al menos para algunos pensadores modernos. Quizá buscamos reflejarnos en ellos. En el siglo XIX, el francés Hippolyte Taine, uno de los principales teóricos del naturalismo, escribió, en su compendio Viaje a los Pirineos el texto Vida y opiniones de un gato filosófico, en el que un audaz minino de granja, con un humor incisivo, demuestra que el ser más racional del reino animal en realidad se regocija en su sufrimiento ante la más mínima cosa; y en breves páginas comparte su panorámica sobre el mundo, la vida, el amor y, ¿por qué no?, los perros.
En esa misma terna del análisis filosófico se encuentra Filosofía felina: los gatos y el sentido de la vida, del escritor contemporáneo John N. Gray. Lanzado apenas en 2021, este libro recopila en 200 páginas, no sólo la simpleza y practicidad de la vida vista a través del felino doméstico, sino también una breve historia de la relación entre humanos y estos animales, además de repasar la vida y obra de pensadores, escritores y algunas otras personalidades que han sido amantes de los felinos.
Perteneciente a la llamada Generación Beat, William Burroughs escribió este peculiar discurso acerca de todos los gatos que han formado parte de su vida. Esta guía sirve como un relato autobiográfico donde pone de manifiesto cómo el gato parece ser quien domestica al Homo sapiens, pues el paso destructivo de nuestra especie que afecta a otras parece no afectar a los gatos: como prueba está que un gato puede reconocer cuando se le habla por el nombre que le fue dado por el que se cree su dueño, sin embargo, toma la decisión de ignorarlo si le da la gana. “El gato no ofrece ningún servicio. El gato se ofrece a sí mismo. Por supuesto busca cariño y protección. El amor no se compra a cambio de nada. Como todas las criaturas puras, los gatos son prácticos”.
Beauty es una preciosa minina blanca inglesa que en este breve relato cuenta su triste historia de mal de amores. Este cuento de Honoré de Balzac, que forma parte del compendio Los animales pintados por sí mismos: escenas y costumbres de la vida pública y privada de los irracionales, publicado en 1840, es una mordaz crítica a la doble moral que impone el sistema patriarcal de la era victoriana a través del matrimonio y ofrece un potente golpe a la educación y la religión. En esta historia, Beauty, una damita educada, es la prometida de un gato regordete y mayor que ella, que la tomará como esposa trofeo. Sin embargo, Beauty tendrá el infortunio de tener un desliz con un coqueto gato francés, sufriendo así las consecuencias de su affaire.
Una novela donde el realismo y la fantasía particulares de la obra de su autor, Haruki Murakami, se entremezclan. En esta ficción se cuentan dos historias sobre dos personajes distintos que, sin cruzarse nunca, sus vidas terminan conectadas. El elemento clave es la tragedia: el primer protagonista, Kafka Tamura, huye de casa a los 15 años, debido a problemas irremediables con su padre, quien crió solo a su hijo cuando su esposa lo abandonó, hecho que resulta en que, en su locura, profetice que Kafka terminará asesinándolo, tal como el Edipo de Sófocles. Los capítulos que se intercalan con esta primera historia son sobre Satoru Nakata, un hombre de 60 años, quien debido a un accidente inexplicable que sufrió de niño, perdió no sólo sus recuerdos, sino su inteligencia y la capacidad de leer o hablar, excepto con los gatos. Gracias a que ahora puede comunicarse con ellos, dedica su vida a buscar mininos perdidos y a salvaguardar sus vidas, aunque eso implique asesinar a quien ose dañarlos.
“–Pobre desgraciado -dijo, haciéndole cosquillas en la cabeza-, pobre desgraciado que ni siquiera tiene nombre. Es un poco fastidioso eso de que no tenga nombre. Pero no tengo ningún derecho a ponérselo: tendrá que esperar a ser el gato de alguien. Nos encontramos un día junto al río, pero ninguno de los dos le pertenece al otro. Él es independiente, y yo también”. Así describe Holly Golyghtly, la protagonista de esta novela corta escrita por Truman Capote, la relación con su gato rojizo atigrado; si bien la novela no trata acerca de un gato, es a través de él que el narrador da forma al carácter de Holly, huraña, aventurera, pero a la vez necesitada de atención y emociones.