Por: Arody Rangel

Filósofes ante la pandemia o de cuando la lechuza de Minerva quiso ser agorera. Parte 2

Cita citable entre filósofes: “el búho de Minerva sólo levanta su vuelo al romper el crepúsculo”. La críptica sentencia se debe al genio filosófico de Hegel, quien señalaba con esto que la filosofía llega siempre tarde, que sus reflexiones se dirigen al pretérito, que no hay filosofía del tiempo presente. En la entrega anterior de Con-Ciencia revisamos algunos de los vaticinios filosóficos sobre la emergencia sanitaria derivada por la pandemia de Covid-19, los cuales se compilaron en español bajo el título de Sopa de Wuhan y es que, al igual que todo mundo, varios filósofos de la contemporaneidad se pronunciaron respecto de la situación pandémica, que a dos años de los primeros casos sigue su curso. Esta es la continuación de aquella revisión de las visiones proféticas de las lechuzas rebeldes que no sólo filosofaron sobre el presente, sino que se aventuraron a proyectar futuro.


Psicodeflación: mente en descenso

Entre el 21 de febrero y el 13 de marzo del 2020, el filósofo y activista italiano Franco Bifo Berardi escribió varias páginas fechadas que se publicaron con el título de Crónicas de la psicodeflación el 19 de marzo. En esas cuatro semanas, Bifo observa que el temor al contagio está próximo al terror de entrar en contacto con los otros, condición que atenta contra el sentido de lo social y lo comunitario; también augura que la pandemia, resultado irrebatible del modelo de producción capitalista, terminará por cesar el movimiento de la máquina al obligar a las personas a parar sus actividades laborales, pero es cuestión de días para que se le revele que el aislamiento en tiempos del Internet es el campo de cultivo idóneo hacia esa tendencia neoliberal de intercambio mercantil y múltiples actividades económicas online; pasa también de denunciar el terrible recorte que se ha hecho a los servicios de salud en su país (como ha sucedido en tantos otros), a constatar que la insuficiencia de estos servicios plantea la disyuntiva entre qué vidas salvar y, que él mismo, al igual que sus congéneres familiares y amigos, se encuentra entre la llamada población con mayor riesgo de enfermar y morir.

Su diagnóstico alerta que, a la par de la pandemia por el biovirus, las personas atraviesan ya una epidemia psíquica, resultado del estrés, agotamiento y frustración constantes del ritmo de vida actual, para la que el confinamiento y la falta de intercambios con los otros sólo prometen recrudecer el padecimiento en franca psicodeflación o caída en picada de las facultades mentales ‒y aquí estamos‒. En esas cuatro semanas, el esteta pasa de su ánimo un tanto escéptico a otro pesimista: ante la declaración de cuarentena en toda Italia y el recuerdo de las lecciones de la historia y de la ciencia ficción que enseñan que las situaciones de crisis como la actual son la antesala de regímenes totalitarios, el italiano acepta la hipótesis de que al término de la pandemia se habrá consolidado el capitalismo de vigilancia; pero también nos hacer recordar que el futuro siempre puede abrirse paso en otra dirección y, quién sabe, quizá luego de esto, las personas estemos mejor dispuestas a la solidaridad y a hacer de la igualdad nuestro nuevo punto de partida…


Nuda vida y estado de excepción

En Sopa de Wuhan se recogen tres textos de Giorgio Agamben, filósofo de origen italiano quien en el primero de ellos, La invención de una pandemia del 26 de febrero, destaca la posibilidad de que la pandemia ‒para entonces la Covid-19 se despechaba como cualquier gripe estacional‒ se magnificara en aras de incitar a las personas al pánico y que, debido al miedo de contagiarse y su sucedáneo deseo de seguridad, permitieran sin chistar una restricción dramática de sus libertades, clima perfecto para instalar un estado de excepción. Mientras que, en Contagio, el segundo de ellos, fechado el 11 de marzo, hace ver el riesgo de que derivado del miedo a contagiarse, se debiliten las relaciones humanas y que el prójimo quede abolido, reducido a la condición de posible apestado; en tanto que al poder parece venirle muy bien arreciar las medidas excepcionales y permitir el contacto y contagio entre las personas únicamente en la red.

En el último de estos textos, el filósofo continuador del pensamiento foucaultiano en torno a la biopolítica, destaca en primer lugar que, quizá, la razón por que las personas han cedido aparentemente sin protestar al confinamiento y la reducción de sus otrora actividades cotidianas se debe a que antes del brote epidémico, ya existía un sentimiento de inviabilidad en nuestra forma de vida contemporánea y, quizás, luego de todo esto, estaríamos en posibilidad de preguntarnos si nuestra existencia de antes era la correcta. Con todo, hace ver que la crisis de fe y de sentido que caracteriza nuestra época, en la que parecemos no creer en nada más que en la nuda vida, la vida orgánica, que a toda costa se hace imperativo salvaguardar, podría orillarnos a aceptar una tiranía por miedo a perder la vida.


Nihil novum sub sole

En Sobre la situación epidémica del 21 de marzo, el filósofo francés Alain Badiou señala que la pandemia causada por el SARS-CoV-2 no es, como se ha dicho de tantas y tantas formas, algo novedoso bajo el cielo contemporáneo. El nombre del virus, por ejemplo, está articulado a partir del del SARS 1, que en 2003 causó la primera enfermedad desconocida del siglo XXI, y si esto no basta, habría que pensar en las epidemias del SIDA o del ébola para refrescar nuestras memorias. Badiou lamenta el exceso de voces que prorrumpen sobre la pandemia, que a su parecer no tiene nada de excepcional ni de increíble, y puntualmente, demerita el que se quiera hacer filosofía con motivo, por ejemplo, de las medidas sanitarias “extremas” o que se vea en la emergencia sanitaria al evento fundador de una increíble revolución.

El también literato francés, ofrece una lectura más solidaria del confinamiento: quedarse en casa no es tanto un acto del egoísta “yo primero”, como una forma de cuidar a los otros, sobre todo a quienes realmente no pueden hacer cuarentena. Por otro lado, nos invita a entender la situación epidémica actual en la complejidad de su trama: no es gratuito y tampoco es simple, el hecho se explica en la transversalidad de determinantes tanto naturales como sociales; ese entramado, por cierto, hace relucir una de las paradojas de nuestro mundo: la economía es global, he ahí la razón de la veloz propagación del virus por el globo, pero las políticas siguen siendo estatales, he ahí la causa de que cada nación hiciera rápidamente lo propio para enfrentar al virus y se atrincherara en su propia frontera como en tiempos de guerra. Badiou no ve en la pandemia un suelo propicio para los grandes cambios políticos que requerimos para virar hacia mejores rumbos y denuncia la preponderancia de las redes sociales en las que sólo se hace eco de lo que se ha dado en llamar infodemia; más que precipitarnos en el vocerío desparpajado de la revolución por venir o del mundo del fin del mundo, habría que atender las medidas sanitarias y buscar o crear efectivamente los lugares en los que aquí y ahora pueden emerger políticas nuevas.


Mutar para la revolución que viene

El texto con el que cierra Sopa de Wuhan es Aprendiendo del virus, publicado por Paul B. Preciado en el diario español El País, el 28 de marzo del 2020. El filósofo transgénero nos recuerda, echando mano de las etimologías, que nuestras comunidades están formadas a partir de cierta munidad e inmunidad: estas palabras comparten la raíz latina munus, que refiere al tributo que alguien debía pagar por vivir o formar parte de la comunidad; así pues, comunidad designa al grupo humano unido por una obligación común y respecto de este grupo, se halla, por un lado, el inmune, esto es, quien no está obligado al tributo y que suele ocupar una posición de poder; y por otro, el démuni, quien queda fuera de la comunidad y expuesto, vulnerable. A partir de estas relaciones, Preciado nos invita a pensar, primero, quién es quién en las sociedades que habitamos y, luego, evaluar quiénes serán-fueron-son los démuni, aquellos a los que la inmunidad política de la comunidad vulneralizó frente al virus. Dicho sea de pasada: el término inmunidad pasó del ámbito jurídico al epidemiológico en el siglo XIX con el desarrollo de esta ciencia médica.

Por otro lado, Paul también hace notar cómo el virus, ante el que más de una nación dio batalla ‒pensando precisamente en términos bélicos‒, hizo desplazar las fronteras del poder político de las líneas imaginarias que separan a las naciones hasta las puertas de nuestras casas e incluso más lejos, a nuestros cuerpos. La necesidad de controlar estos nuevos límites para evitar la propagación de la enfermedad encontró dos vías: la casi declaración de estado de excepción en países de Europa y la biovigilancia digital en países de Asia; ¿la diferencia? El modo como el poder se ejerce: por un lado, un anticuado recurso al uso de la fuerza y por el otro, la cooperación plena de las personas con el aparato que las vigila y controla. ¿Lo que hay en común? Ninguno de los dos escenarios, como ya se ha visto en los augurios de un Byung Chul-Han o de los dos italianos arriba mencionados, permite avizorar un desenlace ¿feliz?, en ambos casos se rompen los vínculos comunitarios, sea por miedo al contagio o sea por el ensimismamiento ególatra de la vida digital. Parece que nada bueno le depara al colectivo humano luego de esta crisis neoliberal de la posmodernidad, a menos que…

Aprender del virus, esa es la apuesta del autor del Manifiesto contrasexual. Tal como el virus muta, tendríamos que mutar nosotros hacia otra forma de hacer comunidad, una en la que quepan todos los vivientes del planeta; mutar hacia nuevas formas de cooperación globales; hackear las nuevas técnicas y dispositivos de poder en favor de las mutaciones que nos permitan cambiar los ejes de nuestras políticas; imaginar juntos la revolución por venir…