En un mundo digital, donde puede tomar cinco segundos o menos enviar un correo electrónico o un mensaje de texto, el espacio que alguna vez se reservó para el papel en blanco, la tinta, los sellos y sobres, ha sido desplazado desde hace mucho tiempo por la computadora personal o por la omnipresencia del teléfono celular. Todos estamos cautivos por las pantallas y las gratificaciones instantáneas de las redes sociales y la red global.
Pero antes de que las personas tuvieran la capacidad de escribir instantáneamente cada uno de sus pensamientos y enviarlos al mundo con el clic de un botón, las cartas eran la herramienta crucial para la comunicación, especialmente para los autores, escritores y poetas que nunca parecían quedarse sin cosas que decir. Incluso hoy sigue existiendo algo increíblemente humano y personal en recibir una carta o tarjeta escrita a mano. Un sobre con la dirección a mano, un sello real y una nota personal. La carta es a final de cuentas una de las formas de comunicación más antiguas y la escritura a mano es innatamente humana.
Las cartas han sido durante mucho tiempo una fuente importante de información biográfica y una herramienta poderosa para todo tipo de historiadores. Son las rendijas por las cuales nos podemos asomar detrás de la cortina, que pueden proporcionar una sensación de conocimiento íntimo de sus autores, incluso si esta intimidad fue todo menos pensada para divulgarse públicamente. Las cartas de los escritores son especialmente interesantes porque nos permiten vislumbrar pensamientos y sentimientos más personales de una manera que su trabajo profesional podría no hacerlo.
En nuestro mundo acelerado, todos podríamos aprovechar alguna oportunidad para detenernos un momento, ya sea para escribir una carta a mano o para leer una, para quitar la vista a la pantalla y adentrarnos un momento en las palabras de una manera que requiere mayor atención y consideración. Este Librero está dedicado a ese arte casi perdido de plasmar a mano el pensamiento y el sentir, y para ello hicimos aquí una pequeña selección de libros que han recopilado el puño, la letra y el espíritu de algunos de nuestros autores más admirados, cartas que quedan como testigos de los intercambios más sensibles e iluminadores, testigos de un tiempo en el que todos alguna vez fuimos cartas.
“He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada.
Lo han aprendido ya el árbol y la tarde…
y el viento lo ha llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo murmura el río…
Clara:
Hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre.”
Fernando Pessoa escribió que “Todas las cartas de amor son ridículas / No serían cartas de amor si no fuesen ridículas.”, y ahí no hay nada que discutirle, sin embargo, además las cartas de amor pueden representar para muchos el primer incentivo rumbo a construir mundos con palabras, describir sus adentros e iniciar una vida de creación literaria. Tal es el caso de las 84 cartas escritas entre octubre de 1944 y diciembre de 1950 por Juan Rulfo dirigidas a su novia Clara, mientras él trabajaba en la Ciudad de México y ella vivía en su natal Guadalajara y le imponía al futuro escritor un plazo de tres años de noviazgo antes de casarse. Las Cartas a Clara son fundacionales de la escritura de Rulfo. En este intercambio epistolar, el autor muestra mucho de su profunda imaginación y su gran capacidad para compartir con Clara todo un universo visual a través de las palabras. En esta correspondencia, que Clara Aparicio atesoró toda la vida, se encuentran muchas de las ideas que más tarde dieron vida a los cuentos reunidos en El llano en llamas y la novela Pedro Páramo.
Una novelista y una filósofa que empiezan disintiendo casi ferozmente y seguirán siempre discutiendo para luego admirarse, leerse y criticarse mutuamente en las ideas, añorándose el afecto y el intelecto, buscando las maneras de encontrarse, visitándose. Pero ante todo, se escriben. Mary McCarthy y Hannah Arendt en sus cartas nos dejan ver sus ideas en torno a la cuestión judía y la ética tras la Shoah, pero también sus sentires sobre la envidia, el poder en lo amoroso, la libertad, la independencia, la construcción de una obra. La correspondencia entre estas dos mujeres nos traza una conexión fascinante de las trayectorias y las obras de cada una con sus biografías, así como con un momento histórico igual de interesante, gracias a su intercambio sobre los debates más relevantes de aquel momento, así como varios de los encuentros y desencuentros que detallan con varias de las figuras más famosas del mundo cultural de la época. Y, sobre todo, las cartas de Entre amigas, como delata su nombre, es un emotivo testimonio de una intensa amistad entre dos de las mentes más lúcidas de su tiempo.
Uno de los rompecabezas más entrañables, hasta mitificados, en el universo de la literatura es Alejandra Pizarnik. Su obra fue breve, no únicamente debido a su suicidio a los 36 años, pues una de las características de su poética fue la contención, Pizarnik solía dejar el poema más próximo al silencio que a la expansión. Esta recopilación de cartas de la poeta argentina agrupa correspondencias suyas dirigidas a treinta destinatarios: Julio Cortázar, Jean Starobinski, Silvina Ocampo, son algunos ejemplos. Junto a sus tan estudiados diarios —que ella consideraba parte de su obra—, estas cartas complementan la figura entre su misterio. A diferencia de dichos diarios, aquí Pizarnik deja la solemnidad de lado y la podemos encontrar chispeante, bromista. A Silvina Ocampo le dice por ejemplo que, más que “proyectos”, tiene “algo así como ‘gestos del hado’ o cualquier cosa que suene a tragedia griega o a alma rusa o rosa” y se puede referir a Amado Nervo como “Anado Verbo”. Esta correspondencia es una lectura entrañable para cualquiera que se haya encontrado en las palabras de esta escritora, porque en cada una de sus anécdotas o hasta sus comentarios más triviales, se puede percibir siempre esa voz de una extraordinaria lucidez y un deseo permanente de poesía.