“Y nosotros, los poetas, caemos al abismo porque no podemos emprender el vuelo hacia arriba rectamente, sólo podemos extraviarnos.”
Son los primeros años del siglo XX, a Venecia ha llegado la cólera asiática que ha cobrado vidas en el Indostán, China, Afganistán, Persia, Astracán y Moscú; la enfermedad ha llegado a la ciudad de los canales por vía marítima y en la península itálica sólo el norte permanece a salvo. En Venecia es verano y debido al arribo de turistas por la estación, las autoridades y dueños de hoteles han escondido la realidad de la epidemia que se vive en el lugar; la prensa internacional da las primeras alarmas sobre la peste y las calles de aquella ciudad libresca son saneadas subrepticiamente para no llamar la atención de los foráneos. Algunos enfermos mueren en el espacio público, de ataques súbitos después de haber padecido algunas molestias, pero los más terminan sus días en cama, henchidos de agua y ahogados en su propia sangre devenida espesa, pantanosa.
Hacia allá se dirige el artista muniqués Gustav von Aschenbach en la novela La muerte en Venecia del escritor alemán Thomas Mann. Que allí va a encontrarse con el lívido rostro de la fatalidad resulta bastante obvio, más si aducimos que este hombre que ronda los 50 años no se halla en el mejor estado de salud: algo no va bien con su corazón y anímicamente, diríamos, se encuentra bastante harto de sí mismo; lo paradójico es que él se dirige a Venecia en busca de aligerar sus males. Embarcarse hacia allá, no sólo implica que no regresará a su patria, ese viaje le revela cuán tarde es para él, cuán tarde comprende las cuestiones propias de su arte, de la belleza y de la vida misma.
La novela apareció en 1912, años antes de que estallaran las guerras en Europa, antes de que su autor fuera laureado con el Nobel y antes también de que se viera forzado a exiliarse de su país por el acecho nazi. En ella, Mann vierte sus ideas sobre el arte y la vida, así como sobre el temperamento del artista a través de las palabras y disertaciones del personaje de Aschenbach; éste comparte protagonismo con un bello joven polaco de nombre Tadzio, pero durante todo el relato estamos siendo llevados por el artista en su largo monólogo interior.
En 1971, el director del primer filme neorrealista ‒Obsesione‒, Luchino Visconti, hizo una adaptación cinematográfica de esta novela de Thomas Mann. La genialidad de la cinta está en haber logrado traducir al lenguaje cinematográfico las líneas de Mann, una a una: recreó esas atmosferas de los lujosos veraneos de la aristocracia, tanto en lo que toca a las locaciones como al vestuario (razón por la que la cinta fue nominada al Oscar); el casting dio con las encarnaciones perfectas de los personajes de Aschenbach y Tadzio; la fotografía transmite la podredumbre que acecha las calles de Venecia y la luz del ocaso que advierte el final del artista, en tanto que la música da cuenta de las profundas cumbres sobre las que éste se precipita; que los diálogos sean literalmente pasajes de la novela queda en segundo plano cuando el filme ha logrado por sus propios medios erigirse en obra de arte.
En esta ocasión, a propósito del natalicio de Thomas Mann (6 de junio de 1875), dedicamos este Top #CineSinCortes a la Morte a Venezia de Luchino Visconti, genial adaptación de la novela de Mann que hizo de una disertación sobre el arte una verdadera obra de arte
Gustav von Aschenbach es, en la novela de Mann, un escritor que ha merecido la gloria y la fama otorgadas por el Estado, y sus obras, de gran pulcritud moral y perfección literaria forman parte del corpus educativo de la nación; en la película de Visconti, es un músico cuya búsqueda de perfección artística lo ha llevado a componer una obra exacta, matemáticamente hablando, pero falta de pasión y belleza, razón por la que el público se ha abalanzado en contra suya. En realidad, poco importa si por un lado hay reconocimiento y por el otro un gran abucheo, escritor o músico, Aschenbach ha llegado a un momento de esterilidad en su arte a fuerza de agotarse en la búsqueda de la perfección, nada de original puede ya ofrecer este hombre pues no puede salir de las fórmulas sabidas y manidas hasta la náusea. Eso, una náusea, un hartazgo de sí mismo lo llevan a salir de Múnich con destino a Venecia, un viaje en escapada hacia la cura en el que no hace sino apresurar su decadencia.
Thomas Mann indicó que el personaje de Gustav von Aschenbach está inspirado en el músico compatriota suyo Gustav Mahler, no sólo en lo que atañe a su aspecto físico, pues Aschenbach, al igual que Mahler, había perdido a su única hija cuando ésta era aún niña y posteriormente a su mujer; pero lo del viaje a Venecia forma parte de la propia biografía de Mann. En la cinta es el actor Dirk Bogarde quien encarna a aquel artista malogrado cuyo apellido significa “río de cenizas”, en tanto que la banda sonora rinde homenaje al genio de Mahler con sus 3° y 5° sinfonías; cabe decir que, para Thomas Mann, la música es la más intelectual de todas las artes, el arquetipo de todas ellas, y que él concebía sus novelas como sinfonías, como construcciones musicales.
La Belleza es uno de los atolladeros del arte y de la estética, definirla ha sido una de las hazañas más complicadas desde la Antigüedad grecolatina y parece que sólo el mito ha logrado apresar en algo su esencia. Para Aschenbach, la Belleza es un ideal del espíritu, la cima a la que arriba el arte cuando alcanza la perfección. En la novela, le sale al paso Fedro, personaje del diálogo platónico homónimo en el que el filósofo vierte sus ideas sobre la Belleza, el deseo y la locura o posesión divina que son la causa de la creación artística; evocando a este Fedro, Aschenbach plasma sus propios ideales sobre el arte y la Belleza. En la película, en cambio, es a través del flashback que esa voz interior del artista se concreta en la figura de un amigo, Alfred, quien le recrimina haber pervertido su arte al hacerlo demasiado sesudo, al divorciarlo de la sensualidad y de la pasión, de la Belleza mundana, espontánea y concreta.
Este pobre viejo, que sufre achaques del cuerpo y del alma, en esa estancia veraniega en el Hotel des Bains en la playa de Lido va a encontrarse con la Belleza, así, en mayúsculas, pero no la Belleza intelectual hacia la que ha inclinado su arte, sino la Belleza sensible y terrena, la Belleza encarnada en un joven de nombre Tadzio, un Adonis marmoleo y áureo, Narciso que encuentra en la mirada anonadada de Aschenbach el agua cristalina donde recrearse y contemplarse. En lo que toca al filme, la búsqueda de este joven de excepcional hermosura fue todo un reto, tal que la extenuante labor fue documentada por Visconti en Alla ricerca di Tadzio, donde se cuenta cómo se eligió al sueco Björn Andrésen entre cientos de jóvenes para interpretar el papel ‒desconocido entonces y encasillado después en este personaje, muy a su pesar‒.
Hay lecturas simples que buscan reducir este encuentro a un episodio de pedofilia o que señalan el homosexualismo acallado de Thomas Mann, pero lo que le sucede a Aschenbach es otra cosa: Tadzio es la prueba irrefutable de una Belleza que él rechazó siempre y la única que podría darle verdadero ímpetu a su arte, pero es demasiado tarde para eso; Gustav no se acerca al joven, lo contempla en la distancia, añorándolo y padeciendo la peor de las nostalgias, la de aquello que no será. Aschenbach cree que los mejores artistas son quienes llegan a viejos y logran crear en cada etapa de sus vidas, y para él eso no será nunca jamás, su cuerpo de 50 años se ha vuelto un pesado lastre y disociado de sus sentidos por una severa disciplina de pulcritud no le queda más que la vista para recrearse en la Belleza de Tadzio y precipitarse al abismo.
Que la Belleza inspira el deseo y el amor, no hay quien lo dude; pero como bien saben los románticos, el amor lleva a la locura y a la muerte, es fatal. A Gustav se le presenta la señal de su propio final cuando desembarca en Italia: ve a un hombre viejo con traje de playa que busca mimetizarse entre los jóvenes con un maquillaje que más que disimularlos hace grotescos los signos de su edad; más tarde el rostro claramente afectado de cólera de un bufón se ríe en su cara con terribles carcajadas mientras pasa la velada en la terraza del hotel. El artista se había percatado de que algo no iba bien en la ciudad y al momento de preguntar entre los gerentes y la gente del lugar encontró siempre evasivas, muy tarde alguien le confiesa que Venecia está infestada y que pronto llamarán a cuarentena. Es tarde para salir de ese lugar y Aschenbach va a la barbería para arreglarse un poco; al terminar su trabajo, el barbero le dice que está listo para enamorarse, pero lo que sucede luego es que va a morir de cólera, de amor, a la playa, contemplando la Belleza de Tadzio que regresa a la mar, el lugar donde nació Afrodita, y se despide de él, artista que se hunde en su propio ocaso.