Él tenía cuatro años cuando su padre trajo a casa un piano, colocó encima algunas partituras y le señaló con el dedo una nota. Luego, con el mismo dedo presionó la tecla que correspondía a ese garabato en el papel, ilustrando a su hijo la mística y la lógica que encierra nuestra comprensión de la música. Algo hizo click en la cabeza de Armando Anthony Corea, algo que inmediatamente desencadenó una curiosidad legendaria por inagotable que lo llevó a explorar por más de medio siglo las posibilidades de aquel sonido y todos los que siguieron. Chick, como se le nombra desde el afecto desde siempre, frecuentemente recordaba en entrevistas aquel instante de su niñez, sonriente y dinámico, tal como se encontraba siempre en su ejecución al piano.
El pasado 9 de febrero, Chick Corea partió apenas unas semanas después de ser diagnosticado de un raro cáncer. Tenía 79 años. Apenas unos meses atrás se encontraba como de costumbre tocando, componiendo, explorando nuevas combinaciones de sonidos, visiones artísticas y corrientes musicales. Porque si algo queda claro sobre el inmenso legado de este hombre de creación, es que su jovialidad y su generosidad nunca se agotaron, mucho menos su prodigio como pianista ni el espíritu de investigación que alentó a tantos otros a eliminar barreras y cruzar fronteras en la música.
En su larga carrera grabó cerca de 100 álbumes como artista solista, acompañante, líder de banda, compositor e incesante artista de grabación; además ganó 23 premios Grammy. Su talento musical iba mucho más allá del jazz: abrazó la música clásica, fusión, orquestal y, por supuesto, la música latina. Creó en compañía de una impresionante variedad de colaboradores y tenía una afinidad especial por atraer a todos a la música a través de la participación de la audiencia en sus presentaciones en vivo.
Persiguió y superó todos sus caprichos, desde el bebop hasta el free jazz, pasando por la fusión y la música clásica contemporánea. Pero en todos los géneros o formas desde los que exploró su arte siempre dio prioridad a la melodía y la musicalidad sobre el mero espectáculo de virtuosismo (aunque pocos podrían rivalizar con su habilidad como pianista o tecladista). Encima de todo, logró ampliar enormemente las restringidas audiencias del mundo del jazz, para captar oyentes de otros ámbitos. Al hacerlo, inspiró a generaciones de músicos, no solo con las notas que tocaba y las ideas que exploró, sino con su capacidad para comunicar esos elementos a menudo complejos, de una manera amplia y accesible.
Es así como la influencia de Chick Corea va más allá del jazz. Para reflejar esa admiración, y con el motivo de conmemorar el aniversario de su nacimiento (12 de junio), este espacio está dedicado a rememorar algunas de las grabaciones emblemáticas, todas composiciones revolucionarias, que lo hicieron una leyenda en vida y ahora un maestro a perpetuidad.
A finales de la década de 1960, Corea, apenas un veinteañero, ya se había establecido como una fuerza a tener en cuenta. Tocó y grabó con algunos de los principales nombres del jazz, incluidos Dizzy Gillespie, Stan Getz, Mongo Santamaria y Sarah Vaughan. Pero fue con sus dos primeros álbumes como líder, Tones for Joan’s Bones (1966) y Now He Sings, Now He Sobs (1968), que obtuvieron excelentes críticas, cuando se convirtió en todo un clásico del jazz. Este último álbum lo encontró en una encrucijada entre el swing del típico trío de jazz acústico y el piano más libre y contemporáneo. Es por ello que aquí aparecen melodías brillantemente compuestas como Matrix y Windows, junto a improvisaciones tan experimentales como The Law Of Falling And Catching Up y Fragments.
Otra de las anécdotas favoritas de Chick Corea era cómo siendo un adolescente recién egresado de la preparatoria, y recién mudado a Nueva York donde fue aceptado en la universidad de Columbia, llegó al mítico club Birdland a escuchar a los héroes de su infancia. Esos titanes llamados Paul Chambers y Philly Joe Jones tomaron su lugar en el escenario seguidos de John Coltrane, todos inmersos en la espera dramática, según recuerda Corea, de que apareciera el gran Miles Davis, quien finalmente, y sin dirigirse al público, comenzó el ritual. Luego de ese concierto, Chick llamó a su madre para avisarle que dejaba la universidad porque ya sabía lo que haría el resto de su vida.
El peso de tal admiración hace aún más legendario el hecho de que unos cuantos años después Chick Corea también sería reclutado por ese líder inconmensurable que era Davis, a quién acompañó en álbumes tan emblemáticos como In a Silent Way y el Bitches Brew, sin duda un punto de inflexión en la carrera de Miles y el cual le permitió establecer un puente entre el jazz-cool y la intensidad del blues, el funk y el rock, gracias sobre todo a la utilización de teclados eléctricos Fender Rhodes que Corea dominó como nadie antes, casi como un percusionista más en la alineación.
La banda más conocida que lideró Corea fue Return to Forever, un colectivo con miembros rotativos que impulsó el género de la fusión hacia un mayor contacto con influencias brasileñas, españolas y otros ritmos globales. También le proporcionó a Corea una paleta multicolor en la que experimentar con un creciente arsenal de nuevas tecnologías. Uno de los discos que creó en esta compañía, y el cual se convertiría en uno de los más emblemáticos del jazz fusión, fue Light as a Feather justo cuando deseaba romper un tanto con el intrincado jazz moderno que se estaba generando. Él quería llegar a una mayor audiencia a través de la música con más pulso y alegría, así que le hizo sentido agregar una calidad de baile más rítmica a su música. Entre el compendio de este gran álbum, se encuentra una de las melodías más famosas de Chick Corea: Spain comienza con una glosa del Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo seguida de casi 10 minutos de las piruetas prodigiosas pero ligeras de Corea en el piano, combinadas con el arrullo tranquilo de Flora Purim y la flauta de Joe Farrell. Esta pieza emblemática representa el cruce de las dos pasiones más duraderas de este pianista, el jazz y la música latina, una mezcla en la que se basaría toda su vida.
Otra muestra prodigiosa de cómo Chick siempre estuvo influenciado por la música latina, quizá nunca se marcó tan profundamente como en su décimo LP en solitario, My Spanish Heart. Si bien este es un disco de fusión de jazz eléctrico, también es la primera grabación en solitario de Corea que intenta abordar el lado latino de su herencia musical y que marca una exploración a gran escala, pero completamente moderna, en el linaje musical del que surgió. Aquí aprovechó al máximo la tecnología de sintetizadores para sumarla a una sección de cuerdas y coros vinculados a distorsiones eléctricas, logrando un tapiz español-latino de sonidos, texturas, impresiones e incluso dos suites. El álbum alcanza su punto máximo con la suite Spanish Fantasy que aparece dividida en cuatro partes, y es todo un latigazo que se extiende desde elegantes secciones de cuerdas y metales hasta interludios de piano acústico y arranques de jazz y rock sorprendentes.
No fueron un gran éxito entre los puristas del jazz clásico o de fusión tan típico de Corea, pero estas piezas cortas de piano inspiradas en la serie Mikrokosmos de Béla Bartók trajeron al pianista una nueva audiencia que lo cruzó como un prodigio también en la música clásica contemporánea, pero sin perder su ejecución de travesura y flexibilidad de ritmo. Reflejaron también su vida musical más amplia. Corea decía que estas canciones infantiles sin título están destinadas a sugerir la alegría de los niños y la forma en que los niños siempre se mueven. Todas las piezas tienen una calidad melódica simple a pesar de la técnica que puedan requerir. Y, dado que los niños son paquetes compactos de energía, Corea las mantiene todas en menos de tres minutos. La más corta dura apenas 30 segundos, exquisitamente pequeña, como los muebles de una casa de muñecas.