Según un reporte de la ONU de 2019, la textil es la segunda industria más contaminante del mundo, responsable del 20% de las aguas residuales y del 10% de las emisiones de carbono a nivel global. Países al otro lado del mundo lideran estos números, desde mediados del siglo pasado, y han revolucionado la manera en la que se produce y consume ropa en las últimas décadas, tanto que se ha convertido en una de las principales fuerzas de la economía. El día de hoy, adquirir un par de pantalones de mezclilla o una camiseta de “algodón” es tan sencillo como dar un click en el botón de comprar en cualquier tienda online, y tan accesible económicamente como “pellizcar” un poco tu sueldo quincenal para satisfacer esa (in)necesidad. Pero ¿cuál es el coste real de esos precios bajos y el fácil acceso de una gran mancha poblacional que vive consumiendo prendas “baratas”?, ¿quién termina pagando los platos rotos? Alguien tiene que hacerlo.
Para Kitzia López Sánchez, diseñadora de profesión y creativa consciente del mundo que habita por convicción, la respuesta es clara: es el medio ambiente y la fuerza de trabajo los que se ven más afectados por una industria que mueve intereses económicos colosales. Ella, a diferencia de otros pensamientos radicales, no sataniza a las marcas que fabrican y los consumidores que compran lo que se conoce como fast fashion (moda rápida en alusión a aquellas prendas casi desechables, producidas en serie y de bajo costo y calidad), pues sabe que hay infinidad de factores, como el poder adquisitivo en el caso de los compradores, que no permiten romper con la dinámica económica imperante. Pero también es consciente de que para que estos círculos de dilapidación cambien es necesaria una acción simultánea tomando ambas partes su responsabilidad, y debe ser “una forma en conjunto de ver el consumo”.
Su experiencia al observar procesos de fabricación en grandes compañías le permitió cambiar su paradigma y crear un proyecto donde existen sus reglas idóneas para la creación y consumo de ropa más consciente. Sabe que esto no soluciona los grandes problemas del mundo, ni busca traer la panacea para ellos, pero piensa que a través de su trabajo y de la creatividad artística puede aportar alternativas con un proyecto socialmente responsable y con enfoque en la sustentabilidad. “No podemos juzgar y decir que consumir fast fashion es malo. Cada quien va a poder adquirir prendas a su alcance y dependiendo del contexto”.
También opina que, si los gigantes de la industria no cambian realmente al respecto, toca al consumidor en medida de sus posibilidades hacerse cargo de sus formas de consumo. En un mundo donde “ser un diseñador independiente es un camino largo”, el ideal para ella es también “diseñar para todos y no sólo para una cúpula”. Sin embargo, no es nada sencillo (ni justo) abaratar los costos al público debido a todo el trabajo que hay detrás, pues de hacerlo estaría en juego la calidad de las prendas y el pago por su manufactura. Así que propone que una forma clara de hacerle frente a estos hábitos es consumir local en conjunto con tratar de fabricar productos accesibles.
Su proyecto emancipador llamado Folxs no nace de una labor titánica por producir textiles ecológicos desde cero, que por supuesto son una alternativa; su cometido es mucho más sensato si hablamos de sustentabilidad en su sentido más estricto: “Siempre ha sido mi fuerte el transformar algo viejo en algo nuevo”, segura. Y es exactamente lo que hace. Para realizar sus prendas Kitzia recicla textiles o prendas en buen estado para crear algo completamente nuevo.
Folxs está formada por dos líneas de diseño: la primera es de baja producción, se realizan desde cero y se crean como una colección completa, donde se fabrican de tres a cinco piezas por modelo. Su otra línea es la de customización, donde recupera prendas o textiles antiguos o de saldos, los cuales aún tienen cierta durabilidad y pueden reciclarse. En su taller coexiste el caos y la belleza de la reencarnación creativa y del destace de estas prendas desechadas, para dar una segunda oportunidad a lo que en algún momento pudo convertirse en basura. Para ella “si ya se hizo un proceso y un daño para hacer esa prenda, que mejor que tomarla y darle una segunda vida”.
En esta división de sus productos, existen las piezas limitadas y aquellas intervenidas que son únicas. Además del uso de retacería, el proceso de recuperación de textiles es toda una proeza: entre montones de ropa, víctimas de la misma industria y a las que ya no puede salvar porque su vida de uso ya no da para más, Kitzia ha encontrado verdaderos tesoros entre prendas rotas o con alguna mancha imborrable que dan fe de las historias que guardan, pasadas de moda, limpieza de closet, herencias de alguien que ya dejó este mundo o, incluso, en las mismísimas, y tan vistas con malos ojos, pacas de ropa.
Con este proyecto, Kitzia busca atacar dos de los mayores problemas que ella considera dentro de la esta industria: “la explotación de los trabajadores que no están bien remunerados, que no tienen las instalaciones adecuadas o un ambiente decente para trabajar. Aparte está la cuestión de la ropa desechable y cómo la industria contamina en altos niveles. Entonces la marca busca complementar estas dos cosas”. Folxs está a punto de arrancar una aventura (a partir del 4 de junio) a la que esperamos se sumen más adeptos en pro de la sostenibilidad. Quizá el camino ya está surcado hacia el colapso social, sin embargo, henos aquí parados pudiendo hacer lo propio. Algunos lo hacen desde la creatividad artística, como Kitzia, y otros podemos hacerlo desde nuestros hábitos de consumo.