Por: Rebeca Avila

Botticelli, la primavera y la voluptuosidad del amor

“La primavera besaba suavemente la arboleda, y el verde nuevo brotaba como una verde humareda/ Las nubes iban pasando sobre el campo juvenil…/ Yo vi en las hojas temblando las frescas lluvias de abril/ Bajo ese almendro florido, todo cargado de flor -recordé-, yo he maldecido mi juventud sin amor/ Hoy, en mitad de la vida, me he parado a meditar…/ ¡Juventud nunca vivida quién te volviera a soñar!”, versa La primavera besaba del español Antonio Machado.

La primavera, símbolo de nuevo comienzo, de calidez, abundancia y fertilidad (entre otras muchas virtudes), todo otorgado por la Naturaleza misma. Como todo lo que nos es dado por ella, el ser humano tiende a concederle un lugar esencial en su cosmogonía cultural y el arte no ha sido no solo la excepción, sino que ha sido un vehículo para dotar a sucesos ordinarios en el ciclo de la vida de una intensa carga emocional.

Tal como el poema que inicia estas líneas, la primavera ha inspirado todas las bellas artes, probablemente siendo las más influenciadas la literatura y la música, que ha dado piezas clásicas como la sinfonía de la primavera de Robert Schumann, La consagración de la primavera de Ígor Stravinski, la sonata de primavera de Beethoven y la mismísima primavera (de las Cuatro estaciones) de Vivaldi. Dentro del mundo artístico, igual o casi más famosa que esta última creación musical está la obra pictórica La Primavera de Sandro Botticelli.

De nacimiento Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi, Botticelli es uno de los grandes pintores del Renacimiento italiano. Bien conocida es la historia de sus mecenas los Médici, quienes encargaron la mayoría de sus cuadros más famosos, que incluyen La Primavera y El Nacimiento de Venus. Ambos cuadros no pueden ser más representativos del movimiento europeo, de ese resurgir de lo bello que simboliza, de la luz sobre la oscuridad, de lo clásico versus lo medieval.

Los Médici, y por ende Botticelli, pertenecían al grupo intelectual de los neoplatonistas asentados en Florencia, Italia, quienes, a propósito de este redescubrimiento de los clásicos griegos que abanderó el Renacimiento, simpatizaban con las ideas sintetizadas platónicas, este conjunto de saberes en los que lo espiritual (o mental) es superior a lo material o terrenal. La historia del arte nos dice que Lorenzo di Pierfrancesco de Médici (o Lorenzo el Popolano), el principal benefactor de Botticelli, hizo el encargo de esta obra para un regalo especial de bodas; el aura de amor en el cuadro hace sentido.

Como pieza renacentista, este temple sobre tabla de 3.14 por 2.03 metros retoma personajes de la mitología grecorromana para evocar un mensaje de amor, erotismo y fertilidad a través del resurgir que significa la primavera. Analizado por los expertos, la obra puede leerse de derecha a izquierda o viceversa: en este Con-Ciencia haremos un sencillo recorrido a través de esta pintura, sus personajes, sus elementos y sus significados.

Un retablo de naranjos y flores

Como fondo de este cuadro magnánimo encontramos un repleto árbol de naranjos. Hay quienes indican que representa el florecer de la primavera, otros, por el contrario, pensando en que los naranjos dan fruto en invierno y no en primavera, asocian este árbol como símbolo de la familia Médici o del dinero. En la parte inferior del cuadro, encontramos un tapiz de flores, las cuales se dice -investigaciones doctorales lo han estudiado- fueron pintadas a conciencia por Botticelli, pues representan decenas de especies que brotan en la toscana durante esta época del año.



De izquierda a derecha

Formados de manera individual y en tríos es como Botticelli creó la simetría de La Primavera. Comenzado por la izquierda se encuentra Céfiro, ese ente de tonos azulados, dios que sopla el viento suave del oeste, dador de brizas cálidas, que, en un alebrestado encaprichamiento rapta a la ninfa Cloris y, prendado de su amor decide darle como regalo el más bello jardín de flores, convirtiéndola así en Flora, la diosa de las flores. Así, gracias al viento que sopla Céfiro y la diosa, las flores renacen (de ahí el vientre abultado de Flora en el cuadro) cada primavera.

Enseguida de esta primera triada de personajes, en el centro, se encuentra Afrodita, la diosa máxima de la sensualidad y la belleza, aquellos dos elementos que proveen del impulso irrazonable que nos lleva a la fertilidad, representado con el vientre prominente debajo de su vaporosa vestimenta. Sobre ella, sobrevuela un pequeño querubín, la personificación más famosa de Eros o Cupido, hijo de Afrodita, y dios del amor. Este ser alado, cuyos ojos están vendados (por aquello de “el amor es ciego”) apunta una de sus flechas doradas, que incitan al amor, a nuestro siguiente grupo de personajes.



Las tres gracias, algunos les dicen la belleza, el encanto y la alegría, pero también existen otras interpretaciones para este cuadro: pulchritudo (la belleza), castitas (la castidad) y voluptas (la sensualidad). Estas tres mujeres, inmersas en una danza etérea (al igual que sus ropas) representan también, los tres estadios de la mujer: la esposa fértil, la amante y la virgen. A esta última es a quien nuestro antes mencionado cupido apunta con su arco, y es ella quien dirige una fulminante mirada al último personaje, nada menos que el dios Hermes, el mensajero del Olimpo, pero también quien despeja los cielos de las nubes tempestuosas.

Alegoría del amor

Entendiendo que la llegada de la primavera significa, además de ese mismo renacer, un despertar de la sensualidad y el erotismo que llevan a la fertilidad, y tomando en cuenta que el mensaje fue bastante sensato si lo pensamos como el regalo de bodas que fue, no nos extrañe que este cuadro lleno de amor ficticio y mitos entorno a este, tuviera una dosis de amor y deseo real. Se dice que los rostros de dos mujeres de la época fueron plasmados en este cuadro: por una parte, volvemos a Castitas cuyo rostro, se dice, era el de la esposa de Lorenzo el Popolano, mecenas de este cuadro.



El otro rostro, quizá el protagonista de La Primavera, es el que representa a Afrodita y es nada más ni nada menos que el de Simonetta Vespucci que, aunque esposa del florentino Marco Vespucci, fue no sólo la musa de varios artistas renacentistas, sino la mujer de la que estaba enamorado Botticelli y que más tarde volvió a plasmar en su obra más famosa El nacimiento de Venus. La Primavera es entonces, al fin y al cabo, un homenaje al amor.