De traje blanco impoluto, camisa satinada negra de cuello amplio abierta tres o cuatro botones, pecho al descubierto enjoyado, zapatos de tacón bien lustrados, cabello peinado, brillante y a medio volumen. Así era el atuendo que permea en el imaginario colectivo cuando pensamos en la era disco; y es también la vestimenta de Tony Manero, aquel personaje de poca profundidad interpretado por un debutante John Travolta, en la icónica cinta de John Badham, Fiebre de sábado por la noche.
Su estreno, el 16 de diciembre de 1977, al ritmo de los temas más populares de un trío de hermanos británicos, los Bee Gees, marcó un antes y un después en la historia de la música disco, aunque para esa fecha ésta ya estuviera más que posicionada entre el gusto del público de los clubes nocturnos, especialmente en Nueva York, pero también en varias de las ciudades más cosmopolitas, con temas de Chaka Khan y Gloria Gaynor. Fue su llegada al mundo comercial de la mano de esta película, lo que devino en su inevitable caída: demasiada popularidad terminó por hartar a todos, en especial a sus detractores.
Fiebre de sábado por la noche escandalizó por “mostrar” lo más bajo del mundo disco: muchachos de barrios pobres, que, para escapar un rato de su precariedad, gastaban lo trabajado durante la semana para, por una noche, sumergirse en la oscuridad iluminada por las luces de colores de los clubes nocturnos, donde la perversión (hetero y gay), el descarado consumo de drogas dentro de establecimientos y lo arrebatado de una danza exótica, reinaban. En parte, era cierto. Pero la música disco era mucho más que eso, era la democracia de la fiesta en la pista de baile: un momento en que las almas compartían un desfogue a través de sus cuerpos con un ritmo frenético, dirigido por un disc jockey (DJ) con gustos impecables para ensamblar sencillos bailables.
Amada hasta los huesos por sus fieles seguidores y odiada desde lo más recóndito del ser por sus enemigos, los rockeros y moralistas, el disco que murió en el mero ocaso de la década de los 70, poco tuvo que ver con sus comienzos en la escena underground. Como la mayoría de la música revolucionaria, el disco tuvo su origen entre los marginados; en este caso afroamericanos, puertorriqueños, italianos y gays. Por primera vez, este último segmento de la población fue crucial para el éxito de un movimiento musical. La música disco, cuyos principios estéticos se presumen en el funk pero a un ritmo más acelerado, no significaba un género musical, sino una amalgama de cualquier pieza bailable. Su esencia estaba en qué tanto podría hacer bailar a la gente. Sin embargo, al ser algo tan experimental, el disco no tenía cabida en las grandes radiodifusoras ni en los poderosos sellos, pero no por mucho tiempo, hasta la llegada de Travolta caminado por la calle con Stayin Alive de fondo.
El disco probablemente era más importante para quienes lo escuchaban y bailaban que para quienes lo hacían y en gran medida esto fue totalmente responsabilidad de los DJ, quienes a partir del movimiento disco fueron tan importantes para la música, como lo eran los grandes productores o compositores. El éxito de un sencillo disco radicaba en que fuera descubierto, o llegara de un modo u otro, a manos de DJ famosos y que les agradara el tema tanto como para “mezclarlo”. Una vez que ellos lo agregaran a su lista de reproducción, el resto estaba hecho: pieza que pusieran, sería repetida en otros lugares y buscada hasta el cansancio por los fans.
El LP con la banda sonora de Fiebre de sábado por la noche llegó a vender más de treinta millones de copias, un récord para ese entonces hasta su desbanco con Thriller de Michael Jackson. El álbum lo conformaban seis temas de los Bee Gees, If I Can’t Have You de Yvonne Elliman, Disco Inferno de The Trammps y Boogie Shoes de KC and the Sunshine Band, entre otros temas, como una doble versión de More Than a Woman de Tavares.
Las estrellas musicales del álbum, los Bee Gees, no eran un grupo de música disco (al igual que muchos otros casos, para sobrevivir tuvieron que mudarse de género). Surgidos en los años 60, este trío de hermanos llegó a los 70 con una carrera sólida, pero tenían que transformarse y el disco les permitió subir como la espuma. Popularizar la música disco a través de cantantes no latinos ni afroamericanos, significaba darle a la clase media estadounidense música disco que pudiera bailar sin sentirse un vulgar y un pecador. Con los Bee Gees, llamados también los Temptations blancos, se abrió la puerta para otros cantantes y grupos como Abba, con sus pegadizos hits, y con esta efervescencia que se vio catapultada por las curadurías de los DJ, las estaciones de radio vieron en el disco un negocio que terminaron por asesinar más rápido de lo que tardó en llegar.
Fiebre de sábado por la noche le dio a la música disco una segunda ola de popularidad, pero demasiado disco invadiendo discotecas y estaciones por igual, sólo logró que sus detractores se unieran para acabar con él. La decaída del gusto por el rock y su despojo de la radio para dar lugar a la música disco hizo amalgama con la sociedad conservadora para buscar acabar con la abominación que representaba el género. Por una vez, el rock y la religión parecieron estar de acuerdo en algo: lo sagrado no debe profanarse, aunque esto fuera una muestra de total intolerancia, de homofobia y racismo. Bajo el lema “Disco sucks”, un DJ de radio, Steve Dahl, convocó a una quema masiva de vinilos de disco en el estadio de los White Sox de Chicago. Cerca de 90 mil personas asistieron gustosas a depositar unos 10 mil vinilos para hacerlos explotar. “La generación del rock lo veía como la antítesis de todo lo sagrado... Era una música basada únicamente en el consumo, música sin un fin estético, sin ningún otro propósito que no fuera hacer que tu cuerpo se crispara involuntariamente. Era deshumanizante, carente de expresión, sin contenido: los juicios eran condenatorios”. Seguro hoy en día otros puristas de la “buena música” congregarían a destruir álbumes completos de música bailable (si, ese género latino impronunciable para algunos), pero a Spotify no se puede prender un cerillo.
Mientras en Estados Unidos la gente peleaba por sacar al disco de cualquier bocina, Europa, siempre a la vanguardia, hacía sus propios experimentos: amaban la música disco, el baile, producir y a los DJ. Abandonando las raíces negras del género, los europeos hicieron una versión propia, criticada por el uso excesivo de sintetizadores, que también influyó en los últimos días del disco y ayudó a su transformación en las siguientes décadas. Especialmente en Francia, destacaban nombres como el de JeanMarc Cerrone, hoy un reconocido productor de música, quien se hizo famoso a partir de temas como Love In C Menor, la exótica Supernature, que hacen recodar a Gina Montes, y auditivamente más cercana al disco afro Give Me Love.
Pero Cerrone no fue el único francés en lograr éxitos disco, también hubo agrupaciones como Voyage y solistas como Patrick Hernández con su icónico Born to Be Alive.
Por otro lado, el italiano Giorgio Moroder, quien además de sintetizadores incorporó cajas de ritmo, produjo dos de los grandes éxitos de los últimos años de la música disco, que, aunque odiados por los puristas del género por sonar demasiado futuristas y ser creados para gente carente de ritmo en la pista, fueron el perfecto broche de oro para Donna Summer y su distintivo erotismo musical, antes de zambullirse en el pop ochentero: Love to Love You Baby y I Feel Love. Además de estás producciones, en el 78 Moroder realizó el tema Chase para la cinta El expreso de medianoche, por la cual ganó un Oscar.
Aunque para muchos, esa noche de 1979 en Chicago significó una victoria, lo cierto es que el disco encontró su forma de trasmutar en otros sonidos y propuestas, desde las que volvían a su raíz más underground hasta las más comerciales. Quizá aquella quema de discos, Fiebre de sábado por noche y las discográficas hambrientas de dinero, arruinaron la atmosfera del disco y su música, sin embargo, nunca se fue del todo, siempre ha estado presente en tanto ha existido gente con ganas de bailar hasta sudar: continuó con el británico sonido del hi-nrg en los 80, el house y el tecno de Chicago y Detroit de los 80 y 90, incluso sentó algunas de las bases para el hip-hop. Aunque se transformó, su esencia más sentimental perduró: gente marginada abierta a compartir la pista de baile.