Si para los creyentes de la astrología, Mercurio retrogrado es a las malas decisiones y complicaciones de la vida, para los antiguos griegos el Mal de Saturno (el planeta más lejano y frío avistado en aquel entonces) era a los asuntos de la melancolía. Llamada también la bilis negra (de melas, “negro”, y kholé, “bilis”), la melancolía, relacionada con la tristeza, la depresión, la angustia y la muerte, ha estado presente casi desde que el ser humano tiene sentimientos.
Para Hipócrates, padre de la medicina y neurología, existían cuatro humores del cuerpo: sangre, flema, bilis amarilla (colérico) y bilis negra (melancolía); esta última asociada a la tierra, al otoño y a la madurez. Si el equilibrio de estos cuatro elementos significaba salud, la alteración en demasía de algunos de ellos, significaba una patología y si ésta se prolongaba o tornaba permanente, el enfermo padecería de una alteración del humor. Emocionalmente, estar melancólico, como perturbación del estado anímico, se asociaba con el hastío, la pesadumbre, la desesperanza y la amargura. Corporalmente, causaba desgana, cansancio y lasitud.
Ligada también a los genios artistas (nacidos muchos bajo el dominio de Saturno), perdidos eternamente entre la neblina del maniacodepresivo, la melancolía siempre ha llenado de un aura casi mística el mundo artístico; en el sentido más poético, para ellos la melancolía “es la dicha de ser desdichado”.
Pero fuera de las consignas espirituales, filosóficas y artísticas, hay una realidad que trasciende, y es que la melancolía ha sido parte de las afectaciones humanas a lo largo de la historia. Llamada, diagnostica y tratada de distintas formas, según la época, la melancolía o la tristeza profunda causan estragos irreparables en la psique. Renombrada hasta el siglo XVIII con el término actual de depresión, no es sorpresa para nadie que las condiciones del mundo actual (el de la pandemia, también) hayan abatido a más de 300 millones de personas en el mundo que sufren depresión, cifra que cada diciembre, entre el brillo de las luces y los cánticos navideños, se dispara.
Es fácil concebir la tristeza, la ausencia de ganas, la preocupación y el constante nerviosismo. Si para muchos, estar melancólico o deprimido es sólo una exageración de estar triste, ¿por qué asusta tanto reconocerla y afrontarla? Son sus otras circunstancias desmedidas lo que asusta: la apatía mórbida, la falta de apetito, el insomnio, la profunda ansiedad, la soledad y, en el peor de los casos, su compañero más leal: el suicidio, minimizado socialmente, pero no por ello irreal.
Para concientizar un poco acerca de la visibilización y empatía hacia la depresión en estos tiempos, donde alegría y regocijo parecen estar de vacaciones, hemos conversado con Andrés Díaz Saldívar, Psicólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México, quien nos ayuda a entender algunos aspectos clave acerca de este padecimiento.
Los síntomas generales para diagnosticar la depresión son: tristeza, vacío o desesperanza; la disminución de interés; el cambio de apetito y/o peso que acompañe alguno de los otros síntomas; el trastorno del sueño, insomnio o hipersomnio (dormir poco o dormir demasiado); agitación o ansiedad, no sólo como sentimiento interno, sino que sea percibido por las personas alrededor; falta de energía o “ganas” de hacer cosas; sentimiento de inutilidad o la autodevaluación; poca capacidad o dificultad para tomar decisiones; ideas de muerte claras, de desaparecer.
Para considerar que se encuentra ante un episodio de depresión, deben de presentarse al menos cinco de estos nueve síntomas, por al menos dos semanas, siendo la tristeza constante y la pérdida de interés, las más importantes.
La tristeza es un rasgo de la depresión, es una emoción que podemos experimentar en cualquier momento y es funcional en la vida: “El problema es cuando esa tristeza se torna permanente y ya no tiene una razón de ser, el sentimiento de tristeza que permanece sin una causa o carece de una motivación explícita, es cuando se comienza a hablar de un principio depresivo”, apunta Saldívar.
“La resiliencia de una persona puede ayudar siempre a salir adelante y sobreponerse ante este padecimiento”. Pese a esto, el psicólogo comparte que quien carece de este rasgo (la resiliencia) definitivamente padecerá más este trastorno. “El problema con la depresión es que podríamos pensar que es una condición autoinmune. Es decir, el depresivo pareciera buscar estar deprimido y encontrar una satisfacción subjetiva en ella”, agrega, por lo que la autoayuda puede suceder sólo cuando se es consciente de este padecimiento y existe el deseo de sobreponerse a él. Si el trastorno es más profundo, es muy probable, casi imposible, que no se pueda sobrellevar sin ayuda profesional (psiquiátrica).
En la cultura popular existe la creencia de que necesitamos tener ganas para hacer las cosas. Sin embargo, podríamos pensarlo a la inversa “no esperar a que te den ganas de hacer las cosas, haz las cosas para que te den ganas”, la actividad de forma mecánica puede impulsar la motivación y con ello la aceleración de endorfinas.
No alimentar pensamientos devaluadores, asumir que “es la depresión hablando”; tomar consciencia de que es el estado actual el que nos hace sentir así.
La actividad física, el ejercicio, y una buena alimentación pueden ser cruciales para que el organismo, que incluye al cerebro, pueda funcionar mejor. Alimentos ricos en carbohidratos, vitaminas y mantenerse bien hidratado, incluso acercarse a un nutriólogo, puede ser de gran ayuda.
Cabe mencionar que estas recomendaciones son en términos generales; existen casos y necesidades específicas que atañen también al estilo y condiciones de cada paciente.
“Siempre va a depender del médico al que se acuda. Hay incluso médicos generales que recetan para problemas psiquiátricos. Hay que tener cuidado con eso porque no tienen una especialización”. El psicólogo también recalca que hay que tener claro que los tratamientos, tanto de medicamentos como psicoterapéuticos, deben tener un principio y un fin para no generar dependencia en el paciente: “la medicación viene a ser una especie de bastón en la rehabilitación emocional. El medicamento ayuda al organismo a segregar ciertas sustancias que hacen que la persona pueda sentir una mejoría en el momento. La idea es utilizarlos para que la persona racionalice y deje de distorsionar su realidad en términos de pensamiento”.
Sólo cuando existe una posibilidad empática, sin que resulte agresivo para el depresivo, se puede sugerir la búsqueda de ayuda profesional, sin embargo, “para llegar a ello, hay que hacer un ejercicio previo de acercamiento. Lo primero es validar las emociones que está sintiendo la persona en ese momento”. No juzgar y recalcar el afecto a pesar de su situación; validar es clave para inspirar cercanía.
Ayudar, en lo que la persona lo permita, es tan sencillo como formular la pregunta explícitamente “¿en qué te puedo ayudar?”. Sin embargo, quien ofrece la ayuda debe tener criterio en el bien o el mal que esa ayuda puede aportar. Andrés ejemplifica “si alguien es alcohólico y le preguntó ¿en qué lo puedo ayudar?, y su respuesta es ‘dame una cerveza’, eso no es ayudar. La idea es sacar a la persona de donde está”.
La tercera forma de apoyo es validar sus esfuerzos y logros. Si alguien tiene un día bueno de 10 malos, reconocerlo desde la honestidad seguro lo hará sentir mejor. El resto de los días fatídicos, lo mejor será callar y observar; estamos acostumbrados a juzgar y reprender, pero el depresivo no necesita ser regañado.
La depresión es un mal silencioso y subestimado. Pese a lo poético que pueda parecer estar sumido en una tristeza profunda, nadie decide por sí mismo estar deprimido. Cuando la tristeza se vuelve depresión, es porque se deja de ser funcional.