Lo terrorífico, lo siniestro, lo macabro, son categorías que solemos asociar más directamente con la literatura o el cine, esos ámbitos de la ficción que han despertado las más horrendas pesadillas con sus seres de otros mundos u otras dimensiones, incluso entes que encarnan los fondos más oscuros del ser humano. Estas historias del séptimo arte y de las letras nos llevan a experimentar el sentimiento de alerta propio de quien teme por su vida o nos lanzan a la frontera de nuestra razón hacia el extravío propio de la locura.
En la música, en cambio, esa oscuridad se romantiza, los enveses de la razón y la belleza: la imaginación y lo sublime, se afirman desde la melancolía o el desasosiego existencial, la pesadumbre o la tragedia de la vida. Para hablar de música dark podríamos remontarnos a los mismísimos Beethoven o Wagner dentro de la llamada música culta, incluso mucho antes, a las góticas composiciones medievales para órgano; o bien, adentrarnos en el culto sectario del denominado rock gótico. Pero en esta ocasión queremos bailar al ritmo de algunos himnos del dark side de los 80, no sin insistir sobre su oscuridad y tender algunos puentes hacia las reminiscencias que de ellos hay en el rock de nuestros días.
Ícono, leyenda viva, uno de los referentes obligados del post-punk que diera vida a esa peculiar tendencia sombría del rock en la década de los 80: Iggy Pop compuso esta canción en 1977 ‒la misma que coverearan con éxito Siouxsie Sioux y su banda diez años luego‒ en Berlín, donde se encontraba con David Bowie (el vampiro de El Ansia trabajaba entonces en Heroes). Himno nómada, la letra está inspirada en los viajes que hacía Iggy a bordo del auto de Bowie o en el subterráneo, así como en unos versos de Jim Morrison. Pasajeros a bordo de un vehículo que no nos pertenece, en medio de la oscura noche, mirando a través de la ventana la única cosa de la que nos podemos apropiar ‒las estrellas‒, ¡cantemos: la la la la la la la! (El video oficial del tema, por cierto, se estrenó en julio de este pandémico año).
Considerada la primera canción del rock gótico (1979), es además el sencillo debut de Bauhaus, la mítica agrupación liderada por Peter Murphy. La inspiración de este tema está en el vampiro Drácula que encarnó el actor austrohúngaro Belá Lugosi en la hollywoodense película de Tod Browning en 1931. Esta danza celebra al no-muerto que espera entre rojo terciopelo la ocasión idónea para alimentarse de la hemática savia de alguna víctima. Es también parte de la banda sonora de El ansia (Tony Scott, 1983), en cuya secuencia de apertura podemos observar a Murphy interpretando el vampírico tema mientras los bellos y lánguidos Denueve y Bowie acechan a sus presas.
Desde las entrañas del punk, tras la pista de sus idearios, nació Siouxsie And The Banshees, si bien, a lo largo de su historia la banda contó con diversos músicos tras la guitarra, el bajo o la batería (entre ellos Robert Smith), lo cierto es que son un referente obligado del dark side del rock ochentero. Cities in Dust nos interpela y nos hace mirar entre el polvo de los escombros de nuestras guerras y nuestras miserias, así, a nivel del piso, de lo mundano y banal que se nos ha hecho el mal.
Que no hay ninguna de las desgarradas canciones de Joy Divison que no mueva al baile, eso lo saben bien las almas desoladas que danzan al frenético ritmo de esa música coronada por el desasosegado cantar de Ian Curtis. Entre la certeza del vacío existencial y de la pesadumbre que conlleva está también la verdad ambivalente del amor, eso que nos une en felices idilios también nos separa y nos destruye, y es que la unión perfecta con el otro es imposible, nos somos radicalmente inaccesibles. El tema, que fue el único sencillo de la banda ‒y el más famoso‒, cumplió 40 años este 2020, el mismo tiempo que hace ya de la autoinfligida muerte de Curtis. El videoclip es el único de los Joy Division, grabado por ellos mismos, este tema huérfano quedó fuera de los dos discos de la agrupación, como la orfandad del desamor.
Inspirado presuntamente en una pesadilla de infancia de Robert Smith, este fue el sencillo de Seventeen Seconds, el segundo álbum de The Cure y el inicio de una etapa profundamente gótica para la agrupación. La canción ha formado parte invariable de su repertorio y es una de las mejores entre las mejores. A Forest logra transportarnos a un sombrío escenario gracias a la atmósfera creada por los instrumentos, dentro de este espeso y oscuro bosque, interpelados por una voz que viene de ninguna parte, constatamos que corremos siempre hacia la nada.
Reminiscencia del pospunk, la banda neoyorkina Interpol lanzó en 2005 Evil, uno de los sencillos de Antics. Se presume que la canción está basada en la correspondencia que mantenían en prisión Rosemary y Fred West, una pareja de asesinos seriales que cometieron sus crímenes entre los años 60 y 80 en Inglaterra. Esta extraña canción de amor, un amor de complicidad maligna, puso a bailar a toda una generación y sigue siendo una de las mejores de la agrupación. Al fondo siniestro de la historia de los West hay que sumar el no menos siniestro videoclip, protagonizado por una marioneta que sufre un accidente de tránsito y es trasladada en una ambulancia hacia el hospital, más perturbador resulta pensar que hay quienes ven un parecido entre ella e Ian Curtis.
Otra reminiscencia del dark side ochentero de mano de la banda canadiense Arcade Fire ‒que entre sus álbumes cuentan con una Biblia neón, tan tentadoramente pagana como una biblia negra-. Reflektor es también el título del cuarto disco de la agrupación liderada por Win Butler y Régine Chassagne, inspirado en un viaje a Haití y cargado de un fuerte misticismo caribeño. Este tema hace guiños a la idea de cruzar el portal hacia el otro lado a través del reflejo, fenómeno lumínico que se suscita ante superficies como los espejos o los cristales; cierto que los reflejos siempre se han considerado una vía de acceso al “más allá” o a “la otra realidad” ‒Entre la nuit, la nuit et L'Aurore / Entre le royaume des vivants et des morts‒, acá lo que parece constatarse es la otredad que refleja el cristal, lo plenamente inaccesible.
Un refrescante synth-pop y new wave ochentoso que hace bailable el fatalismo y la decadencia. Este tema de los MGMT, al igual que el disco homónimo del que se desprende, es un bello manifiesto de pesadumbre en medio de una época tan vacía y anémica como la nuestra, en la que la vida se banaliza y trivializa, en la que la indiferencia es el signo inefable de nuestras pequeñas oscuridades.