"¿Es que acaso una flor tiene belleza?
¿La tiene acaso un fruto?
No: tienen color y forma
y apenas existencia.
La belleza es el nombre de algo que no existe
que yo doy a las cosas a cambio del agrado que me dan.
No significa nada."
Cronos cortó con una hoz los testículos de Urano, su padre, y los arrojó al mar. De la terrible espuma revuelta en sangre nació Afrodita, diosa del amor, de la fertilidad y la belleza. Osiris, inventor de la agricultura y la religión, murió ahogado en el Nilo, asesinado y luego desmembrado en una conspiración organizada por Seth, su hermano mayor. Pero su martirio le valió para conquistar el mundo del más allá, donde se convirtió en juez soberano y supremo.
Estos mitos terribles, sangrientos, fundación de civilizaciones tan antiguas como la griega o la egipcia, nos hablan de imágenes perversas, sí, pero que invariablemente dan paso a la vida. Como en estas, podríamos encontrar en todas las mitologías más ejemplos de las muchas formas en que hemos percibido una relación y dependencia entre dos pulsiones humanas igual de fascinantes: por un lado lo bello, y por otro, lo siniestro.
Si buscamos en el arte, el gran laboratorio de la creatividad humana, podríamos encontrar lo siniestro manifiesto en varias obras, desde los famosos ejemplos del Renacimiento, momento en que la expresión artística se libera del estricto dogma cristiano pero manteniendo los temas religiosos, así como la mitología clásica, como fuente de inspiración y alegoría. Son los renacentistas quienes comienzan a representar esas escenas bíblicas, llenas de violencia y sacrificio apasionado, ahora encarnadas en cuerpos humanos reales. Además, encontramos anomalías maravillosas, como El Bosco y sus mundos interiores e infernales.
Sandro Botticelli
El nacimiento de Venus, 1484
El Bosco
El jardín de las delicias, 1500-1505
Sin embargo, lo siniestro permanecerá ignorado, evitado, por la gran mayoría de los artistas (sobre todo los occidentales) de toda disciplina, desde la pintura, la escultura, la arquitectura o la literatura, durante siglos. Porque el arte estaba volcado en representar únicamente la belleza, la luz, la perfección y sus ensoñaciones. Y no es hasta hace poco en nuestra historia que finalmente se comienza a desvelar que las sombras siempre han estado ahí, y por más que nos extrañen o nos inquieten, se encuentran dándole sentido al arte tanto como a la vida.
Es de hecho hasta los siglos XIX y XX que el mundo se desprende de su falsa inocencia y la creatividad humana lo refleja. En 1919, Sigmund Freud escribió un texto titulado Das Unheimliche, que en castellano se traduce también como Lo espeluznante, en el que explicaba las claves para comprender lo siniestro como algo que nos resulta familiar pero que al mismo tiempo nos desagrada y nos causa rechazo. Puede ser, por ejemplo, un miedo de la infancia que hemos olvidado y que vuelve a perturbarnos con una apariencia de familiaridad, haciéndose presente en algo cotidiano. Lo siniestro es por tanto, según Freud, lo espantoso que afecta a las cosas conocidas, lo familiar que ha quedado reprimido y retorna transformándose en algo extraño causándonos horror.
Frida Kahlo
Sin Esperanza, 1945
Unos años antes Friedrich Schelling, el filósofo alemán del romanticismo, definió la noción de "extrañeza inquietante" (ese unheimlich) como "lo que debía de haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado". Freud retoma esta idea y fusiona su psicoanálisis -porque lo siniestro tiene que ver con cierto tipo de sentimiento o sensación, con impulsos emocionales- con la Estética, esta rama de la filosofía que por mucho tiempo evitó lo siniestro por concentrarse en la belleza y, en general, en las emociones más positivas: lo atractivo, lo sublime, etc. Pero el Modernismo marca un giro en la estética en general hacia una fascinación por lo feo, lo grotesco: una especie de estética "negativa".
En nuestro idioma, y en décadas más recientes, el filósofo español Eugenio Trías dedicó gran parte de sus exploraciones a partir del arte, y desde ese lugar se encontró constantemente estudiando las categorías estéticas, en especial a las que él llamaba “la belleza y su pertinente sombra”, lo siniestro, como condición y límite de la belleza en la representación. Condición porque sin la referencia de lo siniestro el efecto estético no se produce; sin su referencia la obra de arte carece de vitalidad. Y límite porque la manifestación de lo siniestro, su exhibición, acaba por destruir el efecto estético. Es decir, lo bello y lo siniestro son indisociables del hecho estético y por tanto de la arquitectura, la pintura, la literatura, el cine, etc. Lo bello y lo siniestro son una dualidad no opuesta, indiscernible de toda aspiración vital, algo absolutamente consustancial al ser humano.
Trías abreva de Freud pero también vuelve a una de las obras fundamentales en la inauguración de la filosofía estética propiamente dicha en la modernidad: Crítica del juicio (1790) de Immanuel Kant, en la que se afirma que existen dos clases de sentimientos: el sentimiento de lo bello y el de lo sublime. Y para disfrutar del sentimiento de lo bello se deben experimentar sensaciones apacibles, alegres y reposadas. Por el contrario, para poder experimentar lo sublime se debe hacer las paces con el horror. La noche es sublime, el día es bello. La soledad profunda es sublime, pero de una manera terrible.
Los hechos históricos que marcan el siglo XX nos explican el porqué de la nueva obsesión que el mundo le demuestra a las imágenes perversas, y por qué el arte en todas su manifestaciones se abre de repente a la oscuridad que evitó durante siglos. Con las grandes guerras mundiales ocurre una metástasis del horror que sobrepasa cualquier categoría; cuando se descubre Auschwitz y todas las atrocidades allí cometidas, se comprende el terror, la irracionalidad, en nuevas dimensiones. La humanidad sufre una sacudida de su propia condición. Lo que ocurre entonces es una crisis teológica, humanista y, por supuesto, estética, dando paso a las grandes transformaciones en el terreno del arte como son el Impresionismo, el Expresionismo, el Dadaísmo, el Cubismo o el Surrealismo. Los temas por excelencia reprimidos, el sexo y la muerte, salen a la luz en disversas formas.
Salvador Dalí
El gran masturbador, 1929
Las artes en general experimentan una liberación y catarsis, a manera de sublimar las bajezas observadas en la realidad de la guerra y esas pulsiones horribles que forman parte de nuestro corazón y nuestra cabeza, que nos pertenecen y para nada son ajenas a nuestra naturaleza.
Fotograma de Alice (1987) Dir. Jan Svankmajer
La obra de Eugenio Trías en torno a lo bello y lo siniestro abarca el análisis de diversas formas del arte, desde la literatura, la arquitectura, la escultura, entre otras. Pero le dedica lugares muy especiales en su trabajo al cine y los autores que él considera han sabido conjuntar perfectamente tanto lo bello como lo siniestro y, por lo tanto, logran alcanzar ejercicios sublimes en su arte. Por ejemplo, Trías destaca y le dedica varios ensayos a Vértigo (1958) de Alfred Hitchcock, y menciona en muchas entrevistas a la obra de David Lynch, un autor que expone visiones románticas, bellas, pero que sabe contrastarlas con las imágenes extrañas y atroces, plenas de perversidad y crueldad. El resultado del cine de Lynch es una experiencia que ilustra perfectamente cómo la coexistencia de la belleza y su pertinente sombra es lo más humano que podemos encontrar en el arte.